A Baeza
En febrero de 1966 en España no había libertad, pero la gente ya comía hamburguesas. cantaban los Beatles, los cubos de basura se llenaban con los primeros envases del neocapitalismo, los ejecutivos llevaban camisa rosa y corbata de nudo ancho, los estudiantes apedraban a los guardias bajo las acacias, los rojos seguían cayendo en la red y nosotros éramos jóvenes y hermosos cuando bailábamos el twist con una novia, que leía a Jean Paul Sartre. Entonces bastaba con dejarse barba para ser inteligente. Arriba Franco abatía ciervos junto al abrevadero del coto y Carrero Blanco vigilaba el garrafón de las esencias y Abajo la alcantarilla estaba al completo. Allí un grupo de demócratas planeó el homenaje a Antonio Machado como una forma de asomar tímidamente la jeta al exterior.Por los corredores del subterráneo pronto comenzó a sonar el tam tam de la consigna. El domingo, 20 de febrero de 1966 había que ir a Baeza para colocar la cabeza en bronce del poeta, obra de Pablo Serrano, en un monumento fuera de la muralla. Las vacas sagradas de la cultura no oficial firmaron la convocatoria. Joan Miró creó el cartel. Fernán Gómez, Rabal y Fernando Rey prestaron su voz en un disco de versos. El día señalado un aluvión de demócratas en estado de gracia salió por debajo de las piedras y trató de llegar a Baeza en coche, en autocar, en tren o poniendo al borde del camino un dedo cuya huella era muy apreciada entonces en la Dirección General de Seguridad. Iban con su barba, con unos tabardos inconformistas, con las crías de pecho que tomaban el biberón en las cunetas. Fue una fiesta poética abortada. Las vergas de la policía sustituyeron a los sonetos y el paseo con el poeta quedó en una estampida por los olivares.
Hoy aquella romería frustrada pertenece a la mitología de la represión. Aquellos padres ahora son ministros, aquellos niños de pecho están en la universidad. La cabeza de Machado ha pasado largo tiempo boca abajo en el cuarto de los calentadores del fiscal Jesús Chamorro. Pero el próximo domingo, día 10 de abril diecisiete años después, la escultura del poeta va a ser colocada en Baeza por unos demócratas nostálgicos, calludos, tal vez desencantados como un homenaje retrospectivo a la libertad.
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