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El director Roger Corman clausura el IV Festival de Cine Imaginario de Madrid

Invitado por el IV Festival de Cine Imaginario de Madrid, el director norteamericano Roger Corman, a quien se deben buen número de las películas de terror que se rodaron en los años sesenta, cierra con su presencia el homenaje rendido por el festival. Esta sección ha sido, sin duda, la de mayor éxito del certamen madrileño. La inclusión de catorce de sus películas más representativas ha sido una buena forma para conocer su cine.

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Empezó a rodar películas en 1955, cuando tenía veintinueve años y creía en la posibilidad de mantener una carrera continuada y cómoda, y continúa ahora trabajando intensamente, aunque ya sabe que la industria cinematográfica no es generosa con los hombres de imaginación. Roger Corman, que dice haber dirigido mucho más de cien películas, ha sido también un productor arriesgado que no dudó, cuando le era económicamente posible, en proteger a quienes querían hacer su primera película: los nombres de Coppola, Peter Bogdanovich, John Milius, Martin Scorsese, Monte Hellman, Jack Nicholson y Robert Towne, componen entre otros, el llamado The Corman Connection, escuela de aprendices que, por distintos caminos, han logrado una carrera personal."Eran tiempos de juventud", dice Corman respondiendo mecánicamente a lo que sin duda es ya un tópico de sus entrevistas. "Comencé a producir porque llegué a cansarme de dirigir. Luego, otros directores han producido también: es el caso de Francis Ford Coppola, uno de los mejores directores del mundo pero uno de los peores hombres de negocios que he visto en mi vida. Debería dedicarse sólo a escribir y dirigir. Tampoco fueron éxitos de taquilla todas las películas que yo produje, pero procuré, de una u otra manera, que los fracasos no hundieran todo el proyecto".

Es un hombre extremadamente cordial, sonriente, de voz suave, que no responde a la imagen de un cineasta arriesgado y cabezón que impuso contra viento y marea su peculiar manera de realizar películas ni, mucho menos, recuerda Corman al hombre que ha disfrutado llevando al cine inquietantes películas de terror o de ciencia-ficción. Sólo cuando te escudriña con la mirada, tratando de adivinar quién eres y qué quieres, aparece con claridad el Corman inteligente e imaginativo que habíamos imaginado admirando sus filmes.

Fue la década de los sesenta su etapa dorada, aunque entonces no se le considerara con el respeto que han mostrado después los múltiples homenajes que recibe: "El British Film Institute y la Cinemateca Francesa fueron los primeros en apreciar mi trabajo", reconoce con satisfacción. "Fue, por lo tanto, en Europa, como ocurre a menudo, donde se valoraron con generosidad aquellas películas. Los críticos norteamericanos no suelen apreciar los rodajes hechos con pocos medios: el estigma de la serie B condiciona ese olvido".

Sin embargo, son ahora algunas de aquellas películas menores las que mejor representan la mentalidad del momento. Corman, por ejemplo, intentó llevar a su cine de terror una cierta poética de lo inconsciente, bien lejana de la truculencia típica de un género que progresa ahora en su necesidad de crear espectáculos sanguinarios. El péndulo de la muerte (1961), La obsesión (1961), Historias de terror (1962), La máscara roja de la muerte (1964), son títulos que aparecen hoy como relajadas reflexiones sobre algunas condiciones del hombre, sobre sus miedos y obsesiones.

El cine de ficción cientifica

En este sentido, Corman se siente algo inquieto: "Admiro", dice, "el cine de ciencia-ficción que realizan algunos jóvenes cineastas de hoy. Me interesan sus películas cuando, al margen de los efectos especiales en que a veces se basa toda la producción, se esconden ideas interesantes. El cine de terror se ha empeñado en inspirarse sólo en la sangre y los trucos sangrientos; aunque hay algunas excepciones, (El exorcista sería, por ejemplo, una de ellas). Los asesinatos, los degollamientos, las amputaciones, son el reclamo para el gran público. En los años sesenta, prescindíamos de esos trucos para apoyarnos en la historia y en un terror, digamos, psicológico"."Es evidente", continúa, "que este cine responde a una demanda del público. El acorralado o Mad Max 2, muestran claramente, entre otras muchas, que el género tiene ya una cierta tradición. Hace años, yo hice también una película violenta, La matanza del día de san Valentín (1956), pero ahora podría parecernos un cuento para niños. La sociedad es hoy mucho más violenta y el cine no es mas que un reflejo de esa violencia. Estoy preparando ahora una nueva película en la que espero saber huir de esa demanda. Me interesan fundamentalmente los conflictos interiores del hombre. Tampoco me dejo seducir mucho por la tecnología, en la que tantas películas se basan hoy, aunque no rechazo la posibilidad de trabajar con ella. Prefiero, sin embargo, un cine que nazca de la imaginación".

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