_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los membrillos

Membrillo, en el argot cheli, es chivato, delincuente que le hace confidencias a la pasma. Pero luego hay un membrillo a favor de la Historia, confidente de la verdad y las auditorías, como lo ha sido ahora, oportunamente, el maestro Lafuente Ferrari:

-Lacondesa de Haro, uno de los más bellos retratos femeninos que hizo Goya, salió clandestinamente de España hace quince años.

Los Gobiernos cuarentañistas es que no auditaban nada. La dictadura conservadora de los cuarenta/cuarenta no supo ni quiso conservar el patrimonio artístico nacional., por no hablar del patrimonio ético laboral., ¿Qué rayos conservaban aquellos conservadores? Los Zurbarán, los Goya, los Greco salían de España en tropel, enmogollonandose en la frontera, con sus lanzas y sus caballos, con sus condesas de Haro, y aquí sólo quedaba la condesa de Fenosa, un título de heráldica como mercantil. Era como si los títulos de nobleza los diese el INI. El Régimen, que aquello sí que era un Régimen (lo tengo muy hablado con Addy Ventura, la mayor y mejor vedette del revistón nacional, desde doña Celia), era rico policialmente en membrillos (lo muestra bien la peli El arreglo, de Zorrilla, de la que ya se habló aquí). Pero el Régimen sólo utilizaba los membrillos contra el Lute, los robagallinas, Grimau y el matrimonio Sastre. De la desamortización cimarrona del patrimonio artístico nacional ningún membrillo estaba al loro, y don Manuel Fraga, cuando tenía de las riendas/tirantes la cultura, tampoco se enteró de que don Paco el Sordo, alias Goya, era dos veces exiliado; primero, en persona, y luego, en su obra. Hace poco, parece que salí por la caja (yo no lo he visto, pero la pasión sepia que sienten por mí algunos matutinos me lo recuerda, y se lo agradezco) mirando un cuadro, concretamente El caballero de la mano en el pecho, del Greco (y no de la mano "al pecho"). Fijaba uno sus tópicas observaciones en tres puntos: la cara, la mano, la espada. Descartada la hipótesis de Ramón, más poética que científica, de que el caballero anónimo sea el pintor, llego a la conclusión general (que ya le tengo explicada al gran Alvaro Delgado, hoy expositor en Biosca) de que el Greco, aquí, ha hecho un retrato de clase más que de individuo. Ha pintado un hijodalgo. Lo que hoy llamaríamos un burgués. En cuanto a la mano, enigmática y lírica, equivale a la sonrisa de la esposa de Francesco de Giocondo, en Leonardo: son los dos momentos más inquietantes de la. pintura universal. El caballero se está sujetando el alma (honor/honra, Américo Castro, todo el rollo), y el Greco pinta una manojalma, ya que el alma no sabemos cómo se pinta. Pero la mano está muy cerca de la visible espada, y esto me recuerda que los hijodalgos de la burguesía han ido armados hasta Larra, prácticamente. Hoy la espada la llevan otros por ellos. Si la sepia/press, desde su halagadora pasión por mí, me acusa de "politizar" la glosa pictórica, yo les respondo delicadamente con palabras de don Enrique Lafuente Ferrari, glorioso membrillo de la denuncia patriótica: Ningún Gobierno ha hecho nada para recuperar el cuadro de Goya.

Mi querido Solana, ministro de la cosa: se nos pasó el tema, que diría Roca, el día en que almorzamos y cantamos carceleras en Platerías, que tiene nombre de café romántico con habaneras. Ahí tienes una tarea, tron: recuperar y conservar lo que jamás conservaron los conservadores en cuarenta años/siglos. Haro-Tecglen me lleva de la mano a ver un Chejov en el María Guerrero. Juan Diego, con quien me une absoluta entrañabilidad, nos comunicó a tope la angustia pequeño burguesa de la Rusia decadescente y prerrevolucionaria. Allí tenía que pasar algo más que la muerte de Emma Cohen. La pequeñoburguesía cuarentañista murió de lo mismo: sus membrillos sólo les denunciaban robos de gallinas y relojes. Nunca robos de Goyas y Zurbaranes. No España como problema, maestro Laín, sino España como botín.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_