Abel Posse ve a Isabel la Católica tan sensual como Jane Fonda
El escritor Abel Posse nació en Córdoba (Argentina), en 1936. Ha vivido en múltiples ciudades y conocido a muchos hombres. Habla pausadamente, pensando lo que dice. Y escribe con lentitud meticulosa. Una obra suya, Los bogavantes, debía haber sido premio Planeta, pero la consulta del editor Lara a Carlos Robles Piquer resultó negativa y éste afirmó que la novela sería censurada. Ahora acaba de publicar Los perros del paraíso, continuación de Daimon y precursora de una tercera obra que analizará las comunas de los jesuitas en Uruguay. Los perros del paraíso es una novela en la que la protagonista es la Historia: el descubrimiento y la conquista de América, con un Colón apasionado y una Isabel la Católica tan sensual como Jane Fonda."Yo escribo surrealizando la historia para escaparme de ella a través del humor", afirma. Y añade: "Utilizo la historia con el fin de buscar los nexos de unión que tiene cualquier situación del pasado con el presente. Trato de hacer una novela metahistórica. Más allá del episodio busco los contenidos que sean un reflejo del mundo actual. En Los perros del paraíso está el contraste entre esa civilización, con una cosmovisión cerrada y excluyente, que era el cristianismo, que invade, establece una guerra de dioses y anonada a la civilización americana.
El título hace referencia a dos tipos de perros: "En primer lugar a los perros guardianes que llevó España a América, que eran mastines, de los cuales se escribieron biografías. Uno de ellos, Becerrillo, recibió grandes elogios porque fue un gran defensor de la moral sexual, dicen. Despedazó a doscientos indios por malas costumbres. A los perros les hago formar una comisión asesora de la moral, en torno a Bartolomé Roldán, convertido en coronel, y que da el primer coronelazo de América. Los otros perros son los nostálgicos del paraíso. Los que, según una leyenda maya, llevan el alma del amo desdichado que no ha podido retornar al todo. Esos perros, que siguen vagando por América, resultan el símbolo del infortunio americano".
La novela está concebida como un juego en el que "interviene la doble ambigüedad de Occidente que es buscar el paraíso y al propio tiempo destruirlo. Querer la salvación y al mismo tiempo llegar al saqueo imperial. A Colón lo hago protagonista de esa voluntad en torno al paraíso. Se trataba de un paraíso terrenal, de los cuerpos, nada celestial, sensual, del hombre antes de la culpa y de la caída. Lo cierto es que Colón en el tercer viaje creía haber llegado al paraíso terrenal y lo anexiona a la corona de España, diciendo que tiene forma de seno de mujer con pezón y fue la altura de la polar es distinta. Él explica esto a la reina Isabel y al papa Alejandro VI.
El nuevo paraíso vive exento de culpa y pecado, especialmente del trabajo y el sexo: "El pecado en el sexo lo situó España, la España medieval. Yo creo que en España la gente no se desnudaba desde la conversión de Constantino al cristianismo. El origen del mestizaje, tan elogiado, se produjo por la cantidad y abuso de mujer. Cuenta Las Casas que incluso los eclesiásticos tenían mujeres, algunos hasta veinte, en amancebamiento. Es el estupor ante la mujer desnuda. Uno de los grandes premios de América, más que el oro, fue la mujer. El elemento sexual de mi libro empieza con la pasión de la relación entre Fernando e Isabel, que yo no trato de desmitificar, aunque no respeto la imagen de santoral construida a través de los cronistas eclesiásticos. Isabel es una especie de Jane Fonda, mujer estupenda, aventurera, que a los dieciocho años se fuga y se casa con el primo Fernando. Debió ser un gran amor, lleno de sensualidad. Hay un juego histórico, pero siempre desde el hilo de la verosimilitud, porque Colón creyó haber descubierto el paraíso, para irritación de Fernando que quería tierras para explotar, no paraísos para vivir".
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