El epitafio de Marx
MARX No es sólo el marxismo, como Darwin no es el darwinismo ni Freud el freudismo. Los ismos, como los antis, son una lucha de nuestro tiempo capaz de descuartizar pensamientos fecundos. Entre la hagiografía y la invectiva, productos las dos de una forma de incultura disfrazada, como es la pasión cuando entra de lleno en el raciocinio y en las propuestas de pensamiento, nuestra época está elevando un monumento a su propia confusión. Desde el primer cuarto del siglo pasado hasta bien entrado éste, una rotura de meros mecanismos de viejo poder mental, una forma de despiezar la idea de "verdad" como punto fijo, ha permitido la apertura de nuevos horizontes, dé formas de considerar el pasado, el presente y el futuro de la humanidad. Una de las grandes catapultas lanzadas contra la vieja muralla ha sido la que abrió Marx observando su tiempo, creando un sistema de enjuiciamiento de los valores de la historia, descubriendo unos sentidos económicos en el entresijo de todas las acciones y sus oposiciones o contrarios.Podría decirse que su propio entusiasmo de creador y de descubridor (en un resumen muy rápido de sus distintas épocas, de la síntesis de sus propias contradicciones) y la lucha que condujo para sacar adelante una idea en un medio absolutamente adverso le llevó a la especie de traición a sí mismo que le hizo considerarse a su vez propietario de una verdad única y no móvil o adaptable al transcurso de los tiempos; y que esa traición pueden haberla multiplicado hasta lo risible -trágicamente risible- quienes le han beatificado y han adulterado la praxis de su pensamiento: más, quizá, que quienes han combatido a esos seguidores inconsecuentes y al propio Marx sin saber quién era.
Más allá de Marx, más allá del leninismo, del titismo, del castrismo y del estalinismo y sus fantasmas, más que la idea de un socialismo científico que ha terminado siendo utópico, como los que le precedieron, hay una enorme apertura y una gran iluminación que Regaron con sus libros. Pedirle responsabilidad al cadáver de Londres de lo que ha hecho la dinámica de la vida con esa apertura, o convertirlo en una religión con el paraíso a la vuelta de los años, es tan descomunal como inculto. A Marx no hay que buscarle en Camboya, en La Habana o en Pekín, en Moscú o en Varsovia; es una impregnación que ha modificado profundamente el mundo en que vivimos desde hace cien años, y precisamente todo el mundo, y no sólo el marxista o el del Este.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.