El Gobierno salvadoreño se considera legitimado por las palabras del Papa
El Gobierno salvadoreño despidió al Papa con el íntimo convencimiento de haber recibido una nueva y valiosa legitimidad para su proyecto político de elecciones anticipadas. El ministro de Defensa, general José Guillermo García, se declaraba orgulloso de ser salvadoreño. Incluso el recelo previo de la extrema derecha se alivió parcialmente con unos discursos donde las críticas a los métodos marxistas tuvieron más peso que las menciones a los derechos humanos.
Es cierto que el Gobierno tuvo que tragarse el sapo de la recuperación de Romero, el arzobispo asesinado el 26 de marzo de 1980, pero el Papa tuvo buen cuidado de prevenir contra cualquier intento de instrumentalizar ideológicamente su sacrificio. Por otra parte, la visita del Pontífice a su tumba se hizo en condiciones tolerables para el régimen, en condiciones de semiclandestinidad, con el súbito cambio de horario, sin pueblo y, por supuesto, sin cámaras de televisión. La policía que controlaba los accesos al recinto donde se celebró la misa de campaña detuvo esa misma mañana a varias decenas de personas por llevar grandes fotografías del Papa con monseñor Romero.También es verdad que Juan Pablo reiteró que "nadie debe ser excluido del diálogo por la paz" idea que, sobre todo, para la extrema derecha resulta inaceptable. Pero al mismo tiempo insistió en que este diálogo "no es una tregua táctica para fortalecer posiciones en orden a la prosecución de la lucha", lo que coincide incluso terminológicamente con las tesis del Ejército salvadoreño.
La dignidad humana
El Papa concluyó, por otra parte, que el diálogo resulta dificil y estéril cuando algunas partes se alimentan de ideologías que "a pesar de sus declaraciones se oponen a la dignidad de la persona humana, a sus justas aspiraciones según los santos propósitos de la razón, la ley natural y eternas ideologías que ven en la lucha el motor de la historia". Uno ha oído expresiones muy similares en boca del presidente de la Asamblea Constituyente, Roberto D'Abuisson, para justificar precisamente su oposición a cualquier diálogo.Debe reconocerse, por último, que el Papa hizo al menos dos alusiones a las violaciones de los derechos humanos, al derramamiento de sangre inocente, a los refugiados y desplazados, a las vidas inocentes cortadas brutalmente, pero en todos los casos empleó expresiones ambivalentes que cada bando podrá emplear como arma arrojadiza contra su enemigo. A cambio de eso el Gobierno consiguió que el Papa modificase parcialmente su primer discurso en el aeropuerto, para introducir un párrafo en el que hacía votos para que las medidas anunciadas minutos antes por el presidente Alvaro Magaña (elecciones generales en el curso del presente año) contribuyan al pacífico progreso de una sociedad en la que todos tengan la posibilidad de colaborar. Es indudable, por lo demás, que el Gobierno sabrá utilizar en su provecho las dos alusiones que Juan Pablo II hizo a la democracia, de la que se proclama depositario frente a los propósitos totalitaristas de la izquierda armada. La reconciliación, la paz y el diálogo, tres ideas empleadas con reiteración en los discursos papales, han sido ya digeridos por un sistema que las ha incorporado a su retórica diaria siempre bajo condiciones que en la práctica invalidan cualquier avance y que ahora han recibido un apoyo por parte de Juan Pablo II.
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