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El director Igor Markevitch murió en la Costa Azul de un ataque al corazón

El fundador de la orquesta de RTVE se despidió del público en diciembre

El compositor y director de orquesta Igor Markevitch murió en la mañana de ayer en un hospital de Antibes (Costa Azul francesa) como consecuencia de un ataque al corazón. Markevitch, nacido en Kiev (Ucrania) hace setenta años y nacionalizado italiano y después francés, fue fundador en 1965 de la Orquesta de Radiotelevisión Española y director de esta orquesta, cargo que abandonó en los primeros días del pasado mes de diciembre. Igor Markevitch se despidió entonces oficialmente del público español dirigiendo esta orquesta con interpretaciones de Prokofiev, Falla, Wagner y Beethoven.

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Según fuentes médicas Igor Markevitch, había regresado muy cansado el pasado fin de semana de una gira que había hecho por el Japón, la Unión Soviética y España.A la hora de historiar la dirección de orquesta, el nombre de Igor Markevitch aparece como hecho aparte y, al mismo tiempo, como iniciador de una escuela cuyas derivaciones llegaron a todo el mundo. Porque el empeño de Markevitch, desde el comienzo de sus actividades de director, fue el de lograr una sistematización de la técnica en un sentido análogo a como estaban sistematizadas las ensañanzas del plano, el violín o la composición.

Dirigir es saber, y, como conocimientos, Markevitch los poseía todos. No en vano fue excelente pianista y sorprendente compositor, capaz de llamar la atención de un Bela Bartok en el momento que Europa conocía la influencia decisiva de otro gran lgor: Stravinski. Pero dirigir es comunicarse con la orquesta a través del gesto, y en este sentido el maestro de Kiev se impuso la tarea de una codificación gestual y una estilización que le condujo a la mayor economía de medios, Con frecuencia, los directores acaban siendo dirigidos por la música que interpretan, y entonces su presencia en el podio tiene algo de ballet.

Igor Markevitch, con aquella su increíble fuerza, con su mirada penetrante, con la independencia de brazos, con el escultórico moldear de su mano, lograba increíbles resultados tan sólo con el gesto. Buscaba cuanto le exigía su agudizada sensibilidad acústica, que, en primer lugar, era la necesidad de crear un sonido bello y propio.

Entonces, los cien hombres de una agrupación sinfónica se tomaban piezas de un inmenso y multánime instrumento dominado por Markevitch con un poder. fascinante. A ello habría que añadir otra característica: esa entrega sumisa de los profesores no se hacía desde una conciencia de dura disciplina, sino que se lograba a través del entusiasmo de quienes se saben bien orientados y llevados hacia un fin último: la búsqueda de la verdad musical.

Los setenta años de vida y más de cincuenta de carrera de Igor Markevitch -hombre extraordinariamente culto, perseguidor de todo descubrimiento musical, social, político o artístico- constituyen un ejemplo de fecundidad en varias direcciones. Al final de su vida ha visto revalorizarse su amplia creación musical al tiempo que aparecía su edición científica y enciclopédica de las sinfonías de Beethoven.

En relación con España, los capítulos de la existencia de Markevitch son muchos, latgos y ricos: tras recibimientos apoteósicos, cuando dirigió la Sinfónica y la Nacional, se hizo cargo de la recién nacida Orquesta de RTVE, en la primavera de 1965, y se despidió de ella al mismo tiempo que de la dirección y casi de la vida, el pasado mes de diciembre.

Estuvo ligado al nacimiento de pentagramas de Mompou y Ernesto Halffter, revivió partituras de nuestro pasado musical y hasta hizo rodar por el mundo los mejores fragmentos de nuestra zarzuela. Pero a la hora de escoger un recuerdo que sintetice tantas y tan variadas emociones, provocadas por el hacer de Markevitch, se impone su asombrosa versión de La consagración de la primavera.

Los españoles sienten la pérdida de Markevitch como pena propia, aunque algo de su alma sonora perviva en la Orquesta de Radiotelevisión. Markevitch fue un grande de la música de nuestro siglo, un maestro singular e irrepetible.

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