El acercamiento de Argelia y Marruecos
QUIZA DESDE las depuraciones de algunos jefes históricos, más claramente desde la Constitución de 1976 y su revisión de 1979, y de una manera decisiva a partir de la muerte de Bumedian y la elección de Chadli Benyedid en 1979, Argelia ha ido sustituyendo la idea de poder revolucionario por la de una democracia controlada, la dependencia económica y militar de la URSS por una aproximación a Occidente y el ardor inicial de su ftindación moderna por una moderación sensible. La entrevista del presidente Benyedid con Hassan II de Marruecos en territorio argelino, cerca de Uxda, constituye, por el simple hecho de haberse celebrado, un hecho importante, independientemente de que los resultados concretos que de ella se deriven nó puedan ser espectaculares. Se da por seguro que, dentro del antiguo y amplio contencioso entre los dos países, que llegó a originar una guerra, el tema esencial de conversación es el del conflicto del Sahara occidental y sus posibilidades de resolución. Desde puntos de vista distintos, la combatividad de los saharauis por la recuperación de lo'que consideran su propio país inquieta a los dos países. La política, la economía y la sociedad de Marruecos están en crisis debido a la larga guerra, imposible de ganar y de perder: el propio rey Hassan II está amenazado por la situación. Pero Argelia, sede y fuente nutricia del Ejército saharaui,ve cada vez con más inquietud la fuerza creciente del revolucionarismo saharaui, cuyo nacionalismo se ha ido convirtiendo en un radicalismo avanzado.Marruecos, mientras vive la tragedia, va ganando, sin embargo, posiciones diplomáticas. Ha obtenido el apoyo decisivo y sin reservas de Estados Unidos, que le incluyen en la lucha global contra la URSS (saharauis es igual a comunistas o soviéticos para la Casa Blanca). La llegada al poder de los Gobiernos socialistas en Francia y España despertó importantes inquietudes en Rabat, que quedaron parcialmente disipadas en lo que concierne a la actitud de estos dos países con respecto al Sahara; pero la tranquilidad no ha sido suficiente como para desviar a Marruecos de su reorientación geoestratégica hacia Estados Unidos.
Mitterrand acudió hace poco a Marraquech con un importante séquito económico, militar y cultural para demostrar que, si bien como partido estuvo al lado de la República del Sahara, como Gobierno apoya a Marruecos, sin excesiva preocupación por los derechos del hombre, las conspiraciones o las truculencias de la política marroquí. Francia no querría perder una influencia que tiene de hecho, y, menos aún, verse sustituida por Estados Unidos.
Un lenguaje muy parecido fue expuesto a los marroquíes por el ministro español de Asuntos Exteriores, Fernando Morán, al menos en lo que al conflicto del Sahara respecta, durante su visita a Marraquech en la Navidad pasada.
Con esta especie de subasta por su amistad, Hassan II se permite considerar con cierta lejanía las muestras de amistad, e incluso manifestar nueva dureza en sus problemas con España, como lo confirma la inesperada multiplicación de exigencias en la pasada negociación sobre pesca con los ministros Enrique Barón y Carlos Romero y la resolución, apremiante y en tono poco amistoso, aprobada por la reunión de la Unión de Parlamentos Arabes a principios de febrero, a propósito de Ceuta y Melilla.
No cabe duda de que, frente a una España congelada en la OTAN y fuera del Mercado Común, Marruecos está más interesado en los sistemas de defensa de Estados Unidos y en el circuito económico que le ofrece Francia. Está por ver si se celebra el viaje de Felipe González a Rabat y qué reserva Hassan II a su interlocutor en las conversaciones que se celebren, más allá de los fastos oficiales. El rey de Marruecos cree en este momento que España necesita más de él que él de Espafia, y en esos casos Hassan II suele ser implacable.
Para Argelia, nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores reserva otro viaje: el del vicepresidente Alfonso Guerra. Puede ocurrir que sea un infantilismo diplomático, y a Argel puede no gustarle demasiado que llegue un segundo si a Marruecos va un primero.
El entendimiento entre Marruecos y Argelia no es; smi embargo, fácil. La mercancía que ha llevado Mitterrand a Marruecos coincide con la diplomacia de la OUA y, en parte, con la intención de Estados Unidos de resolver el tema del Sahara mediante un referéndum. Se sabe, no obstante, que ese referéndum es casi imposible cuando buena parte de la población del territorio está en guerra o en el exilio, pero puede existir una voluntad política de llevarlo a cabo.
El palacio de Santa Cruz deberá tener muy en cuenta en el futuro lo que puede suponer un Marruecos liberado del problema del Sahara, respaldado diplomática y militarmente por Estados Unidos, apoyado por Francia, normalizadas sus relaciones con Argelia y convertido en una pieza clave de la política occidental en el Mediterráneo. Una mayor presión en su reivindicación de Ceuta, Melilla y los peñónes parece inevitable, y para ello Marruecos contará sin duda con el apoyo de Estados Unidos, preocupado, a su vez, por una eventual inhibición española en la OTAN.
La idea de que España y Francia, partiendo de una concomitancia ideológica, pueden llevar a cabo una política conjunta en esa zona del mundo está muy lejos de las necesidades reales que plantean a Madrid sus problemas concretos de política exterior, en particular con Marruecos. En este área, probablemente más que en ninguna otra, España requiere una política propia, tal vez amarga y difícil, pero algo más realista que la actual.
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