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Un país-continente que acaba de descubrir la crisis

El próximo día 5 de marzo, los australianos acuden a las urnas en unas elecciones generales anticipadas, convocadas por el Gobierno liberal que preside Malcolm Fraser, quien trata de aprovechar los problemas internos de la oposición laborista. Este extenso país-continente, al que se augura un futuro prometedor, acaba de hacer un doloroso descubrimiento: la crisis económica. El desempleo ha superado la barra del 10% y cada día aumenta el número de empresas que cierran sus puertas.

Una superficie de ocho millones de kilómetros cuadrados, lo que significa una extensión superior en un 50%. a la de Europa (excluida la URSS), una población de apenas quince millones de habitantes y una gran riqueza minera, agrícola y ganadera configuran los trazos maestros de un país-continente situado prácticamente en las antípodas de España: Australia. Todo el mundo le augura un próspero futuro. Sin embargo, hace pocas semanas los australianos han visto con sorpresa que por primera vez en cincuenta años, el índice de desempleo ha superado el 10%; cada día cierran más empresas y el futuro inmediato no es ciertamente optimista.En estas circunstancias el Gobierno ha convocado elecciones generales anticipadas. Aunque las encuestas indican que el Partido Laborista, en la oposición, va por delante en las preferencias del público, la mayoría de observadores prefieren pronosticar una nueva victoria liberal, partido casi ininterrumpidamente en el poder desde el final de la segunda guerra mundial.

Esta es una más de las numerosas contradicciones aparentes de este continente, prácticamente desconocido en España.

Occidental y anglosajona

A pesar de su relativo aislamiento geográfico, Australia se sitúa, sin ambigüedad alguna, en la órbita de los países occidentales. Sus pactos militares con EE UU o su participación en la guerra del Vietnam no son sino consecuencias lógicas de una opción profundamente enraizada en la sociedad. Ello no es óbice para que Australia sea, al mismo tiempo, paladín avanzado en la oposición a las .pruebas nucleares francesas en el Pacífico, a la par que sus ciudadanos no parecen comprender la creciente oposición de la población europea a la carrera armamentista. Otra contradicción difícil de explicar.

Más concretamente, Australia responde básicamente a las características de una sociedad anglosajona. El respeto a las libertades e iniciativas individuales y la gran capacidad de organización de la red pública configuran profunda mente una forma de vivir, que en los últimos años se ha visto afectada por la llegada de numerosos emigrantes y refugiados políticos. Hoy uno de cada cuatro australianos ha nacido en el extranjero. Griegos, yugoslavos, italianos, chinos, vietnamitas y 150.000 latinoamericanos son los más numerosos grupos de estos nuevos australianos, que vinieron y vienen aquí deslumbrados por el alto nivel de vida de este continente. Los 15.000 dólares anuales (1.850.000 pesetas aproximadamente) de ingreso medio de un trabajador sitúa a los ciudadanos de este país en el pelotón de cabeza de la capacidad adquisitiva de todo el mundo.

La democracia no es aquí una mera palabra. El australiano medio, profundamente nacionalista, no sólo está muy orgulloso de su sistema político, sino que considera que la democracia impregna toda la sociedad. Tan preocupado está, por ejemplo, en la igualdad de oportunidades, que existe un comité especial dedicado a impedir toda discriminación por motivos de raza, sexo, procedencia, condición física o cualquier otra circunstancia. Lo que no es óbice para que muchas mujeres se sigan considerando discriminadas y el Gobierno reconozca que la crisis económica les ha afectado más que a los hombres; que los emigrantes se sientan también discriminados -lo que, todo sea dicho, en algunas ocasiones puede ser debido a su negativa a incoporarse plenamente en su nueva sociedad-, y que la mayoría de los aborígenes vivan al margen de la sociedad australiana o recluidos en guetos en las ciudades, mientras reivindican sus derechos sobre las tierras de sus antepasados.

Un 86% de la población vive en ciudades, lo que no impide que las principales riquezas del país provengan del sector primario, concretamente de la agricultura. Las mayores exportaciones son, precisámente, los minerales, los cereales, la lana y la carne.

El crecimiento vertical, ausente

La realidad de las ciudades australianas difiere profundamente de las grandes ciudades españolas. Poco tienen en común Sydney y Melbourne, las dos principales metrópolis australianas, con cerca de tres millones de habitantes cada una, con Madrid, Barcelona o Bilbao. No hay en ellas economía del espacio y los urbanistas nada quieren saber de crecimiento vertical, excepto en el corazón de la city, reservado al mundo de los negocios. A los europeos nos llama la atención la rudeza de la formación intelectual de gran parte de los australianos, que conceden poca importancia a las formas sociales. Es ésta una cultura joven, propia de un país joven, donde casi todo está por hacer.

Tierra de destierro

El advenimiento de Australia a la historia occidental es muy reciente Los primeros europeos no se instalaron aquí hasta finales del siglo XVIII. Concretamente en 1788, cuando el Gobierno británico decidió utilizar la recientemente explorada Australia como lugar de destierro de numerosos prisioneros. De esta forma el Gobierno de su majestad conseguía una salida fácil a sus cárceles repletas, una vez que la independencia de Estados Unidos impedía la utilización de su ex colonia como punto de destierro de sus prisioneros. A lo largo de ochenta años llegaron a Australia no menos de 160.000 prisioneros británicos y un pequeño número de colonos. A partir de mediados del siglo XIX el decubrimiento de grandes minas y el rápido desarrollo de los rebaños, destinados a producir la lana necesaria para la industria textil británica, trajeron consigo un fuerte boom económico. En 1901 la colonia se emancipaba y posteriormente entraba a formar parte de la Commonwealth.

Los aborígenes

A fines del siglo XVIII se calcula que había en Australia unos 300.000 aborígenes. Se trataba de los descendientes de los primeros pobladores del continente. Los colonos les expulsaron de sus tierras y en algunos casos, como en la isla de Tasmania, al suroeste del continente, los exterminaron por completo. En 1965 se calculaba que había unos 65.000 aborígenes. Su número se ha incrementado. Sólo unos pocos miles se han integrado plenamente en la nueva sociedad australiana. La mayoría están desempleados y viven en guetos y algunas tribus han preferido volver al desierto antes de seguir en un ambiente hosti

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