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El fallecido general marroquí Dlimi mantenía contactos secretos con Argelia en París sobre la guerra del Sahara

El general Ahmed Dlimi el más poderoso militar marroquí, fallecido en circunstancias inverosímiles el pasado 25 de enero, se hallaba directamente involucrado en un nuevo intento de rebelión contra el rey Hassan II, en unión de otros altos oficiales y pudo haber sido ajusticiado al comprobarse, además, que al margen de esos preparativos de golpe militar había sostenido discretos contactos, en París, con una personalidad argelina, en los que se evocó el conflicto del Sahara occidental.

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La tesis se ha abierto paso en círculos generalmente bien informados de Argel, en los que se pone de relieve que el fallecido militar se encontraba en abierto conflicto con el monarca alauí. Las fuentes, de absoluta solvencia, consultadas por EL PAIS han señalado que Dlimi mantuvo en noviembre pasado, en París, una entrevista secreta con el ministro de Relaciones Exteriores de Argelia, Ahmed Taleb Ibrahimi, en el marco de la serie de contactos destinados a normalizar las relaciones argelino-marroquíes. Curiosamente, el interlocutor habitual de la parte marroquí en esos contactos, iniciados en Suiza durante la presencia de Huari Bumedian, el consejero del rey Hassan II Reda Guerida, no participó en la citada entrevista.

Alternativa militar

La decisión de crear una alternativa militar a la monarquía alauí, incluso y cuando se encuentra estabilizado el freate militar en el Sahara occidental, gracias a los esfuerzos del propio Dlimi para dotar al triángulo útil, en el que están integradas las localidades de El Aaiún y Bu Craa, de un muro de protección, volvió a ser puesta sobre el tapete en el curso de una serie de reuniones celebradas en Rabat a comienzos del año pasado, según las fuentes citadas.Dlimi contaba además con una serie de datos elaborados por sus servicios de inteligencia, en los que se ponía de relieve que el malestar del cuerpo expedicionario marroquí en el Sahara se había exacerbado por la intensidad del regionalismo y el tribalismo atizado desde esferas próximas al palacio real, con el propósito de perpetuar la división de las fuerzas armadas.

La responsabilidad personal del general marroquí en el asesinato del ministro de Defensa, general Ufkir, -que según la versión oficial se suicidó pocas horas después de descubrirse su participación en un intento de golpe de Estado contra el rey- le había granjeado, sin embargo, las antipatías de una considerable facción del Ejército. A pesar de ello, el maquillaje del accidente ocurrido el 25 de enero a pocos metros de la residencia privada de Dlimi, en Marraquech, habría sido tan ostentoso que el Consejo de Altos Oficiales, reunido en el Ministerio de Defensa tras la muerte del general, se negó a transmitir un pésame al rey Hassan II, como es habitual al fallecer una figura elevada de la jerarquía militar.

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Prudencia en Argel

Los medios argelinos han mantenido una gran discreción a propósito de la muerte de Dlimi, tal vez para no dar pie a la hipótesis de un conocimiento de la trama que parece haber desembocado en el accidente de Marraquech. Es muy poco probable que la Prensa gubernamental argelina se haga eco de las informaciones que circulan aquí, para evitar que se considere como una forma de complicidad en derrocar una monarquía, de la que se dice es mejor mantener como interlocutor que optar por un régimen de generales sin ideología definida.Las luchas de influencia que llevan a cabo franceses y norteamericanos en torno al trono del rey de Marruecos habrían pesado también en la decisión del general DIimi de hacer del Ejército el verdadero interlocutor válido de Occidente, aunque a tal respecto las fuentes de Argel señalan que los servicios de inteligencia de Estados Unidos habrían prevenido al rey Hassan II de la eventualidad de una nueva intentona de golpe, tal y como ocurriera en julio de 1971.

El Frente Polisario, en cuyos círculos no se oculta que la emergencia de un interlocutor militar en Marruecos es preferible a la permanencia de Hassan II, ha calificado la muerte de Dlimi de asesinato destinado a decapitar al Ejército del reino alauí, el cual podría ser favorable, en algunas de sus cúspides, a una solución negociada del conflicto del Sahara occidental, en la que Marruecos aceptaría concesiones importantes.

Los saharauis parecen haber abandonado toda posibilidad de suscitar un afán conciliador en la corona marroquí, dedicándose por el contrario, a buscar un terreno de diálogo, harto difícil de todas formas, en una parte de la je rarquía militar, reacia a mantener empantanados en el Sahara a más de 120.000 hombres. El fallecimiento trágico de Dlimi puede haber significado también la pérdida de un posible interlocutor, con el que tanto Argel como Nuakchot podrían haberse acomodado para reducir la importancia de la presencia norteamericana en Rabat.

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