Murió Eduardo Westerdahl, crítico e impulsor del surrealismo en España
Con más de medio siglo de experiencia intelectual, el sábado pasado falleció, a causa de una fatal enfermedad, a los 81 años de edad, el crítico de arte Eduardo Westerdahl en Santa Cruz de Tenerife, su ciudad natal. Su muerte, con las de Pedro García Cabrera y Juan Ismael, en 1981, diezma de modo grave la generación de intelectuales canarios que durante la II República dio vida en las islas a uno de los proyectos culturales vanguardistas mas importantes del país, la revista Gaceta de Arte, que impulsó la presencia del surrealismo en España.
Westerdahl, García Cabrera y el escritor Domingo Pérez Minik formaban el núcleo inseparable que daba fuerza a aquel revolucionario movimiento artístico y literario en la España de los años treinta. Pérez Minik, el último de esta tripleta, es ahora quien mantiene viva la antorcha de una singular etapa en la historia cultural de Canarias.El entierro del prestigioso crítico de arte dio cita ayer en Tenerife a una nutrida representación de intelectuales, políticos y amigos, que le despidieron junto a su esposa y su hijo. "Yo soy fiel a los orígenes, y sobre todo fiel a todas las vanguardias, no sólo a las que operaban en aquel momento. Yo creo que las vanguardias seguirán existiendo siempre", nos decía Westerdahl hace dos años, cuando acababa de recibir la Encomienda al Mérito Civil del Ministerio de Asuntos Exteriores en reconocimiento a sus cincuenta años como crítico de arte. Su fe inalterable en las vanguardias se remontaba a principios de los años treinta, en que fundó en Tenerife, junto a otros compañeros de inquietudes y sueños, la revista Gaceta de Arte (1932), que dirigiría a lo largo de 38 números hasta 1936, en que llegó la guerra.
"No se podía seguir haciendo una revista como aquella", recordaba Westerdahl, "cuando comenzaba una guerra civil. Unos estaban en la cárcel por sus ideas, otros estaban dentro del Movimiento, y se produjo una división". A los hombres de Gaceta no les unían, es cierto, una misma ideología -aunque, "aun los que fueron de derechas, en el fondo eran de izquierdas", según su director-, sino un común empeño por cambiar al hombre, hacerle más rica la existencia, hacerle más perfecto, más comunicativo y, por tanto, intentar la utopía. La empresa surgía además desde unas islas, más como un istmo que como un oasis, para acercarlas a Europa, al mundo de las vanguardias.
Eduardo Westerdahl, un profundo vitalista que no entendió por qué debió ser internado en un hospital la primera vez que fue operado, se distinguía, recuerda su amigo Ernesto Salcedo, por ser un gran tertuliano (últimamente en su propia casa), un amante de la comunicación entre las personas. "Sí, yo me he ocupado siempre por el arte, que en otro tiempo era una cosa absurda; creo que en ello me movía, sobre todo, la expansión de la persona", decía. "Queríamos que las gentes se entendieran universalmente", y en ello prefería llamarse antiprofeta, porque "hoy todo el mundo se ha echado a perder, pero no es culpa nuestra". Por eso mantuvo siempre la defensa de uno de los principios de Gaceta de Arte, la arquitectura racional, como vehículo para hacer cómoda la vida al hombre. Solía decir que la especulación por el valor del suelo había llevado a los arquitectos a transformar aquellos criterios funcionales, logrando alejar al hombre de la naturaleza.
Junto a la puerta de su casa, Eduardo Westerdahl tenía colgada en la pared la foto de su hijo Hugo con Picasso, al que conoció un día en el sur de Francia, y que era amigo personal de su mujer, Maud. Cuando se produjo aquel encuentro ya Westerdahl, director de Gaceta de Arte, había sido el primer editor de la poesía de Picasso gracias a André Breton, que envió los textos a Canarias para su publicación, por primera vez, en la revista. Maud, una esmaltista francesa, había estado casada antes con el pintor canario surrealista Oscar Domínguez, cuya obra estudió Eduardo Westerdahl con especial interés. Domínguez, que residía en París, había puesto en contacto a la denominada facción surrealista de Canarias con André Breton. Uno de los principales frutos de aquella conexión fue la celebración en Tenerife de la II Exposición Internacional del Superrealismo (la primera en España), organizada en 1935 por el grupo de Gaceta de Arte.
Dimensión histórica
La muestra tuvo una dimensión histórica, tras la primera, que se llevó a cabo en Copenhague. Después de Tenerife vinieron las exposiciones superrealistas de Londres, París, México, etcétera. Junto a esa singular condición estuvo el enorme esfuerzo económico que supuso su montaje para los pioneros del superrealismo en Canarias. Pérez Minik no ha olvidado que Westerdahl, el escrito Agustín Espinosa y él tuvieron que firmar una letra por unas 4.000 pesetas de aquella época, que no terminaron de pagar hasta diez años después. "Nosotros no teníamos una fe absoluta, en el surrealismo. Éramos un foco surrealista en cuanto que nos interesaba el movimiento; queríamos darnos a ver, como diría Paul Elouard, y firmamos un manifiesto que se publicó en París", preciso Westerdahl, que hace algo más de un año fue centro de un homenaje junto a sus compañeros de generación, al ser reeditada en dos tomos Gaceta de Arte, y recordaba la exposición de 1935.Westerdahl, al que el Cabildo de Tenerife le concediera recientemente la medalla de oro de la isla, es considerado el padre de una larga generación de artistas de este siglo en Canarias, a los que presentó o prologó.
En todo este tiempo no estuvo al margen de ninguna tentativa vanguardista surgida en las islas.
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