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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Porque no

Con todos los respetos a la memoria de¡ prócer, el duque de Rivas escribió una solemne estupidez: Don Alvaro o la fuerza del sino. Debemos agradecer a Francisco Nieva alguna limpieza del cascote, algún esmeril en el ripio, el escamoteo o la reconversión de tiradas de versos, el cuidado y la ampliación de la prosa. Un agradecimiento que sería mucho mayor si, simplemente, no hubiera puesto en escena Don Alvaro. ¿Por qué lo ha hecho? El mismo se adelantaba a esta pregunta -en un artículo publicado en este periódico- para responderla con un gracioso desplante: "Porque sí". Al que cabría oponer la respuesta negativa con el mismo sistema: porque no. Hay, claro, razonamientos mayores.De todas formas, había una fascinación previa al estreno: la del riesgo y la aventura. Si un hombre del talento escénico de Nieva aceptaba ese desario podía ser por algo: algo más, incluso, que lo que la relectura de la obra, las numerosas explicaciones y justificaciones del autor, podían dejar suponer. No se fue al teatro a ver Don Alvaro, sino a ver lo que Nieva podía haber hecho con Don Alvaro. No deja de ser un poco triste ir al teatro con la esperanza de ver a Alfredo Alcón envuelto en las llamaradas del infierno o a Paco Maestre gravitando en el centro del cubo escénico, o a Jeannine Mestre cayendo de los telares; más triste es que ni siquiera eso suceda. Nieva ha contenido su magia, no ha prodigado sus inventos.Lo que parece haber querido es aceptar las trampas del teatralismo de Don Alvaro e incluso ampliarlas. Oscila entre el zarzuelón y la ópera. El zarzuelón aparece en parte de las escenas en prosa, sobre todo en las populares: la dicción redicha de los actores, en la repetición de antecedentes, en la exaltación de los protagonistas y el comentario a la acción.

Don Alvaro o la fuerza del sino, del duque de Rivas, refundición de Francisco Nieva

Intérpretes: Paloma Voselle, Héctor Garrigós, Maite Brik, Francisco Olmo, Enrique Navarro, Francisco Portes, 4 lfredo A lcón, Francisco Ledesma, Pepa Valiente, Manuela Madrid, Eva Guerr, Marcos von Watchel, Laura Notario, Juan Aguilar, Cándido Gómez, Angel Picazo, Jeannine Mestre, Ana María Ventura, Carlos González, Fernando de tuan, Luis Perezagua, Juan Carlos Vontalbán, Paco Maestre, Santiago Ramos, José Antonio Ceinos, Juan Meseguer. Música: Manuel Balboa. Vestuario: Juan Antonio Cidrón. Escenografia y dirección: Francisco Nieva. Estreno: Teatro Español (del Ayuntamiento de Madrid), 22 de enero.

El añadido de bailetes y cancioncillas aumenta la penosa sensación. La ópera, estaría en las arias, en los dúos, de algunas de las escenas en verso. Esta ambición de la musicalidad perdida -más presente por el recuerdo de La forza del destino que compuso Verdi para este descabellado relato- termina -o empieza- por obligar a las partes principales en la forma de decir su papel.

El destrozo alcanza de lleno a Alfredo Alcón, tan buen actor, tan buen recreador del verso, perdido aquí por la concepción superromántica del personaje. Si Laforza y la resonancia de óperas influye por una parte, por otra está el culto remedo de La vida es sueño, y aún diríamos que, en el monólogo del campamento, de la forma de interpretación y dirección que hizo José Luis Gómez..

Puede ser una. broma interior, pero lo malo de esas bromas interiores -si es que la hubo- es que lo que queda es una interpretación incongruente. El personaje deja de ser una fuerza desgarrada para convertirse en un desdichado intelectual reflexivo, interiorizado: con tal exceso que, sobre todo al final, parece más bien drogado o embriagado.Se le ha dotado de movimientos de grabado romántico: los grabados, románticos o no, no tienen movimientos, y lo que sucede aquí es que se queda en posturas mal o poco secuenciadas. El recitado, al sentirse imitación de la ópera, se cubre de calderones, pausas, espacios, alargamientos de frases que, al no tener orquesta debajo, resultan paródicos.

Alcanza menos el desastre a Jearmine Mestre, por la brevedad de su papel: el seudorromanticismo la obliga, probablemente, a gesticularlo con exceso. Y se salva, como siempre, el gracioso: Fray Melitón, Francisco Portes. El público siempre encuentra en estos personajes un respiro.

Sobre los demás pesa más o menos el peso de la masa de pastelería, de la escayola para sostener la acción principal. Están en su mayor parte, queda dicho, azarzuelados, teatralizados, seguramente por la voluntad de Nieva (en algún momento, una fingida chimenea y unos faroles colocados en línea remedan las candilejas y la concha del apuntador, mientras se mueve un relativo coro de comentaristas).

La estética del escenario brilla en los figurines de Juan Antonio Cidrón, dotados de una gran belleza. La escenografía de Nieva es demasiado sabida: las enormes telas envejecidas colgando, como siempre, y la apertura en la chácena de unas proyecciones. El carácter de teatrillo infantil o de representación de pueblo se acentúa por los breves elementos, entre los cuales destacan por su horror unas chumberas de goma espuma, con el temblorcillo propio de su material.

En 1835, el estreno de Don Alvaro fue acogido con frialdad, sin la batalla de Hemani sucedida cinco años antes en París y que el duque imaginaba reproducir en Madrid. En 1983 ha venido a suceder lo mismo: tanto calor verbal en el escenario no consiguió transitar a la sala, donde los aplausos no pasaron de la cortesía de los invitados a la que se añadía el respeto por la larga e importante obra anterior de Nieva y por la personalidad de los actores. Salió a saludar Nieva, acompañado por el músico -que tampoco pasó de¡ remedo de las películas de miedo, con alguna cita lejana de Verdi y un tributo a la contemporaneidad-, sin que el telón se levantase más veces que las que forzó el sin duda anhelante regidor.

La grande, importante personalidad de Nieva, uno de los más grandes hombres de teatro del momento, con una capacidad literaria y plástica extraordinaria, no sufre nada por este percance.

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