El espía perfecto
El Cosmos 1402, que, tras sólo cuatro meses y medio de permanencia en el espacio, se encuentra actualmente en peligro de caer a la Tierra, forma parte de la red soviética de espionaje que mantiene un control constante de los movimientos de la flota de otros países, especialmente de la de Estados Unidos. Debido a la inexistencia de una red de bases militares paralela a la que tiene Estados Unidos en la mayor parte del mundo, la Unión Soviética recurre a los satélites artificiales para hacer notar su peso en el equilibrio estratégico.
Los ingenios de este tipo, de los que la URSS ha lanzado unos veinte en los últimos diez años, y que suponen una mínima parte de los 1.228 satélites que tiene contabilizados el centro de control de EE UU, se ponen en órbita a veces para misiones concretas de corta duración, como sucedió con dos lanzados por los soviéticos para mantenerse informados de la guerra de las Malvinas. Son de pequeño tamaño y van equipados, entre otros instrumentos, con un potente radar que no puede ser alimentado exclusivamente por la electricidad producida por placas solares, como sucede con los satélites dedicados a comunicaciones, previsión meteorológica o espionaje fotográfico.
Según denunciaron recientemente expertos norteamericanos, para justificar las medidas tomadas por la Administración Reagan con vistas a una previsible y próxima escalada bélica en el espacio, los satélites espía rusos son capaces de mantener localizado constantemente a un barco determinado, al tiempo que envían datos sobre su ruta, características, armamento y actividades a bordo. Todo ello, junto con las obvias consecuencias bélicas en cuanto a la posibilidad de dirigir un ataque contra el navío determinado, justifica la necesidad de una fuente de energía como la nuclear, la única capaz de mantener en funcionamiento tan sofisticados instrumentos.
El método seguido por la URSS para aparcar los reactores nucleares de sus satélites una vez cumplida la misión para que fueron concebidos, es fragmentarlos en tres partes y situar la que contiene el reactor nuclear en una órbita alta, ligeramente inferior a los mil kilómetros, donde se deja enfriar durante un periodo indefinido. Al parecer, lo que ha fallado en este caso es el mecanismo de fragmentación y elevación del reactor.
Sin embargo, tras la caída a la Tierra, hace cinco años, en una región desértica de Canadá, de otro Cosmos, la Unión Soviética estuvo dos años y medio sin lanzar al espacio ningún otro satélite equipado con energía nuclear, y durante este tiempo, según se deduce de informaciones aparecidas en revistas especializadas y a pesar del hermetismo oficial soviético, se diseñó un sistema de seguridad para evitar que un hecho semejante volviese a suceder. Este sistema de seguridad incluiría la fragmentación del satélite a voluntad desde la Tierra, con el aislamiento del pequeño reactor nuclear, que así se destruiría con toda seguridad antes de caer a la Tierra y únicamente daría lugar a una nube radiactiva de poca intensidad y gran extensión, que no significaría peligro alguno.
En este sentido interpretan los expertos más optimistas la escueta nota oficial de la agencia Tass del 10 de enero, que asegura que el satélite se encuentra desactivado y no representa peligro alguno. Sin embargo, es probable que en esta ocasión no se pueda evaluar la eficacia de este sistema de seguridad si, como es probable, los restos del satélite caen al mar y no causan daño alguno.
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