Manifiesto por la paz
Muchos problemas azotan al mundo en este año nuevo; se habla de economía, de política, de tecnología..., pero hay uno entre todos que toma enormes dimensiones año tras año y que, curiosamente, cuanto más se pretende resolver, más se agrava; cuanto más se habla de él, más artificiosamente se complica. Es el problema de la paz, esa paz que de tanto nombrarse ha perdido su sentido. Sus más insignes defensores, los políticos, hablan de ella con boca grande, mientras sus manos implantan un misil con cada palabra.Los Gobiernos firman pactos de limitación de armamento y hablan a grandes voces de paz cuando, sin embargo, trabajan para crear los más terroríficos ingenios de la muerte y convierten el viejo continente en un gran campo de batalla.
Primero fueron las bombas atómicas, que multiplican sus megatones en progresiones geométricas; luego, las demencialmente sofisticadas bombas de neutrones; más tarde, los misiles de medio y gran alcance: los Pershing, los Cruise, los SS-20, los MX. La tecnología militar, en vanguardia de la ciencia, descubre día a día el más difícil todavía en el truculento arte de matar poblaciones, arrasar continentes y destruir culturas con el ingenuo argumento de su poder disuasorio. Hay armamento acumulado para borrar varias veces todo vestigio de vida en nuestro planeta.
Resulta difícil para personas de a pie como nosotros entender cómo tanta crueldad almacenada puede servir para luchar por la paz. El absurdo de la moderna institución militar es evidente: defender los derechos de los ciudadanos aun a costa de destruirlos.
A lo largo de la historia los grandes imperios creados por la ambición humana han estallado en la cresta de su auge para ser, sucedidos por otros en una rueda sin fin. Ahora es distinto: el imperio de la tecnología y el progreso irracional estallará, pero no quedará para el hombre ni siquiera la oportunidad de equivocarse otra vez más, no habrá más imperios, sólo muerte y destrucción.
Los hombres de la calle no vemos grandes diferencias entre los ciudadanos soviéticos y los estadounidenses, africanos o latinoamericanos, indios o japoneses... No hay ninguna razón para darnos muerte unos a otros, para impedir el libre desarrollo cultural de los pueblos. Son los Gobiernos los que complican todo con sus pactos, y los que anteponen a cualquier precio los intereses de sus países. Los ciudadanos preferimos que un difícil conflicto tarde en negociarse siglos a que se pretenda solucionar arrasando campos, matando a pueblos enteros...; es muy alto el precio para arriesgarse a una rápida solución que más tarde la historia demuestra que no es tal. Las guerras nunca solucionan los problemas de la gente llana, sino que, por el contrario, la hunden en la miseria, el hambre y la desesperación moral por la locura colectiva.
Por eso no hemos de dejar la paz en manos de los gobernantes o de los ejércitos; la maquinaria del poder y el excesivo celo y responsabilidad que muestran en solucionar conflictos les ha llevado a declarar guerras antes de perder una causa o esperar a solucionarla por otras vías. La historia está saturada de ejemplos. Sólo hará falta que la locura se apodere del poder y el fanatismo de los ciudadanos; que el sentimiento patriotero, que no patriota, o la excitación del chauvinismo nacional hagan presa de la gente, y los Gobiernos, incapaces de negociar, echarán mano de ese arsenal que ilusoriamente están acumulando para hacer la paz. Y nosotros, la masa anónima cansada de su vida monótona, pediremos sangre a gritos, proyectaremos nuestra ira y veremos enemigos donde sólo hay gente como nosotros. Nos echaremos entonces contra los rusos, los árabes quizá..., o, lo que es todavía peor y más increíble: contra nuestros vecinos, contra nuestros padres o amigos. Y esto no es ficción científica, porque lo atestigua la historia, y todo el que haya vivido la pesadilla superrealista de una guerra lo puede ratificar.
No podemos saber cuándo llegará el momento, por eso hemos de trabajar ya por la paz, contra la escalada de armamentos y por el desarme unilateral.
La no violencia y los métodos de defensa pacífica no son ninguna varita mágica ante las posibles agresiones, pero educar y preparar a la población para ello nunca será peor que envolverse, como estamos haciendo, en la locura de la guerra. El grito por la paz está en la boca de todos los ciudadanos europeos y está poniendo en jaque a unos Gobiernos que se muestran incapaces de frenar la escalada nuclear. Y es que la paz es algo demasiado importante para dejarla en manos de los Gobiernos y los ejércitos.
Es hora de que los ciudadanos hablemos para poner fin a la farsa de los actuales tratados internacionales de paz, una paz cuyo contenido se ha perdido, hasta el punto de haberse otorgado su Premio Nobel a responsables de las matanzas de pueblos inocentes.
Por ello hemos de devolverle su sentido: los ciudadanos tenemos hoy el deber de asumir una responsabilidad inexcusable, unimos y manifestarnos exigiendo a nuestros Gobiernos el desarme unilateral, no el equilibrio del terror, porque esta guerra, la próxima, no la va a ganar nadie: todos la perderemos. Y más que nadie esos seres inocentes que no tendrán siquiera la oportunidad de pedirnos responsabilidades de lo que hemos hecho: nuestros hijos. Porque, malo o bueno, sólo tenemos este mundo para ofrecerles.
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