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Reportaje:

Legión de proscritos

El sistema de proscripciones del Gobierno surafricano constituye un método sin igual para silenciar por decreto a la oposición, castigando a sus oponentes sin proceso legal y convirtiendo sus casas en prisiones sin ningún coste adicional para el Estado. El decreto, firmado por un ministro del Gobierno, no puede ser recusado por ningún tribunal de justicia, y la proscripción se impone generalmente por un período de cinco años, y puede volver a imponerse el último día del quinto año. La proscripción suele emplearse, por lo general, contra aquellos disidentes a los que el Estado no puede condenar en un tribunal aplicándoles alguna de las leyes en vigor que sirven para señalar los límites de la disidencia, e impone restricciones tan complejas que es prácticamente imposible no contravenirlas, creando un delito técnico por el cual se puede procesar entonces a la persona proscrita. Al proscrito se le prohíbe asociarse con más de una persona, con excepción de sus familiares más íntimos, y se define asociación como el estar en una habitación con más de una persona o hablar. con más de una persona a la vez. Al proscrito se le prohíbe escribir, incluso tener un diario; no se le puede mencionar en la radio y está sometido a vigilancia mediante una observación regular, controles esporádicos y controles electrónicos, interviniéndosele todo el correo que recibe y grabándosele todas las llamadas telefónicas.

Aislamiento social en un ambiente hostil

Existen actualmente 96 personas proscritas, de las cuales dieciséis son blancos, y que padecen e único aspecto de la vida en Africa del Sur que es peor para los blancos que para los negros: la alienación psicológica que produce el aislamiento social en un ambiente hostil.

En Africa del Sur todo lo demás es peor para los negros: las condiciones de vida, las oportunidades de trabajo, las de educación, las instalaciones sanitarias, la nutrición, las leyes, las celdas e incluso la comida de las prisiones, que se gradúan según la clasificación racial.

Pero el negro que está proscrito y confinado en su casa, entre la población negra es un héroe en esa ciudad, y toda la comunidad negra lo sostiene con su apoyo, mientras que el blanco confinado, en su barrio de blancos se le considera un traidor y un marginado, blanco ideal para los ataques de su comunidad.

Yo fui proscrito el 19 de octubre de 1977, después de que tres oficiales de la policía de seguridad me arrestaran en el aeropuerto de Johanesburgo cuando iba a subir a un avión, me leyesen el decreto de proscripción y me condujesen mil kilómetros, de noche, hasta mi casa, donde iniciaría el período de reclusión de cinco años.

Aunque durante todo ese día había habido noticias de recientes proscripciones y detenciones, yo no esperaba encontrarme entre los afectados, porque hasta entonces sólo se había utilizado la proscripción contra destacados disidentes, extremistas o activistas a los que el Estado no lograba procesar, y a mí, como director de un periódico, se me podía procesar bajo cualquiera de las veinticuatro leyes de Prensa. De hecho, en ese momento me encontraba bajo fianza pendiente de juicio en el Tribunal Supremo, después de haber sido sentenciado a seis meses de cárcel por un tecnicismo legal, y de alguna manera pensé que esto era una forma de inmunidad contra la proscripción.

La creencia de que yo no era de la clase de personas a quienes se podía proscribir se basaba también en la naturaleza pública de mis actividades periodísticas. Mis críticas al apartheid eran publicadas en mi periódico o en mi columna fija de otros periódicos. Por tanto, no ocultaba nada, mientras que con la gente proscrita existía siempre la sospecha de que habían estado involucrados en actividades que, aunque no podían considerarse como ilegales, rayaban en la subversión.

Esperaba represalias por investigar la muerte de Biko

Admito que esperaba que el Gobierno tomara represalias por mi participación en una campaña para que se investigase la muerte del portavoz negro Steve Biko en las dependencias de la policía de seguridad, pero pensaba que el castigo se produciría en forma de más procesos bajo las leyes que re gulan las publicaciones, de las cua les ya había sufrido seis. Así que cuando llegué al aeropuerto de Johanesburgo para coger un avión camino de un congreso en Estados Unidos, me sorprendió que oficiales de la policía de seguridad se acercasen a detenerme para imponerme la proscripción.

Estaba sorprendido más que asustado. Fue una experiencia extraña, en la que las emociones iniciales de alarma e ira dieron paso a la sensación de que al fin había traspasado una línea que inconscientemente sospechaba que tendría que cruzar un día. Y la sensación de la pérdida repentina de libertad se atemperaba con una de halago al colocarme en la misma categoría que Winnie Mandela, Mampela Ramphele, Beyers Naude y otros a los que yo admiraba por el valor que suponía su disidencia, y más aún cuando supe que mis amigos el reverendo Theo Kotze y el padre David Russel se encontraban ahora también entre los proscritos. Estaba claro que a nosotros, los moderados, se nos consideraba en este momento como enemigos reales del régimen en el poder, y comencé a considerar qué se podía hacer de verdad para justificar que se nos considerase como tales.

Los dos primeros meses de confinamiento representaron una nueva educación, con lecciones nuevas sobre la naturaleza humana, sobre la lealtad de los amigos y la malicia de los enemigos, de cómo la gente de la calle reacciona a una proclama de leprosería política en su medio.

Es posible imaginarse las resctricciones obvias de un confinamiento impuesto por el Estado, pero sus efectos son difíciles de explicar a los demás. El que se te prohíba hablar con más de una persona a la vez impone unas restricciones difíciles de explicar a quienes no se han visto en la misma situación.

Castigo por repetición continua

Uno de los castigos es la repetición continua. La mayoría da por hecho la comunicación múltiple, hablando con dos o más personas a lo largo de un día cualquiera más de lo que uno se da cuenta. Pero cuando se es un proscrito y sólo se puede hablar de uno en uno con amigog u otras personas que te aprecian, se encuentra uno con que se pasa todo el día repitiendo conversaciones enteras, a veces con las frases en el mismo orden. Y, paradójicamente, puesto que la proscripción está pensada para aislarle a uno de la sociedad, se descubre con ironía que, sin embargo, la intimidad ha terminado. Además del vigilante de la policía de seguridad, constantemente apostado en la acera, se producen intrusiones dentro de la casa, sobre todo por parte de aquellos para: quienes se es un cautivo visitable. Las personas confinadas en sus casas no pueden decir nunca a los visitantes no gratos que han salido, aun cuando a estos últimos les mueva más la curiosidad que la preocupación.

Y no todos los coches que aminoran la marcha cuando pasan por tu puerta son de policías de guardia. La gente corriente es también inquisitiva, y algunas familias, cuando salen con el coche a dar una vuelta, incluyen la casa del proscrito en su programa. turístico junto con el museo o el zoo. Tu casa se convierte en una pecera política, y la ilusión de que los muros sin ventanas son por lo menos una pantalla sólida se desvanece al descubrir que la electrónica moderna pone cada rincón de cada habitación al alcance del oído de la policía de seguridad.

Al principio, uno se lo tomá'a broma. Parece paranoico y algo pintoresco imaginarse que todo este dispendio y complejidad se dirijan contra uno. Después se da uno cuenta de que la descripción de la policía de seguridad en la orden de proscripción como amenaza a la seguridad del Estado responde menos a una toma de postura pública para justificar el castigo sin pruebas que al hecho de que verdaderamente lo crean así.

El proscrito percibe muy pronto que la proscripción consiste en algo más que las meras restricciones enumeradas. Estas son importantes en sí, pero sus derivados imprevístos son aún peores, y el peor de todos es cómo el Estado alienta a los elementos extremistas de tu comunidad a que te ataquen a ti y a tu familia como muestra de su patriotismo.

Los ataques directos asustan menos que los indirectos. Una noche dispararon cinco balas contra la casa y pintaron la pared riéndose de nuestra amistad con Biko, pero nos preocupaban más las amenazas telefónicas a nuestros hijos, sobre todo después de que éstas se hicieran realidad.

Un día llegó un paquete que contenía una camiseta para nuestra hija más pequeña, Mary, de cinco años, y cuando se la probó empezó a gritar; la habían rociado por dentro con ninidrina, una sustancia con base ácida utilizada por la policía para buscar huellas digitales en papel, debido a su reacción a los aminoácidos humanos.

Se le inflamaron los ojos, la cara y los hombros. Aunque le causó gran dolor, no dejó secuelas, afortunadamente; pero lo peor del incidente fue la actitud de los portavoces del Gobiemo cuando un detective privado demostró que había dos agentes de la policía de seguridad implicados y que se les había visto cuando entregaban el paquete en la oficina de correos.

Acusado de hacer daño a su propia hija

El ministro del Interior, Kruger, emitió una declaración en público en la que alegaba que había pruebas de que yo mismo había enviado el paquete y que era lo suficientemente despiadado como para hacer daño a mi propia hija para desacreditar a la policía de seguridad, acusación a la que no pude replicar, ya que no se me podía mencionar en los medios de comunicación, y sus palabras sirvieron de estímulo a los extremistas para nuevos ataques.

Antes de este incidente, aun antes de los asaltos nocturnos a la casa, nunca ine había considerado capaz de matar a un ser humano, pero eso cambió en seguida. Tenía un fusil antidisturbios, un Winchester de cañón recortado, y un spray letal, y cuando por la noche esperaba a que volvieran los asaltantes anhelaba con, todo fervor tener una oportunidad de usarlo.

Tenía una excusa preparada para tal homicidio -que había creído que los intrusos eran ladrónes-, lo cual supone automáticamente la inmunidad en Africa del Sur, donde existe para los blancos una legislación muy laxa sobre tenencia de armas.

Teníamos también una Beret- ta 32 automática para que la utilzara mi esposa, ya que el rifle antidisturbios la aterraba y quería un arma propia. Prácticamente en todos los hogares de blancos se tienen armas de fuego por temor a los intrusos negros, y a nosotros no nos las había quitado la policía de seguridad. Pero las nuestras eran para protegernos de nuestros compatriotas blancos, no de los negros. Una noche, después de haber observado un coche aparcado en la oscuridad hasta la madrugada, salí, y apuntando a un tipo a la cara le pregunté qué hacía allí, y descubrí que era uno de los reporteros de mi periódico, armado con una pistola a su vez, que, movido por la lealtad, vigilaba mi casa para protegerla de ataques.

A la semana de mi proscripción ya había comenzado a escribir un libro sobre lo que le había ocurrido a Biko, trabajando por la noche, cuando había menos probabilidad de que la policía de seguridad patrullara. Mi esposa jugó un papel clave, recogiendo material para el manuscrito y ayudándome a enviarlo clandestinamente a un editor de Londres.

Teníamos la intención de planear la huida del país cuando el manuscrito estuviera completol pero el incidente de la camiseta nos obligó a adelantar el plan por temor a que se produjeran similares ataques a los otros niños.

Así que el último día de 1977 cruzamos la frontera hacia Lesotho, mientras la policía de seguridad celebraba la festividad; yo salí disfrazado de cura, y mi esposa e hijos salieron por otra ruta y nos dirigimos, vía Botswana y Zambia, a Londres.

Uno de los beneficios de la proscripción es la adquisición de una total concienciación de hasta qué punto Africa del Sur está en un estado de guerra no declarada a causa del apartheid, en el que el abogado exiliado Joen Carlson dice que no hay neutralidad posible.

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