La mala noche de Pavlovsky
Pavlovsky es un gran creador de climas. Su arte no es nada menos que eso: inventar una comunicación muy especial entre la sala y el escenario, donde desarrolla lo que él mismo llama "preludio infinito para un espectáculo"; el espectáculo se produce, precisamente, esperando el espectáculo que nunca llega, al que se renuncia. El clima que crea es muy peculiar: el de la ambigüedad sobre sí mismo, hombre-mujer, donde va más allá del simple travestido. Es más intelectual.Además de la ambigüedad hay un juego sadomasoquista, una burla cruel de sí mismo, de una condición de la que al mismo tiempo alardea y critica. "Esa loca", como dice él de sí mismo, tiene momentos brillantes, genialidades en la creación del conjunto morboso, en la improvisación -dentro de un esquema de espectáculo cuidadosamente montado-, en el desparpajo, en la obscenidad.
El misterio de la nada
Se le ha visto así muchas veces. Probablemente esta noche, mafíana, en la sala Cadarso, de Madrid, donde hace una breve temporada, se repetirá esa calidad mágica. Hay que reconocer que el día de su presentación no lo consiguió. No hubo clima o, por lo menos, él no llegó a percibirlo desde el escenario, ni siquiera en sus paseos por la sala y entre el público. Cuando un espectáculo bas,ado en el misterio de la nada pierde el misterio, se queda en la nada, larga y aburrida.
Pavlovsky peirdió pie, creyó percibir que la culpa era del público, que no le respondía: de la calidad de un público de invitados, o de una sala que desconocía. No vaciló en culpar al colectivo de los espectadores. Es iin error, no ya desde el punto de vista de la corrección clásica de un actuante, sino desde el interior mismo de un espectáculo: si no se funciona, es que el artista no crea la comunicación, no sabe convertir a su público en el espejo irónico que necesita. Se le vio caer en esa angustia; probablemente desmedida, porque una inmensa mayoría estaba con él; se le vio luchar y, a medída que lo hacía, lo estropeaba todo más.
Demasiado ticimpo
El tiempo se ¡largaba, el enrrolle irritaba; algurios espectadores iban abandonando la sala. Es, en efecto, demasiido duro soportar casi cuatro hojas seguidas -sin descanso- un espectáculo sin cuajar, un artista agotado, del que no brotaba el ingenio, o se repetía mecánicamente con el mismo resorte siempre; aunque, desde una cierta forma fría de observación, sea admirable ver el esfuerzo inaudito de este creador por no convencerse ante la imposibilidad de crear. Quizá sin esfuerzo hubiera sido menor, si hubiera tenido la humildad de dejarlo en un par de horas menos -si fuera posible, las últimas-, hubiera salido adelante.
Esta es la reseña de una noche, no la crítica de un artista. Pavlovsky está por encima de una mala noche, y la crítica tiene que seguir siendo la misma: es, habitualmente, un extraordinario creador de climas, un maestro de lo ambiguo y del sadomasoquismo en el espectáculo.
Estuvo incluso mucho mejor de lo que él creía: y la supervivencia durante esas casi cuatro horas de una mayoría de los espectadores, y las ovaciones entusiastas al final del espectáculo, probablemente consiguieran tranquilizarle. Demasiado tarde. Pero no para los espectadores de hoy, de mañana, que seguirán siendo suyos.
Babelia
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