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Tribuna:'ROCK'
Tribuna
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Rainbow, el triunfo del contexto

Caro, muy caro fue el concierto de Rainbow y Girlschool que tuvo lugar el pasado miércoles en el pabellón del Real Madrid. Bueno está que el primer grupo sea uno de los puntales del heavy, bueno que las teloneras alcanzaran justa fama y reconocimiento en sus anteriores actuaciones hispanas, bueno está lo bueno, pero 1.200 pesetas es un poco demasiado.A pesar de ello, el pabellón se vio pronto abarrotado y henchido de misticismo. En efecto, nunca podrá obviarse en un concierto de rock duro su caracter ritual. Un rito que se incrusta y reproduce en todas las edades, todos los medios sociales, todas las culturas y aspectos que aquí se congregan. Sus extremos más llamativos se denominan carreras en la entrada, intentos de penetración ilegal, peticiones de papelillos y unas tajadas inmensas. Luego existe aquella necesaria expresión valorativa que mezcla a la progenitora con la prostitución y remata con un pariente cercano de la primera. Los puños izados, el lenguaje de los signos (la palabra no se entiende, abrumada por el follón), el éxtasis, la entrega, el gozo de una fiesta deseada y cumplida.

Así es, así parece, pero, ¿cuál es el motivo de tanto jolgorio?

Bien, aquí llegamos, otra vez, a lo que hubo. Un grupo de chicas sonando con cierta espectacularidad y una guitarrista muy guapa. Ellas, Girlschool, son auténticas y hacen con cierta ilusión su sonido bárbaro. En Barcelona arrasaron, en Madrid simplemente gustaron y prepararon un buen ambiente para que los grandes pudieran lucirse.

Y sí se lucieron. En primer lugar, tardando todo lo que quisieron en aparecer en escena. En segundo, demostrando que los mitos son los mitos y que Ritchie Blackmore sabe tocar la guitarra. Una vez convencidos de ello, ya podemos entusiasmarnos con dos enormes ojos translúcidos y algo cutres colgados entre la tramoya, desde los que sendos focos blancos nos iluminan y ciegan. O atemorizarnos por un breve instante con los estallidos tonantes de grandes masas de pólvora. Recoger los veintitantos palillos que lanza el batería desde su solo, muy largo y borrico. O también gozarla al tratar de agarrar cientos de pelotitas de ping-pong que se precipitaban desde el escenario.

¿La música? ¡Ah! ¡Eso! Pues nada, lo de siempre. Ligeros toques sinfónicos, recordatorios de lo plagiarios que eran Deep Purple (antiguo grupo de Blackmore) al interpretar el Bombay Calling de lt's A Beautiful Day, que ellos llaman de otra manera; machacar al personal con rudeza y apuntes melódicos de la guitarra de un líder que para eso está. No se deben regatear elogios a una actuación tan completa y entusiasmante. La gente, que sabía a lo que iba y lo que deseaba, se lo pasó en grande y parecía dar por bien empleado su dinero.

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