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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Italia: la crisis como sistema

AMINTORE FANFANI es uno de esos hombres rituales de la política italiana que ilustran una clase política de estilo, prestigio, y la vertú renacentista de la astucia, del compromiso. Nace del gran vivero de la escuela y la universidad católica, dúctil y moldeable; tiene en su hoja de servicios un exilio del fascismo -en 1943, en Suiza, cayendo ya la guerra- y se le llama para formar Gobierno, o para dosificar Gobiernos en formación como ministro, aludiendo a su condición de izquierda dentro de la democracia cristiana. Es inútil explicar una vez más que las nociones de izquierda y derecha son notablemente confusas en Italia, donde toda política es coyuntural y donde, sobre todo, y desde la posguerra, se hacen ejercicios inverosímiles para que nada cambie en la cúpula, aunque la vida se desarrolle con alguna velocidad (Italia es el país más moderno del Mediterráneo, más receptor de modificaciones de la vida cotidiana).Una vez más, a los 74 años (Toscana, 1908), Fanfani viene a intentar su compromiso para sacar adelante el bloqueo político italiano. Derribado Spadolini, casi a fecha fija parece que la salida normal sería la convocatoria de unas elecciones generales que ayuden, si pueden, a trasladar la posiblemente nueva composición de la opinión pública a la Cámara. Hay algún miedo en los grandes partidos. El comunista, que sigue siendo el más sólido de los de su género en Europa, o por lo menos el más numeroso, no está tranquilo pensando que la ola de deterioro del comunismo y de desconfianza hacia él que hay en toda Europa le va a alcanzar y puede tener una pérdida sensible de votos; la democracia cristiana teme también que continúe el camino descendente iniciado ya hace tiempo. Se trata de aplazar en lo posible la disolución y la convocatoria de elecciones. Y se busca al anciano Fanfani.

Este tiene un cargo de relativa importancia en la actualidad: el de presidente del Senado. Se supone que ese puesto, aunque esté dado por razones de partido -la DC-, está por encima de la política de lucha diaria y tiene una misión de arbitraje -dentro de una cámara generalmente tranquila- que le caracteriza para realizar lo que se llama un Gobierno institucional Viejo sueño de países con crisis largas: un Gobierno donde los partidos deleguen sus hombres más neutros y constructivos, nutrido con independientes, con figuras de relieve, dedicado a una cierta limpieza de vicios. El sueño consiste siempre en que esos hombres sabios no suelen existir y en que la magnitud de los problemas termina por desbordarlos. En todo caso, la vieja experiencia de Fanfani, su misma edad jubilar, su esperanza de coronar una biografía muy llena y la intuición del renacentismo astuto le están llevando a realizar ya las consultas pertinentes. Si se desmorona esa esperanza, el país se encontrará no peor que en las situaciones actuales, salvo en el hecho de que los problemas pendientes tendrán unos meses más de edad y, por tanto, más vigor. Los problemas reales de Italia son equiprabales a los de otros países: una crisis mundial generalizada, la introducción considerable de elementos tecnológicos y productos de consumo (quizá en una cuantía superior a la de otros países de Europa y con una publicidad enormemente brillante) que no corresponden a grandes zonas deprimidas del país y un mercado de adquisición que disminuye cada vez más su aptitud de compra. La peculiaridad italiana es que mientras en otros países la política corre detrás de la ansiedad de la vida diaria, aunque no consiga nunca atraparla, en Italia trata de resolver problemas muy nuevos con fórmulas muy viejas. Ni siquiera es seguro que unas elecciones dentro de tres o cuatro meses -quizás inevitables- sirvan para producir esos grandes cambios necesarios, ni que los políticos surgidos de unos partidos enquistados en su antigüedad sepan atrapar, aunque sea por la cola, algunos de esos problemas.

Tampoco puede descartarse que el mismo Fanfani termine sus gestiones para la creación de ese Gobierno institucional sin ningún éxito y el presidente Pertini tenga que optar entre volver a una nueva forma clásica o, finalmente, decida convocar las elecciones. Sin muchas esperanzas de que estas conduzcan a un panorama mejor. Podría suponerse entonces que lo que está en crisis en Italia es el sistema, o que precisamente es la crisis el sistema habitual para que Italia funcione. La historia reciente, y la más anterior, así lo parecen sugerir.

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