El hombre que consolidó el poder soviético
Sesenta y cinco años después de la "evolución de Octubre, Lenin podría sentirse satisfecho de las metas alcanzadas en la era Breznev. La época mas dura para la URSS Ie resuelta por Stalin, que avalado por la victoria en la llamada Gran Guerra Patria, pudo, durante años de tremendas purgas, configurar una estructura geopolítica en la que tuvieron cabida pueblos y nacionalidades bajo una bandera común. Posteriormente, Jruschov supuso un tránsito necesario para calmar a un pueblo duramente castigado.La era Breznev se enmarca bajo otro signo. Los cambios no son espectaculares, pero sí los consideran positivos los ciudadanos sometidos a un régimen totalitario y dictatorial, que aceptan vivir así para alcanzar, a través de nuevas generaciones, otras metas.
Es una esperanza común, basada en los logros que se han ido consiguiendo -que pueden hacer sonreír a una sociedad capitalista- como son el pleno empleo, aumentos anuales de los salarios, nuevas viviendas con algunos metros cuadrados más de los establecidos en los planes quinquenales y un tratamiento represivo más suave contra los llamados disidentes.
Una nueva etapa
Estos años suponen iniciar u nueva etapa para este conglomerado de repúblicas, cada una con su idiosincracia particular, marcada por una coordinación difícil de entender si se conocen las particularidades de cada una. Breznev instala en los órganos de decisión a personas afines a las líneas emanadas por el poder central del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), en un entramado sibilino donde nunca faltan representantes significados de cada república.
El pragmatismo es lo más significativo de la personalidad de este último zar rojo de la URSS. No quiere un poder personal, aunque lo tenga. Por el contrario, se confía en tres pilares fundamentales cuyos nombres no dejan lugar a dudas.
Descansa en los conocimientos políticos del ideólogo del PCUS, Mijail Suslov. Cambia la imagen de ese servicio calificado de demoníaco, de espionaje interno y externo, conocido por las siglas KGB, al frente del cual instala a su íntimo amigo Yuri Andropov, que asciende de la mano de Breznev en la difícil pirámide del Kremlin. Y deja en manos de un gran estadista, todavía no suficientemente valorado, Andrei Gromiko, la política exterior.
No es el momento de otras valoraciones, que definirían sus momentos de mayor pasión, -represión checoslovaca e invasión de Afganistán- sino de definir, para bien o para mal, a un estadista que ha mantenido el equilibrio entre las dos potencias mundiales.
Breznev ya ha pasado a la historia. Se ha apoyado fundamentalmente en la llamada mafia del Dnieper, amigos que le han servido fielmente desde puestos de mayor o menos relevancia. Y ahí se ha basado su indudable efectividad, por supuesto criticable. Pero no se le podrá atacar por no haber mantenido durante estos años una habilidad para mantener a su país, bajo el signo de la dictadura, seguro bajo un sistema difícil de cambiar.
La mejor herencia que, según parece, ha dejado al pueblo soviético es la de tener resuelta su sucesión. En los cuatro últimos años, cuando su salud ya no respondía a la vitalidad demostrada a lo largo de su vida activa política, se inició un relevo de personalidades que en su entorno han podido aprender la difícil labor de dirigir. Si se confirman las especulaciones que los kremlinólogos han hecho, podríamos pensar, con cierta confianza, que la URSS puede comenzar una nueva etapa donde nuevos personajes en la cúpula del poder, desbaratando la gerontocracia habitual en estos regímenes, abran positivas esperanzas para competir con el mundo occidental .
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