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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Hacia unas nuevas relaciones entre Portugal y España

Veamos, sin necesidad de ir muy lejos, el ejemplo que nos dan belgas y holandeses. Acababa de terminar la segunda guerra mundial. Poco importaban entonces el peso de la historia y las eternas peleas de familia (¿qué puerto es más importante, el de Amberes o el de Rotterdam?, ¿de cuántas maneras correctas puede escribirse el neerlandés? ¿por qué motivo, en las guerras del pasado, habrá el sur, católico, apoyado a los enemigos del norte, protestantes?, ¿qué colonización fue mejor, la de Java o la de Congo?). Lo que importaba era el futuro y la mejor manera de hacerle frente. Unir las fuerzas, empezando por las económicas, parecía el medio más seguro de conquistar un lugar al sol de la segunda mitad del siglo. Y Bélgica y Holanda -conjuntamente con Luxemburgo (que guardaba discretamente para sus adentros los recuerdos gloriosos de la época borgoñona, en que fue la mayor capital regional)- decidieron crear una zona de libre comercio, que se llamó, Benelux, y que era el primer espacio económico racional de posguerra.Naturalmente, cuando escuchamos a unos y otros expresarse en privado, vimos frecuentemente formular quejas, reclamaciones o ironías. Pero a nivel racional, los tres países conservaron siempre la clara noción del interés mutuo de reforzar la unión. El progreso de cada uno de los tres pueblos ha sido mayor que si cada uno hubiese tirado por su lado. Su paz y su seguridad, también. Y la CEE debe, en realidad, su existencia al gesto histórico de los hombres de Estado de los dos países bajos.

La racionalidad y los paralelos

¿Será que lo que es racional entre los paralelos 54 y 50 deja de serio entre los paralelos 44 y 36?

No lo creo en absoluto. Es cierto que el llamamiento lanzado por mí y mis colegas españoles en 1970 para la inmediata creación de una zona de libre comercio entre España y Portugal (que entonces no habían iniciado las negociaciones en vista a acuerdos separados con la CEE) cayó en saco roto. Es cierto que la propuesta no dejó otro recuerdo que algunas menciones en revistas especializadas, americanas o alemanas, por añadidura. No me sorprende ni tampoco me desalienta.

La propuesta suscitó en aquel entonces la oposición feroz de las derechas más decimonónicas de nuestros dos países. Fue acogida con sorpresa y su ánimo por los demás medios políticos e informativos. Pero será tal vez por esta razón que no somos capaces, aún hoy, de hacer funcionar entre nosotros el acuerdo EFTA.

Y si seguimos por el mismo camino tendrán que ser terceros -la CEE en este casos- los que nos impongan la eliminación de nuestras respectivas barreras arancelarias.

A mis ojos todo esto ilustra la enormidad del montón de prejuicios y del océano de ignorancia recíproca que separan las clases políticas y pensantes de los dos países. Urge realizar un ejercicio de desbloqueo freudiano. Hay que restituir al adulto que cada uno de los dos países es una memoria que le permita encarar de una manera nueva y positiva las escenas traumatizantes de su infancia goda que le vetan el acceso a la felícidad conyugal. El obispo Gelmirez, doña Tareja, el rey Ordoilo y la Beltraneja se pierden en las nieblas de la historia. Enfrentémoslos desde una perspectiva diferente y encaremos el futuro con el pragmatismo de los nórdicos.

Todo se sabe, todo se transporta

¿Y qué vemos a nuestros alrededores? Vemos que el mundo en que vivimos resbala hace años vertíginosamente a lo largo de la parte descendente de una curva de Kondratiev, de la que no se alcanzará el punto más bajo antes del fin del siglo, o sea, dentro de unos largos quince años. Kondratiev o no, el fenómeno -que lo llamen crisis, recesión o lo que sea- está en pleno auge. Dejando de lado el lenguaje hermético de los economistas nos lo podemos explicar: hay dos o tres buenas razones que nos permiten entender el origen de la crisis.

La primera es la dispersión y diseminación universal de la técnica científica aplicada a la producción y también de la creatividad tecnológica, privilegio hasta hace poco celosamente guardado de los blancos europeos y noratlánticos.

Hoy, los barcos coreanos, la electrónica de Singapur, los aviones brasileños (y mañana la química de los árabes del Golfo y el acero africano) hacen irrupción sobre todos los mercados, en situación de ventaja comercial en relación a los bienes manufacturados por los productores tradicionales.

La segunda razón -cuyos efectos se combinan con los de la primera- es la multiplicación de los medios de transportes y de comunicaciones. El mundo es todo único. Ya no existen hoy rincones aislados. Todo se sabe al mismo tiempo y en todas partes. Todo se transporta sin demoras. La oferta y la demanda se interpretan.

La tercera razón es la frontera que divide el mundo de la economía de mercado (que estimula el consumo) del mundo de la economía estatalizada, que lo frena. Los bajos niveles de consumo individual impuestos políticamente en el segundo reducen las dimensiones del mercado mundial potencial, agravan las crisis de subproducción y tienden a exacerbar lacompetencia en el resto del planeta.

Dentro de semejante contexto, las naciones del viejo continente deben proceder rápidamente a la adaptación de sus estructuras y de sus comportamientos económicos. Y aquéllas que queden prisioneras de sus demonios históricos y no se adaptan, o lo hacen con demasiada lentitud, están condenadas a perder inexorablemente terreno en relación a todas las demás.

Los tiempos exigen, y con urgencia, mirada joven y fresca, y coraje para replantear los problemas de las economías nacionales.

Y aquí están Portugal y España. Dos países instalados sobre la misma península, favorecída por una posición geoestratégica excepcional. Diez millones de habitantes por un lado, 35 millones por otro, pero animados de pulsiones económicas muy desiguales. La riqueza nacional creada por cada español es, en promedio, dos veces y media o tres veces mayor que la que corresponde a cada portugués.

En consecuencia, la relación entre los dos espacios económicos es de una a diez o doce. Un país pobre al lado de un país rico.

Como la relación de los consumos es prácticamente simétrica de las magnitudes del PIB, un español dispone de un nivel de vida dos o tres veces superior al de su vecino atlántico.

Dos mercados complementarios

Portugal constituye, pues, para España una importante reserva de desarrollo, un potencial enorme de actividad y de mercados. Bastaría que el nivel de vida de los portugueses alcance las medias de consumo que se verifican hoy en España para que estos mercados se multipliquen por tres.

¿Cómo explicar entonces que los empresarios, e industriales espafíoles, que van a invertir en México, Costa Rica o Argentina, sobrevuelen Portugal y se lancen en búsqueda de nuevos y lejanos campos de acción ignorando el país que permanece amodorrado debajo de sus narices?

Y para Portugal, España constituye un mercado potencial, justo al alcance de la mano de los empresarios portugueses que siguen, sin embargo, desviándose para vender textiles al Reino Unido, celulosa a Francia, cerámicas a Alemania, piezas de automóviles a Suecia. Cuando, para ellos, Europa debería empezar aquí, al iado, en Vigo, Orense, Zamora, Salainanca, Cáceres, Badajoz, Huelva o Sevilla.

Y a pesar de estas evidencias, las barreras administrativas y aduaneras entre Portugal y España son tan altas que cada país no representa, para el otro, más que un porcentaje ridículo de sus respectivos comercios externos: entre 1% y 5%. Un abismo de mala voluntad política ancestral separa ambos pueblos, y los sistemas administrativos e institucionales impiden superar este abismo.

Una estupidez desconiunal. La primera, pero no la única. Hay más y peor.

La agricultura portuguesa es extremadamente deficitaria. Portugal importa, cada año, entre la mitad y los dos tercios de los alímentos que consume, o sea, productos por un valor de 2.000 a 3.000 millones de dólares. La agricultura española -una de las más progresivas de Europa- es excedentaria en cereales, frutas, legumbres y es mucho más adelantada como sector económico integrado en materia de apoyo a los agricultores, de organización del sistema financiero y del transporte exportador.

Desidia en las comunicaciones

Todavia más. Portugal es la fachada atlántica de la península y dispone de una serie de excelentes puertos: más pequeños al norte, más importantes en el centro. Dispone también del puerto de mayores calados de la península: el de Sines, donde está en construcción un enorme complejo portuario e industrial totalmente ignorado por los españoles.

Estos puertos deberían ser las vías naturales de salida de las producciones salmantinas y extremeñas, y Sines puede fúncionar como centro de transhipment transoceánico para toda la península. Pero la ignorancia política, que se traduce en ausencia de cooperación práctica entre las dos Administraciones, lleva a la ausencia de cualquier eje viario transversal que cruce la frontera y ponga el Atlántico a los pies de Castilla.

Muy al contrario, todos los ejes españoles contornean Portugal como si éste no existiera, para alcanzar la costa a centenares de kilómetros más lejos, al noroeste o al sur. El puerto de Cáceres no es Lisboa, o Setúbal, o Sines, a poco más de doscientos kilómetros. Es Vigo, o Sevilla, tres veces más distante, o incluso Bilbao, cinco veces más álejado.

No tenemos una autopista Lisboa-Madrid. Ni Oporto-Salamanca. Ní siquiera un puente entre Castro Marim y Ayamonte sobre el Guadiana.

El tren que une las dos capitales estatales emplea doce horas para hacer seiscientos kilómetros: una plusmarca europea, de la desidia.

Un hombre de negocios no puede ir y venir, en el mismo día, de una capital a la otra cuando su trabajo se lo exige. Este desafío a la lógica en materia de transportes y de intercambios de mercancías y de viajeros cuesta demasiado caro a nuestros dos países.

Pero no es legítimo ignorar, en estos tiempos de crisis mundial que obligan a utilizar las inversiones públicas para estimular las actividades económicas, el fecundo efecto multiplicador que tendría, para la economía de España y de Portugal, un gran plano integrado de construcción de vías terrestres (carreteras y ferrocarriles), establecido de común acuerdo por los dos Gobiernos y capaz de encajar lós puertos portugueses en la red española, de manera que se creara un único sistema de transportes portuarios y terrestres peninsuIares.

Esta enumeración no es exhaustiva. Podría citar muchos más ejemplos. Señalar rnás errores por omisión. No es el propósito de este artículo.

Abrir una discusión

Quiero dejar aquí constancia de un llamamiento. Un llamamiento para que estos problemas, fundamentales para nuestros dos países, sean considerados, discutidos, analizados por los intelectuales, la Prensa, los clubes de opinión, los empresarios y los sindicatos, los políticos. No podemos seguir escondiendo la cabeza como las avestruces. No podemos ignorar los hechos.

Que se abra una discusión pública, amplia, animada. Sectores cada vez mayores de nuestros dos pueblos tomarán así conciencia de la necesidad de medidas concretas y prácticas. De la necesidad de un cambio de actitud. La Prensa debe jugar, en esto, un papel esencial, si no motor. (Los Gobiernos seguirán después, como en le petit prince, de Saint-Exupery...). Un cambio de actitud.

Como en esta península de Sénecas somos todos filósofos, el debate es capaz de ayudarnos a dar el salto freudiano en las profundidades de nuestros subconscientes colectivos, y de permitirnos tener de la historia pasada una memoria más adecuada al futuro.

Pero esto se merecería otra historia. Lo que importa, de momento, es no perder de vista que el mundo no espera por nosotros, y que el futuro, implacable, está llamando a nuestras puertas.

Rogerio Martins es miembro del Partido Socialdemócrata portugués. Ex consejero del primer ministro Francisco Sa Cameiro para los asuntos políticos.

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