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Visita de Juan Pablo II a España

"La fe católica constituye la identidad del pueblo español"

Juan Arias

"Juan Pablo, pillo, nos metiste en el bolsillo". Con esta pancarta, escrita en celeste sobre fondo blanco, y otras igualmente coloristas, los gallegos recibieron al Papa, fiesteros, ayer por la mañana, en el aeropuerto de Labacolla, de Santiago de Compostela, lugar en el que antiguamente se concentraban los peregrinos antes de visitar al Apostol. A ellos les dijo Juan Pablo II que "la fe cristiana y católica constituye la identidad del pueblo español". El avión de Iberia que traía al Papa desde Madrid apareció en el horizonte a las 10.30 horas. Los primeros peregrinos, alumnos de un colegio de Ribadeo, llevaban esperando más de dieciséis horas, tras haber pasado toda la noche a la intemperie bajo la lluvia y la humedad.

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Alfombra de pétalos de flores.

¡Gritemos fuerte viva el Papa, para que nos escuche desde el avión!", decía la megafonía, jaleada por el organista de la catedral, que pedía a las 200.000 personas allí concentradas que, por favor, "comieran azúcar y molla de pan" para que no se desmayaran. En el altar, adornado con tres magníficos tapices gigantes del mismísimo Rubens, destacaba un precioso frontispicio construido con "millones de flores y hojas de pino gallego".Para calentarse mientras llegaba el Papa, la muchedumbre cantaba, interrumpida por el animador que decía: "Venga, pongamos todos cara de alegría, porque ésta es una fecha histórica"; y explicaba que se podía ganar la indulgencia plenaria del jubileo compostelano sin necesidad de visitar la basílica, con tal de confesar y comulgar cinco días antes o después de la llegada del Papa. Y, preocupado de que alguien pudiera desmayarse, insistía: "Que sí, que también comiendo se puede esperar al Papa".

Y precisamente en una sala del aeropuerto, donde habían sido concentrados los cientos de curas que iban a distribuir la comunión, mientras se ponían las albas blancas y las estolas rojas, algunos, de cara a la pared, se comían sus bocadillos de queso y chorizo con castizo candor campesino. Un monseñor les repartía los paraguas amarillos que han recorrido ya media España. "Por favor", les decía, "no se vayan a quedar con ellos; hay que devolverlos a Madrid. Y además, daríamos muy mal ejemplo". "¿Podemos comprarlos?", preguntó, levantando el dedo como un colegial bueno, un sacerdote ya mayor. "Que no, que tienen que volver todos a Madrid; he dicho todos", respondió el monseñor.

Era la primera vez que un Papa llegaba peregrino a Santiago de Compostela, el primer apóstol mártir, y la gente gritaba: "Juan Pablo peregrino, Galicia está contigo".

El avión papal aterrizó en la zona militar del aeropuerto, donde fue recibido, entre otras autoridades, por el presidente de la Xunta gallega, Gerardo Fernández Albor. El Papa quiso saludar también, de un modo especial, a José Figueira, académico de la Lengua que ha traducido al gallego sus poesías.

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En procesión solemne, cantando, el Papa llegó después hasta el gran altar del aeropuerto, acompañado por obispos y cardenales. Les precedía, llevada a hombros, la reliquia, bajo baldaquino de plata, de un dedo del apóstol Santiago. El Papa iba revestido con los ornamentos de la misa, con casulla roja, un poco más carmín que la de los otros obispos. Casi se apoyaba sobre el báculo-crucifijo. Unas mujeres comentaban en gallego: "Pobrecito, cómo se ha aviejado estos días con el pálizón que le han dado". Y cuando pasaba cerca de ellas, las manos se les quedaron abiertas a mitad del aplauso para contemplarlo como sin respirar.

"'En Compostela", les dijo el Papa, "se manifiesta el amor como clave de la existencia humana y que potencia los valores de la persona para comprometerla en la solución de los problemas humanos de nuestro tiempo". Habían pedido que nadie aplaudiera al Papa, pero todos desobedecieron varias veces, empezando por los obispos. Los prelados aplaudieron sobre todo cuando dijo algunas palabras en gallego, cosa que no hizo, sin embargo, en su discurso el arzobispo de Santiago, Angel Suquía. "Una cosa", comentaban los informadores locales, "que difícilmente le perdonará la gente"; sobre todo, añadieron, porque monseñor Suquía habla muy bien el gallego. ¿Por qué lo hizo?

Sembrar el Evangelio

Juan Pablo II se definió a sí mismo, durante su discurso, "peregrino que ha recorrido las benditas tierras hispanas sembrando a manos llenas la palabra del Evangelio, la fe y la esperanza". Al aeropuerto de Santiago, que quedó ayer por la mañana completamente cerrado al tráfico aéreo y convertido en una gran iglesia, los peregrinos habían llegado de pueblos y aldeas de toda Galicia. Muchos a pie. Entre los carteles de siempre, esta vez se podían advertir algunos más "conciliares", como uno muy grande, rojo, que decía: "Liturgia abierta, Iglesia compromiso".El tiempo jugó a todo: a la niebla, a un poco de lluvia y hasta a unos rayos de sol que jugaban al escondite. Juan Pablo Il acabó subrayando el carácter de martirio de Santiago de Compostela, y explicó que la misión de la Iglesia empezó a realizarse en el mundo, precisamente, dijo, "cuando los apóstoles empezaron a abedecer a Dios antes que a los hombres", concluyendo que dicha obediencia fue pagada con el duro precio del "sufrimiento, la sangre y la muerte".

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