El discurso plural del papa Wojtyla
EL PAPA Juan Pablo II pronunció ayer en Madrid dos importantes discursos de contenido y fibra política ante las representaciones del Estado y de los medios de comunicación, y un sermón pastoral -que resultó también, a su modo, una pieza de oratoria política- ante la multitud de madrileños que acudieron a la celebración de la misa en el paseo de la Castellana.En estas tres ocasiones, Wojtyla ha puesto de relieve nuevamente sus aspectos contradictorios de hombre progresista y avanzado en las ideas respecto a la construcción política y social de la comunidad y conservador a ultranza de los principios morales y el dogma eclesial. Las luces y sombras de un papado que inevitablemente dará que hablar en la historia largo y tendido se muestran en la dureza y claridad de sus palabras contra el divorcio y el aborto en el acto eucarístico, comparables sólo a su expresividad indubitable a favor de la democracia y las libertades en los mensajes políticos.
El compromiso del Papa con la defensa de las libertades, su salutación a los legítimos representantes del pueblo español, su decidida intención de despolitizar su visita aplazándola para después de las elecciones, su reconocimiento del pluralismo y su petición de que se respeten las peculiaridades de los diversos pueblos enmarcan las posiciones del Papa en una inequívoca actitud de defensa de la democracia. Esta actitud enlaza además con la del pacifista que Juan Pablo II es, con sus empeños y anhelos por lograr una convivencia internacional exenta de la amenaza de guerra y con sus votos para que España ocupe en este conjunto de las naciones -y especialmente en las de Europa- el papel que le corresponde. Cosas todas ellas puestas de relieve en su audiencia al cuerpo diplomático acreditado en Madrid y en su visita a la sede de la Organización Mundial del Turismo, en donde hizo también una defensa de la necesidad de respetar el medio ecológico.
En la alocución a los representantes de medios de comunicación social ha brillado igualmente ese lúcido deseo de libertad, que se ha hecho explícito ¡incluso en la defensa del secreto profesional de los periodistas. Secreto que, aun reconocido por la Constitución, no ha sido desarrollado positivamente por la ley, y por guardar el cual han sufrido y sufren procesamientos y juicios numerosos periodistas españoles.
Es tan grande el aire de modernidad y progresismo que Juan Pablo II exhala en su actividad política que sorprende aún más su recio conservadurismo en las cuestiones estrictamente morales o religiosas. Es cierto que nada hay de novedoso en la actitud firmemente ortodoxa del Papa, expuesta ayer en su sermón de la misa vespertina, respecto a cuestiones como la indisolubilidad del matrimonio, la inadmisibilidad del aborto para una conciencia católica o el llamado principio de subsidiariedad del Estado en la enseñanza. Y es preciso reconocer que la inteligencia del Pontífice y su enorme calidad humana le han llevado a una claridad expositiva absoluta en todos sus términos y en todas las alocuciones. Por eso es, además preciso reconocer la gallardía, la sabiduría también, que ha tenido el. Pontífice retrasando su viaje para después del tiempo electoral, pues un sermón como el de anoche habría tenido sin remedio ecos interesados en la Prensa que ha apoyado a las formaciones de la derecha perdedoras de los comicios. A este respecto llama incluso la atención el especial acento que el Papa puso, dirigiéndose a los directores de periódicos, radio y televisión, en la responsabilidad en que incurren los gestores de dichos medios "creados por la jerarquía, alguna familia religiosa, secular o grupos de católicos. Los destinatarios de vuestros servicios", señala, "pueden pensar que sois, de un modo u otro, la voz de la Iglesia o de vuestros prelados".
Por lo demás, sería ridículo por nuestra parte entrar ahora en polémicas con los criterios del Papa sobre las cuestiones del derecho de familia, organización de la enseñanza y libertad sexual, criterios que es sabido no compartimos y que sitúan el pensamiento del Pontífice notablemente lejos de las opciones que han votado casi diez millones de españoles otorgando su sufragio al PSOE. La interpretación de los textos constitucionales que el Papa hizo anoche en las materias de aborto y escuela, pudiendo ser correcta, no deja de ser una opinión que para nada ha de influir en la aplicación de un programa tan abrumadoramente avalado por el sufragio público. Pues la misma línea de pensamiento del Papa conduce a la conclusión de que son los representantes legítimos del pueblo -las Cortes y, en su caso, el Tribunal Constitucional- los llamados a decidir sobre estas cuestiones legales, y no las instancias religiosas. De ese pensamiento papal se desprende también la necesidad de que los católicos asuman como ciudadanos esa voluntad política representada en las urnas, al tiempo que deben encontrar un marco de convivencia que garantice sus derechos y el ejercicio público y privado de sus creencias.
En definitiva, de un primer análisis de los discursos papales hasta ahora pronunciados en España parecen deducirse muy claramente dos cosas importantes: la primera, el compromiso de la Iglesia católica con el régimen de libertades, puesto de manifiesto ya en numerosos documentos episcopales que han logrado felizmente hacer olvidar el silencio lamentable de las primeras horas del frustrado intento del golpe del 23-F. La segunda, su alineamiento con los sectores más conservadores -y aun los decididamente reaccionarios- en lo que a materia de costumbres atañe, mientras que se percibe un esfuerzo nada desdeñable en su acercamiento a las clases humildes y en su lucha por una mayor justicia social.
Vista desde fuera, la grandeza y miseria de la doctrina de la Iglesia es su falta de coincidencia absoluta con ninguna de las opciones políticas concretas. La mayoría de quienes aclamaron ayer en la Castellana sus posiciones sobre enseñanza y familia, difícilmente pasarían por el ojo de la aguja si repararan sobre las numerosas críticas del liberalismo económico y del mundo capitalista al uso que el Pontífice acostumbra a hacer. Quienes más se satisfacen de la defensa de las libertades y los derechos humanos que el Papa predica, de las reivindicaciones sociales aludidas o de sus valientes y desconcertantes posiciones internacionales, que le llevan lo mismo a recibir a Arafat que a intervenir activamente en Polonia, son mayoritariamente opuestos en este país a las concepciones de Roma sobre el divorcio, aborto y escuela. Por eso es indigno y falaz tratar de apoderarse de la figura del Papa por parte de ningún sector, y sería ridículo y poco serio también incurrir en descalificaciones globales, que a nada conducen. Por eso también es tan interesante y tan de agradecer que él no haya querido ser manipulado, políticamente. Pero es tan espectacular su presencia, son tan grandes sus condiciones como líder y su capacidad de propagandista, que difícilmente se hurtará a la polémica política este que él ha querido presentar como un viaje eminentemente religioso. Y que, como todo en Wojtyla, está sembrado de enormes contradicciones que hacen quizá más atractivo, más impresionante, más controvertido y discutible en su universalidad a este Papa católico que ha venido a nuestra tierra bajo el signo común de la esperanza.
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