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Dos exposiciones de arpilleras y pintura marcan el décimo aniversario de la muerte de Manolo Millares

Diez años después de la muerte de Manolo Millares (Las Palmas, 1926-Madrid, 1972), las galerías madrileñas Rayuela (Claudio Coello, 19) y Collage (Villanueva, 22) dedican a partir de hoy sendas exposiciones en homenaje a uno de los más inquietantes creadores de la reciente pintura española. En Rayuela se mostrarán arpilleras, seleccionadas por la viuda del artista, Elvireta Millares, fechadas entre 1950 y 1971, y en Collage se exhibirán pinturas sobre papel y obra gráfica.

La trayectoria artística de Manolo Millares, una de las más fuertes de nuestro panorama pictórico de la segunda mitad del siglo y fatalmente truncada hace ahora diez años, tuvo unos inicios afortunados. En la difícil empresa de retomar al hilo vanguardista tras nuestra guerra civil, Millares jugó con la ventaja del contacto con los supervivientes del grupo surrealista canario, a través de Eduardo Westerdahl y pintores como Juan Ismael. Eso determinaría el tono de sus trabajos primeros, ligados a la creación de revistas como Planas de Poesía y Los Arqueros y una pintura de evocación daliniana. La ruptura con ese surrealismo primario y con el expresionismo inmediatamente posterior se dará a través del contacto, tema recurrente en la historia de las vanguardias, con una cultura primitiva, y será en esta ocasión a través de restos arqueológicos guanches, en primer lugar con las pintaderas (sellos con dibujos geométricos), pero también con algo que a la larga resultaría más fructífero: las momias guanches y sus mortajas burdamente cosidas.Las pintaderas iban a provocar, desde el 49, la aparición de sus pictografías, en un mundo que evoca algo de Klee y de Miró, y que se cuentan entre las primeras manifestaciones abstractas de nuestra posguerra. Una progresiva voluntad constructiva, por influencia de Torres García, irá invadiendo su trabajo hasta desembocar, en 1953, en los Muros, y dejará en él una marcada tendencia al equilibrio, aun en sus momentos de mayor voluntad de tensión. En los Muros, Millares comienza ya a incorporar materiales no artísticos a la superficie de la obra: maderas, fragmentos de cerámica y, lo que luego iba a resultar decisivo, arpilleras. Pronto esas arpilleras reclaman para sí un total protagonismo, hasta comenzar a ser perforadas por Millares hacia 1955, lo que abría el camino al desgarramiento.

Período de madurez

Ese giro, que coincide con su llegada a Madrid, da paso al período de madurez creativa de Millares. Su labor era ya conocida y apreciada fuera de¡ ámbito canario; había participado en la I Semana de Arte Abstracto de Santander, en el Salón de los Once de D'Ors y en la Bienal de São Paulo, entre otras exposiciones. Dos años después de su llegada a la capital de España, saltará la pista entre él y Antonio Saura, lo que dará lugar a El Paso. En Millares eso iba traduciéndose en otro paso más allá del desgarramiento de la arpillera que se retuerce en formas que acentúan su volumen. Paralelamente, se va creando una tensa relación en distancia entre el soporte y la superficie de la obra, que llegará a ser máxima en sus Artefactos, del 64. Sin embargo, esa elección en la materia y la acción violenta a la que se la somete en su evocación dadaísta, no deseará caer, como nos dirá el propio Millares, "en el carácter meramente destructivo de la materia por sí misma, que se rebela contra todo y que anarquiza el movimiento en puro nihilismo, sino en el contenido morfológico-moral donde el hombre apunta desesperadamente a lo hondo de unas esperanzas...". Ese compromiso de raíz ética, que teñirá siempre la intención y declaración de Millares, acaba encontrando su formulación en los Homúnculos, expresión de una voluntad de redención humana. Pero ese soplo general que tiñe la obra de Millares de un componente trágico y que se formula dramáticamente no sólo en las formas sino también en los contrastes entre el rojo y el negro, fue dando paso a un protagonismo mayor y casi total del blanco, presente desde siempre, pero que cobraba ahora otro sentido. Con su ascensión en los últimos años, se revelaba mejor el, profundo equilibrio plástico, el sentido de orden que encerraban estas obras bajo su aparente desgarro. ¿Hacia dónde apuntaba ese camino final? Esa es una pregunta que no es lícito ya formular ante estas obras, clave de una arquitectura cerrada por el tiempo.El homenaje se completa con la presentación de un cuaderno con textos de Alberti, Ramón Tío Bellido, Alain Mousseigne, Fernando G. Delgado, Lasse Söderberg, Miguel Fernández-Braso y el propio Millares.

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