El Papa y los Reyes se saludaron como viejos amigos
Por primera vez, ayer tarde, un Papa besó tierra española. Eras las cinco en punto de la tarde, una hora "muy española", comentó un cronista extranjero. Y Juan Pablo II besó un suelo sin alfombra, en medio de un silencio que era casi religioso. En aquel momento sonó la primera salva de cañón debida a un jefe de Estado. Al revés de lo que ocurrió en otros viajes por tierras de habla española, en esta ocasión el protocolo del aeropuerto fue sencillo, severo, europeo e impecable en su organización. Por primera vez después de quince viajes de Juan Pablo II al extranjero la Prensa no pudo protestar.
El encuentro del Papa Wojtyla con los Reyes de España se produjo sin el empacho de otros casos, con otros jefes de Estado. Les saludó, se saludaron, el Papa, el Rey y la reina, como viejos amigos. Al avión habían salido a recibir a Juan Pablo II el cardenal arzobispo de Madrid, Vicente Enrique Tarancón, y el nuncio apostólico, monseñor Innocenti.El Papa saludó inmediatamente después de departir unos momentos con los Reyes al presidente del Gobierno en funciones, Leopoldo Calvo Sotelo, al teniente general Alvaro Lacalle Leloup, presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, y a otras autoridades civiles y militares.
Mientras el Rey leía su discurso de saludo algunos periodistas italianos preguntaban de vez en cuando el significado de algunas frases suyas, como si les pareciera raro un discurso tan poco diplomático, tan abierto. Mientras Juan Pablo II leyó su primer discurso en tierra española, el pequeño grupo de personas invitadas a estar presentes en el aeropuerto empezaron a gritar el clásico eslogan: "Juan Pablo II, te quiere todo el mundo". El Papa cortó por lo sano y con uno de sus gestos improvisados dijo: "Pero también el Papa quiere hablar".
Terminado su discurso, entre el público alguien con un vozarrón enorme seguía gritando: "Sí, sí, sí, queremos al Papa aquí", "se ve y se siente, el Papa está presente" Pero Juan Pablo II se dirigió acompañado de los Reyes, a saludar a los miembros del Gobierno en funciones y a todas las autoridades presentes.
Seguían sonando las salvas de cañón. Enseguida se acercó a saludar al episcopado español, presente en pleno en el aeropuerto. Entre los obispos estaban también el primado de Polonia, monseñor Glemp, y el cardenal arzobispo de Cracovia, Macharsci, a quien Juan Pablo II abrazó con especial afecto. El arzobispo dimisionario de Sevilla, José Bueno Monreal, uno de los cuatro cardenales españoles, no pudo acudir. Se encuentra convaleciente en la capital andaluza de la enfermedad que le aquejó durante la última visita ad limina que efectuó a Roma.
El Papa, acompañado de los Reyes, entró luego en el pabellón de Estado del aeropuerto, donde conversó unos minutos con las autoridades. A las 17.45 se dirigió hacia su vehículo blindado.
La gente seguía gritando detrás de las vallas, pidiendo que se acercara el Papa para saludarles, pero contrariamente a lo que acostumbra a hacer en otras ocasiones Juan Pablo II dejó el aeropuerto sin acercarse a la gente. No se sabe si lo pedía así el protocolo, si lo exigió un problema de tiempo o fueron motivos de seguridad.
Marcinkus, el gran ausente
El Papa había salido de Roma a las 14.45 horas, en un Boeing 727 de Alitalia flamante, estrenado el 3 de julio de 1980. El comandante, de 51 años, era Francesco Barchitta, siciliano.Le acompañaban 46 informadores, de los cuales ocho eran españoles, el grupo más numeroso. El séquito papal estaba formado por quince personas. Las de siempre con la excepción de la presencia de tres españoles más: monseñor Santos Abril, de la Secretaría de Estado; el embajador de España ante la Santa Sede, José María Puig de la Bellacasa, y Cipriano Calderón, director de L'Obssertatore romano en lengua española. El gran ausente del séquito era el arzobispo Paul Marcinkus, que por primera vez no ha organizado un vía e papal. Lo ha hecho esta vez el jesuita Roberto Tucci, director de Radio vaticana, que, probablemente para evitar preguntas in discretas, no vino, como otras veces, a dar una vuelta entre los periodistas. Lo hizo sólo el sustituto de la Secretaría de Estado, Eduardo Martínez Somalo, que esta vez aparecía particular y visiblemente más radiante que en otras ocasiones. Ha podido, por fin, después de quince viajes del Papa al extranjero, traerlo también a España.
Tampoco vino el Papa a conversar con los periodistas. Es su norma hacerlo sólo a la vuelta. La diplomacia vaticana teme que una declaración suya mal interpretada pueda crearle problemas en el momento de empezar su viaje.
El avión del Papa, al entrar en el espacio aéreo español, fue escolta do por dos cazas a ambos lados, que exhibieron unas acrobacias espeluznantes. Realizaban una especie de danza tan cerca del avión papal que muchos se impresionaron. El mismo portavoz del Papa, padre Romeo Panciroli, que estaba en aquel momento distribuyendo a los periodistas los primeros discursos de Juan Pablo II, dijo con humor: "Sí, es muy bonito, pero sería mejor que se alejaran un poco".
En ese momento, Juan Pablo II dirigió al presidente de la República de Italia, el socialista Sandro Pertini, que mantiene con el Papa una estrecha amistad, un telegrama en el que recuerda el carácter pastoral de la visita a España, con motivo de la clausura de la celebración del cuarto centenario de la muerte de Teresa de Jesús, y añade: "Me es grato enviarle un deferente y cordial saludo a usted, señor presidente, y al querido pueblo italiano, por el cual elevo fervientes plegarias a fin de que Dios omnipotente quiera constantemente protegerlo y animarlo en su camino de progreso social, iluminando los ideales fundamentales que siempre han inspirado el desarrollo de su histórica identidad".
El Papa y la democracia española
El avión de Alitalia había estado vigilado constantemente por un cordón de policía, en el aeropuerto de Roma, desde las diez de la mañana, después de haber sido inspeccionados hasta los últimos escondrijos. Y la comida del Papa, como otras veces, analizada y sellada. No, hubo despedida oficial en el aeropuerto romano, a donde el Papa había llegado en su Mercedes negro, blindado. Antes de salir para España, donde le espera sin duda el programa más abarrotado de todos su viajes anteriores, Juan Pablo Il en vez de descansar pasó la mañana en la basílica de San Pedro celebrando la canonización de dos religiosas francesas. Había empezado a las nueve de la mañana. Terminó a mediodía. Rezó el Angelus como todos los domingos en la plaza de San Pedro, donde fue muy aplaudido cuando anunció que se disponía a tomar el avión hacia España. El tiempo de darse una ducha, tomarse un vaso de leche y salir corriendo para el aeropuerto. La Prensa italiana subrayaba ayer que la presencia del Papa en España, en estos momentos, puede servir, como ha pedido públicamente el secretario socialista, Bettino Craxi, para apoyar y consolidar el proceso democrático abierto entre los españoles. Y recordando que iba a llegar a España a "las cinco de la tarde", la hora de la corrida, le deseaban que esta nueva "corrida apostólica" del Papa más viajero de la historia pueda acabar como en las grandes ocasiones, también esta vez, con oreja, rabo y vuelta al ruedo.
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