Moscú parece haber perdido la esperanza de llegar a un acuerdo sobre armamento con Washington
El Kremlin ha perdido toda esperanza de llegar a un entendimiento con la Casa Blanca en materia de armamento y trata de poner en funcionamiento una diplomacia a la medida de cada uno de sus posibles interlocutores, sin que el diálogo tenga que pasar forzosamente por Washington. Este es, en síntesis, el análisis que algunos observadores han extraído del discurso pronunciado el martes por el presidente de la URSS, Leónidas Breznev, ante los mandos militares de la URSS. El secretario norteamericano de Defensa, Caspar Weinherger, reaccionó ayer al discurso de Breznev declarando que "existen cada vez más indicios de que la URSS cree poder ganar una guerra nuclear", al tiempo que insistió en la necesidad para Estados Unidos de proseguir su rearme.
China y Europa son ahora los posibles objetivos del Kremlin, que, al parecer, ha quedado completamente decepcionado por la falta de resultados de las conversaciones sobre desarme mantenidas en Ginebra con Estados Unidos. En su discurso del martes, el líder soviético estuvo especialmente duro con la Casa Blanca, y realizó un llamamiento para que las fuerzas armadas de su país se pusieran en guardia y multiplicaran su vigilancia en estos momentos de tensión internacional.Breznev igualmente afirmó que, aunque nada había cambiado sustancialmente en China, el diálogo con este país resultaba necesario. Los gruesos calificativos que Breznev dedicó a la Casa Blanca resaltaban más aún el prudente lenguaje que usó en los párrafos que dirigió al régimen de Pekín. En algún pasaje de su discurso, el jefe del Estado de la URS S hacía un llamamiento a otros países para que trataran de moderar la política de Washington, que Breznev calificó de egoísta.
Muchos analistas identifican a Europa con esos otros países no mencionados directamente por Breznev. Dialogar con cada país de Occidente en vez de llevar a cabo una política de bloque a bloque no es una nueva aspiración de Moscú. Pero las fuertes diferencias de criterio mantenidas entre Washington y sus aliados del viejo continente reavivan, probablemente este viejo deseo.
Los medios de comunicación soviéticos no han dejado de subrayar en todo momento que la política económica emprendida por el presidente Ronald Reagan desde su llegada a la Casa Blanca perjudica gravemente a sus aliados. El debate entablado entre ambos lados del Atlántico sobre el embargo estadounidense contra el gasoducto siberiano-europeo ha servido quizá para dar más confianza a Moscú.
La firme contestación contra este embargo por parte de las captales euroccidentales ha engordado aún más el optimismo soviético. El diálogo Moscú-Washington parece roto -a juicio del Kremlin- y la URSS necesita buscar nuevos campos en los que llevar adelante su diplomacia. Los dirígentes soviéticos parecen tener confianza en el futuro de sus intercambios económicos con Europa occidental, que han superado, sin excesivo daño, la prueba de fuego del embargo contra el gasoducto. Ahora se trata, además, de llegar a acuerdos militares.
Dado que estos acuerdos no se obtienen directamente con Washington en las conversacioneg de Ginebra, Moscú espera que sean los propios países europeos quie nes moderen el maximalismo de Estados Unidos antes de que los primeros euromisiles norteamericanos comiencen a ser instalados a finales del próximo año.
La resurrección del diálogo chino-soviético tiene -según los observadores- una lectura semejante. Moscú trata de aliviar la tensión en su flanco oriental en un momento en el que, precisamente, los principales roblemas se le plantean por el Oeste. La sabiduría con la que Pekín dosifica alternativamente sus contactos con ambos bloques facilita en esta ocasión los deseos de Moscú. Es evidente que los contactos preliminares iniciados recientemente ya han servido, a la vez, para relajar a la URSS y preocupar a
EE UU.
El discurso pronunciado por Breznev el pasado martes tiene también una interpretación que afecta a su política interna: según algunos observadores, el líder soviético ha tratado de ofrecer, de cara a su Ejército, una imagen política sólida y dura.
No hay que olvidar que -incluso en la URSS- las fuerzas armadas son poderes fácticos y que en este país tienen un peso especial por su mayor consistencia económica y organizativa, si se las compara al menos con el conjunto de la sociedad. La precariedad diplomática con que la URSS se ha enfrentado a los últimos acontecimientos (la guerra de Líbano fue un claro ejemplo) le ha hecho quizá sentir la necesidad de tranquilizar a sus militares, quienes -hasta la llegada de Reagan a la Casa Blanca- vieron cómo el Kremlin pesaba más que ahora en el exterior de sus fronteras.
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