Kevin Mulcahy: una persecución implacable
El ex agente de la CIA Kevin Mulcahy, que descubrió hace ya más de seis años el famoso escándalo sobre las actividades de esta agencia de espionaje, en la cual dos ex-agentes, Edwin Wilson y Frank Terpil, estaban vendiendo armamento e información confidencial al régimen libio de Gadafi, acabó sus días como él temía: muerto en extrañas circunstancias.Desde que levantó aquella operación, tuvo que vivir escondido bajo un nombre falso. Mulcahy ya manifestó a EL PAÍS, en una entrevista publicada en exclusiva por este periódico el 27 de junio de este año, que estaba seriamente amenazado y que hasta el propio Gobierno norteamericano le perseguía por haber revelado información confidencial del funcionamiento de la agencia.
Hoy, después de que se desvelara la conexión de la CIA con la venta de armas a Libia, el misterio rodea a este caso no esclarecido oficialmente, aunque se tenga la certeza de cómo ocurrió todo.
Mulcahy, de cuarenta años de edad, casado y con dos hijos, es tuvo trabajando con Terpil y Wilson durante largo tiempo, hasta que descubrió las operaciones que estos dos últimos venían realizando con el régimen de Gadafi. Mulcahy, una vez que confirmó esta operación de venta de armas y explosivos, desveló el secreto a las autoridades norteamericanas. Ahí comenzó su lento final.
Inexplicablemente, cuando el Gobierno de Estados Unidos conocía todos los detalles del caso, Wilson pudo salir de los Estados Unidos y se instaló en Libia, hasta que fue detenido en junio de este año en Santo Domingo, desde donde fue extraditado inmediatamente a su país. Terpil, bajo una extraña cobertura de la CIA, junto a George Korkala, ahora ingresado en una prisión de Madrid, pudo salir también de Estados Unidos y permanecer en Beirut (Líbano), donde todavía continúa.
Korkala, el último testigo
George Korkala, que no estaba implicado en este asunto, conoce perfectamente todos los detalles porque fue involucrado en la operación de salida de Terpil hacia Líbano y ha podido contactar con éste durante largo tiempo. Pero parece que determinados estamentos norteamericanos no creen conveniente que el caso sea desvelado.
Tras la detención de Wilson en Santo Domingo estaba previsto que el juicio contra éste comenzase a mediados de noviembre. Para ello, el Departamento de Justicia norteamericano contaba con tres testigos de excepción, cuyas declaraciones serían de vital interés: Mulcahy, Korkala, y un cubano identificado como Rafael Villaverde.
Rafael Villaverde fue el primero en ser neutralizados. Cuando viajaba en una fuera-borda por la bahía de Miami, su embarcación explosionó, en extrañas circunstacias, y resultó muerto en el acto. Ahora, Mulcahy, el testigo que mayor número de pruebas podría aportar en este caso, también ha resultado asesinado, en circunstancias que probablemente no puedan aclararse nunca. Sólo queda Korkala. Este ex agente de la CIA, que espera en la cárcel de Carabanchel que los tribunales españoles no concedan a Washington su extradición, recibió recientemente una carta de un recluso portorriqueño, internado también en la cárcel de Carabanchel, quien le infornió que le habían visitado varias personas y le habían propuesto por cierta cantidad de dinero acabar con su vida. Esta carta ya está en manos de la Audiencia Nacional, responsable del sumario que se sigue contra Korkala.
Desconfianza
Mulcahy, un hombre estrechamente ligado a la CIA -su padre y tres de sus hermanos también trabajaron para la agencia- expresaba a este periódico su desconfianza en las operaciones que venía realizando este servicio de inteligencia. Mulcahy afirmó que "toda la Administración Carter conocía la operación con Libia" y "gente vinculada a Wilson, importantes políticos y miembros del Gobierno federal estaban implicados en la operación y eran pagados por Wilson". Mulcahy llevó el asunto hasta el final. Al observar que su denuncia no había servido para nada, reveló el pasado año a un redactor del New York Times todo el caso. Seymour Hersh, prestigioso periodista norteamericano, publicó el asunto y esto puso sobre la pista de Mulcahy a sus enemigos. Comenzó su persecución y la de su familia, todavía amenazada.
El demonio yanqui le localizó y acabó con él, pero Mulcahy, como buen experto en los servicios de espionaje, había previsto esta posibilidad, y sus escritos, escondidos en algún lugar, todavía pueden aclarar lo que él no pudo hacer personalmente.
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