El sionismo y la mala conciencia de Occidente
Lo que ha ocurrido en Líbano no es producto de la casualidad, sino que responde a lógica del Estado hebreo, según la autora de este artículo. Afirma que las matanzas de Beirut han suscitado una reacción de horror e incredulidad en Occidente, pero sin pasar de ahí. La mala conciencia hacia Israel silencia muchas voces.
La reciente guerra de Líbano, con su atroz secuela de muerte y destrucción y, sobre todo, las sobrecogedoras imágenes de la matanza de miles de palestinos desarmados en los campamentos del sur de Beirut, ha provocado la primera reacción masiva de la opinión pública occidental, escandalizada y conmovida ante los cadáveres de niños, mujeres, hombres y ancianos hacinados como fardos en las calles de Chatilla y Sabra.En la mayoría de los casos esta reacción, sin embargo, no ha pasado del gesto horrorizado y estupefacto del que se pregunta: "Pero ¿cómo es posible que cosas así ocurran?". La mala conciencia occidental con respecto al Estado de Israel sigue silenciando muchas voces y, lo que es peor, deteniendo el análisis en la superficie de los hechos. Porque no es la primera vez que la población palestina sufre una matanza de esta índole, y desgraciadamente no va a ser la última; nada de lo que en estos meses de verano ha sucedido sobre suelo libanés es producto del error o del azar; antes bien, es la consecuencia lógica de la política de un Estado que basa su existencia en la desaparición del otro, en este caso, del palestino.
El tópico como chantaje
Es cada vez más frecuente escuchar el tópico de que el antisionismo es la nueva forma del antisemitismo. La afirmación resulta doblemente grave y paralizante, ya que ser acusado de antisemita es cargar con la responsabilidad de uno de los mayores horrores en la historia de la humanidad: el exterminio nazi de los judíos europeos; pero renunciar al análisis de lo que el sionismo supone nos hace también irremediablemente responsables del crimen atroz que se está cometiendo ahora y que previsiblemente se seguirá cometiendo contra un pueblo, por cierto, también semita, como es el palestino.
Este chantaje que está en la base de la política propagandística israelí (que tan bien combina la acción militar con la informativa) encuentra su caldo de cultivo en la mala conciencia de Occidente, siempre más dispuesta a lamentar sus pecados en el pasado que a analizar la dosis de racismo que impregna su visión del mundo en el presente y en el más inmediato futuro.
Según este planteamiento, los resistentes palestinos no luchan por el derecho a regresar a una tierra de la que fueron expulsados por la fuerza, sino simplemente porque "odian a los judíos" y, por tanto, a Israel; y todos aquellos que se atreven a criticar las acciones del Gobierno de Tel Aviv o a poner en cuestión los supuestos de la ideología sionista son antisemitas encubiertos o sus compañeros de viaje. Conceptos tales como "el derecho de Israel a existir", "defensa de la seguridad de Israel" o "el derecho de Israel a fronteras seguras" se siguen manejando como tópicos incontestados a partir de los cuales se justifica la política del Estado más agresivo y expansionista de la segunda mitad del siglo XX (las grandes potencias tratan, al menos, de guardar las formas).
Bastaría, sin embargo, una mirada a los hechos para comprobar que el Estado de Israel nunca ha estado en peligro de desaparición o de ser aniquilado, ya que siempre ha contado con el apoyo incondicional del país más poderoso de Occidente, Estados Unidos de América, y que si hay un pueblo realmente expuesto al exterminio es el pueblo palestino.
Los intereses del más fuerte
Desde su inicio como movimiento político el sionismo caminó respaldado por las grandes potencias coloniales en Oriente Próximo, y sus intereses fueron siempre los intereses del más fuerte. A este respecto resulta interesante recordar aquí lo que el 11 de enero de 1919 sir Arthur James Balfour (ministro entonces de Asuntos Exteriores) escribía al Gobierno británico de su majestad: "En Palestina ni siquiera nos proponemos pasar por la formalidad de consultar los deseos de los actuales habitantes del país... Las cuatro grandes potencias están comprometidas con el sionismo, y el sionismo, bueno o malo, correcto o incorrecto, está anclado en antiquísimas tradiciones, en necesidades actuales y en esperanzas futuras de mucha mayor importancia que los deseos o preocupaciones de los 700.00 árabes que ahora habitan esta antigua tierra".
Años más tarde, el 22 de junio de 1941, Yossef Weitz, director del Fondo Nacional Judio y conocido líder sionista, anotaba en su diario: "Hay que hacer entender a Roosevelt y a todos los jefes de Estado amigos que la tierra de Israel no sería demasiado pequeña si se van todos los árabes y si las fronteras son empujadas un poco hacia el Norte a lo largo del río Litani hacia el Este hasta los altos del Golán".
En los meses que precedieron y siguieron a la creación del Estado de Israel, casi un millón de palestinos fueron expulsados de sus hogares. Algunos de ellos, sus hijos sus nietos, son los que ahora (3 años después) han muerto asesinados en los campamentos de Chatilla y Sabra. La lógica sionita, que fundamentó la creación de un Estado "exclusivo para judío en la negación del pueblo palestino, conduce indefectiblemente al exterminio de ese pueblo y hasta de los vestigios de que existió.
Cada vez son más los que plantean que no habrá paz en Oriente Próximo mientras no se reconozca a los palestinos el derecho a su autodeterminación; creo que hay que ir más atrás en el análisis y aceptar que "no puede haber paz en Oriente Próximo" mientras el sionismo sirva de base ideológica a un Estado en el que el nojudío se convierte en un estorbo a elirninar y mientras se siga equiparando judío con israelí. Hay muchos judíos en el mundo que se niegan a ello y su voces han sido las primeras y la que más duramente han condenado el racismo del Estado de Israel.
Maxime Rodinson, Henri Cattan, Noam Comsky, Michel Rachline y Felicia Langer (defensora en Israel de todos los casos de palestinos acusados de terrorismo) son algunos de esos nombres, son sin duda ellos, y no los líderes de un Estado erigido sobre el concepto de "pueblo elegido", los mejores representantes de esa tradición judía que, sumada a tantas otras, fermentó la cultura occidental.
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