Una sesión tranquila en el Festival de Jazz
Penúltima jornada del Festival Internacional de Jazz de Madrid. Tras los dichosos sucesos del viernes, el sábado se preveía tranquilo. Tanto es así que el responsable de la organización decidió hacer caso al médico y guardó cama para recuperarse del agotamiento psíquico.Los encargados de la seguridad casi sesteaban, ya nadie se molesta por no encontrar la localidad de su número ocupada por algún otro desposeído.
Ya nos hemos acostumbrado a que las luces de lo s intermedios nos hagan parecer una procesión de cadáveres verdosos. Sí, era un día de tanto relajo que hasta las trifulcas en la puerta parecían obedecer a un ritual: divertirse dando la paliza, vara o bronca, a quien se ponga por delante.
Y tan relajados los demás, pues muy tranquilos los músicos. Después de mucha peripecia y del buen guitarrista valenciano Carlos Gonzálbez, salen a escena MeCoy Tyner, pianista, compositor, 1938; Filadelfia, relacionado con John Coltrane, líder por sí mismo; Elvin Jones, batería, 1928; Pontiac, Massachussetts, hermano de Thad y Hank, perteneció también al quinteto de Coltrane, líder; Richard Davis, bajo, compositor, 1930, Chicago, relacionado con Eric Dolplii, Thad Jones-Mel Lewis y otros cientos.
Mano izquierda
Lo que en realidad se pretendía es reproducir en Madrid el trío que, por ejemplo, grabó el álbum Trident (a nombre de Mc Coy). El bajo entonces fue Carter, que pasó de venir. La magia no era la misma. De manera que tocaron unos cuarenta minutos y se fueron a descansar.
En ese tiempo el trío había hecho cosas tremendas y así tuvimos ocasión de aprender de nuevo lo mucho que puede hacer una mano izquierda sobre un piano, lo abierta y fluida que puede ser la derecha o cómo hacer que se reúnan la energía y la delicadeza. También pudo comprobarse cómo el sonido de un bajo puede adoptar voces sorprendentes cuando el que lo maneja posee la misma fuerza y necesidad que un martillo pilón, más una impecable comprensión del matiz.
Ritmos de batería
O como una batería puede superponer ritmos, realizar variaciones mínimas en ellos, jugar con lo aleatorio dentro de una pulsación y hacer restallar, más que sonar, los parches de sus tambores. Eso enseñaron mientras hacían Coltrane o un calypso y... poco más.
Dejaron a la gente extrañada y con un regusto raro, porque el placer, si bien más reposado que en días anteriores, se había producido. Continuó una media hora de descanso y volvieron a salir los tres con el añadido de Woody Shaw, trompeta, 1944; Laurisburg, relacionado con muchos durante muy poco tiempo, líder.
Otra enseñanza
Y esta segunda parte, también muy breve, fue otra enseñanza. En vez de Shaw tenía que haber venido Freddie Hubbard, que pasó, y el cambio se hizo notar. Shaw es un trompetista muy clásico, con un dominio excelente tanto en la exposición de los temas como en su elaboración armónica. Es muy bueno pero muy lento y excesivamente aferrado a la estructura que le conducirá a la resolución de esos temas.
Cuando está de líder total, la cosa funciona. Pero aquí resultaba que su voz era como un igualador que apenas dejaba resquicios para que se produjeran las esperadas e impredecibles explosiones del resto de los músicos.
Freddie Hubbard, con su estilo menos lineal y más desperdigado hubiera resultado mejor.
Todos los músicos no se adecúan a todos los músicos. Por muy buenos que sean. Eso sí, la gente, tras lograr una repetición, se fue contenta. Había sido muy bonito, muy interesante y muy romántico. Era un día de relajo.
Babelia
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