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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La Iglesia de Chile, una Iglesia mártir

He titulado mi texto La Iglesia en Chile, una Iglesia mártir, y deseo explicar de antemano el alcance triple que doy aquí a la palabra mártir. Mártir quiere decir, en su etimología griega, fundamentalmente testigo, aunque posteriormente se haya aplicado de manera específica al que moría o sufría por dar testimonio de la fe en Jesucristo. No solamente se pensaba que sufrir hasta la muerte era un aval impresionante de la convicción de la fe, sino que además se reproducía la vida y la muerte de Jesús de Nazaret, que vivió y murió como testigo de la verdad, y también de este modo se unían a su esperanza en la resurrección y vida que Dios le concedió después de su muerte como testigo de Dios y del hombre.Pues bien, en mi opinión, la Iglesia de Chile está cumpliendo este triple papel testimonial, como trataré de demostrar a continuación. Primero, como testigo de la verdad, de la situación de explotación, opresión y represión que padece el pueblo chileno bajo la dictadura del Gobierno. Precisamente por esto, por no callar la verdad, sufre también en su propia carne el azote de la persecución, si no siempre sangrienta, siempre insidiosa, amenazadora y asfixiante. Finalmente, con ello da testimonio de Jesucristo, de sus palabras, de sus criterios verdaderos sobre el hombre y sobre Dios.

Testigo de la verdad

La Iglesia tiene un tesoro de hermosas palabras, que serían una simiente de fuerza revolucionaria y un reguero de luz y de esperanza para el hombre si las pusiéramos en lo alto de las banderas de la historia, en vez de tenerlas encerradas en las bibliotecas. Las voces de justicia de los viejos profetas del Antiguo Testamento, las palabras de Jesús de Nazaret, los sermones de los santos padres ya clásicos, los decretos del Concilio Vaticano II o los documentos de Medellín, de Puebla y del mismo Sínodo romano nos hablan siempre de un proyecto de Dios, según el cual la tierra es para todos y es de todos, todos somos hermanos, iguales, solidarios, y es pecado dominar a los otros, robarles, oprimirles, enriquecerse a costa del sudor de los demás, etcétera. Sólo un botón de muestra, muy poco conocido: "La Iglesia conoce las exigencias de justicia que contiene el Evangelio. Las explicita en su predicación. Son exigencias que afectan no sólo a las personas, sino también a los grupos y sociedades. Es un aspecto constitutivo del mensaje cristiano que ella no puede omitir en su ministerio pastoral" (del Sínodo romano de 1974).

Cuando estas graves palabras se quieren tomar en serio, la Iglesia no puede callar ante las injusticias: tiene que hablar, gritar si es necesario, contra los tiranos, injustos y opresores. Es lo que viene haciendo con serenidad y con constancia la Iglesia de Chile, en la predicación de los obispos y presbíteros, en los documentos de la Conferencia Episcopal, en las declaraciones de los colectivos de religiosos y religiosas, en las denuncias de los laicos por medio de las diferentes instituciones humanitarias de los cristianos, como Justicia y Paz, y, muy especialmente, con un prestigio internacional ganado a pulso desde hace muchos años, la Vicaría de la Solidaridad. El archivo de sus documentos es un testimonio impresionante del largo sufrimiento del pueblo chileno, donde no se sabe qué admirar más: si la seriedad y garantía con la que están recogidos todos los datos acusadores, el amor incansable que supone el esfuerzo de una tarea agotadora que no cesa, o la fortaleza insobornable que no se doblega ante las amenazas, los insultos, las palizas o las cárceles, si es necesario, por ser testigos de la verdad.

Mártir, testigo de la verdad. ¡Qué bien y qué cumplidamente lo está siendo la Iglesia de Chile!

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Sufrimiento por la verdad

En una situación de injusticia, la verdad no puede ser neutral ni indiferente. Debe ser objetiva, pero debe tomar partido en favor de los que sufren la injusticia. Por lo mismo, será también objeto de injusticias y de persecución. Por eso, es perseguida también la Iglesia de Chile desde hace muchos años. Si la Iglesia legitimara, o al menos silenciara la injusticia, su complacencia o incluso su mero silencio serían muy bien retribuidos por el Gobierno. Pero la Iglesia se ha puesto junto a los, oprimidos y lógicamente es también oprimida; defiende a los perseguidos y ella es también perseguida.

Esta persecución se ha recrudecido últimamente. Solamente en el plazo transcurrido entre enero de 1981 y agosto de 1982 se pueden constatar más de cincuenta casos de actividades persecutorias del Gobierno, o grupos claramente vinculados a él, realizados contra la, Iglesia, sus instituciones y sus personas más representativas. Ante la imposibilidad de recogerlos aquí detalladamente por falta de tiempo, presento solamente un breve resumen, destacando algunos casos más notorios.

Miembros de asociaciones católicas, detenidos y, torturados. Colaboradores de la Vicaría de la Solidaridad, como juristas y periodistas, unos amenazados de muerte y extorsionados para que abandonen esta tarea, y otros muchos golpeados en la calle o detenidos y torturados en las cárceles. Sacerdotes y religiosos extranjeros, unos expulsados y otros amenazados constantemente de expulsión. Acusaciones sincronizadas y campañas periodísticas de la Prensa vinculada al Gobierno militar contra la Iglesia católica, a la que acusan de favorecer acciones contrarias al orden institucional por el hecho de que los perseguidos busquen refugio en los recintos eclesiásticos. Violación de la catedral metropolitana, rompiendo las cerraduras para detener a nueve estudiantes que realizaban una huelga de hambre. Confiscación de facultades de la Universidad Católica del Norte.

El 7 de abril de 1981, la Policía de Seguridad allana sin mandato judicial el domicilio del obispo Juan Herrada, en Calarna. El 20 de ese mes, El Mercurio, portavoz del régimen militar, lanza un violento ataque contra el cardenal Raúl Silva Henríquez, calificándolo de "anciano en decadencia" y otras groserías, acusándole de no conocer la realidad contemporánea de su país. El 20 del siguiente mes de mayo, tres médicos colaboradores de la Vicaría de la Solidaridad, Almeyda, Arroyo y Castillo, son detenidos por la Policía de Seguridad y mantenidos en prisión durante sesenta días sin juicio alguno. El Gobierno militar llegó a prohibir la entrada en el país el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, en pleno aeropuerto de Pudahuel, donde el día 15 de marzo fue detenido por la policía y obligado a salir inmediatamente, pese a que venía como invitado oficial por el cardenal Raúl Silva Henríquez, el cual expresó publica y enérgicamente su protesta.

Algunos de los más altos miembros ejecutivos del servicio Paz y Justicia, de la Iglesia católica, fueron detenidos en plena calle por miembros de la policía, de paisano, y llevados a los recintos de la Seguridad, donde estuvieron detenidos, y algunos, como Domingo Namuncura, fueron repetidamente, durante más de cien horas, extorsionados y torturados.

Recordemos, para terminar este breve resumen del martilorogio de la Iglesia chilena actual, las declaraciones de Lucía Pinochet, el día 5 de enero de 1982, en El Heraldo, de México, reproducidas el 14 de febrero en El Mercurio, en las que acusa a la Vicaría de la Solidaridad de estar "infiltrada por los marxistas", y en unas declaraciones posteriores, en polémica con el cardenal Silva Henríquez, que le constestó que "en el mundo entero, la Iglesia ha sido infiltrada para intervenir en lo político", y aludiendo a la Vicaría dijo que "la palabra solidaridad no me gusta mucho, porque ha hecho que suene a político; no creo en la solidaridad política, así como me duele que dentro de la Iglesia algunos pastores realicen una labor política".

La Iglesia de Chile, testigo de Jesucristo

Ya se ve, claro, en qué clase de Iglesia creerán esas personas, a quienes no les gusta la palabra solidaridad, y qué entenderán por "intervenir en lo político..." Probablemente pertenecen a esa mentalidad, ya vieja de siglos, que contemplaba el campo de lo religioso como algo puramente trascendente, sin relación con la realidad circundante, y que justificó realmente la sospecha de ser alienante y de servir como opio del pueblo.

Una religiosidad así, que supone una divinidad indiferente a los problemas del mundo, y unos creyentes así, insolidarios con los hombres, sus hermanos, no solamente no tienen nada que ver, sino que es claramente contrario y hasta contradictorio con el mensaje que nos ofrece Jesús de Nazaret sobre Dios y sobre el hombre, un Dios padre de todos los hombres, a los que ha hecho a su imagen y semejanza y por los que y para los que ha creado este mundo inmenso y maravilloso; un Dios grande y alto, pero no lejano y orgulloso, sino cercano, metido en la historia, acompañándonos en el camino; un Dios que quiere que compartamos todo, que nos tratemos como hermanos, ayudándonos, amándonos, sirviéndonos unos a otros, hasta dar la vida si es preciso, como Jesucristo, el hermano universal de todos los hombres y el hijo amado de Dios.

Por tanto, cuando la Iglesia defiende al hombre no es algo así como una exageración, un cierto desvío de su tarea sagrada, que, por principio, sería solamente la acción cultural, o algo que hiciera por suplencia, si otros no lo hacen; ni tan siquiera una especie de propedéutica, de iniciación a lo sagrado, que vendría después en la liturgia. No.

Defender al hombre, ayudarle, levantarle, vendarle sus heridas es ya en sí mismo un culto a Dios, porque este hombre es su imagen, y ya en ello estamos realizando una leiturguía, un servicio cultural y público al Señor.

La Iglesia de Chile es así cuando es testigo de la verdad de la situación de su país y trata de ayudar al oprimido, aunque ella sea también perseguida a su vez, testigo privilegiado de la verdadera imagen de Dios y de la verdadera grandeza del hombre, según el mensaje y la vida de Jesucristo. Porque, además, para los demás cristianos esa Iglesia es también testigo de Jesucristo, en cuanto que creemos que sólo por su presencia, por su fuerza, por su luz y por su gracia, ellos son capaces de mantenerse en este testimonio con perseverancia y hasta con alegría. Dios quiera, de todos modos, y los hombres colaboren para que pronto la Iglesia de Chile celebre con todo el pueblo la vuelta a la libertad, a la justicia, a la dignidad y a las instituciones democráticas, de las que durante tanto tiempo fue modelo para toda América y para el mundo aquel noble, aquel hermano pueblo de Chile.

Alberto Iniesta es obispo auxiliar en la diócesis de Madrid.

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