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Un hombre en un zaguán

En estas últimas semanas el nombre de Hernán Siles.Zuazo ha ingresado nuevamente en la noticia. Fundador, con Víctor Paz Estenssoro, del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), vicepresidente (19521958) y presidente (1956-1960) de la República, sigue siendo aún hoy una figura insoslayable en la complejísima historia de Bolivia. En las tres últimas elecciones generales (1978, 1979 y 1980) fue siempre el candidato más votado, con un creciente apoyo popular. No obstante, en las tres ocasiones el poder le fue escamoteado por los militares bolivianos, que por algo son unánimemente considerados como los más recalcitrantes de toda América Latina.Los azorados historiadores han perdido la cuenta de los golpes allí perpetrados, pero al menos se sabe que el número de los mismos supera los años de existencia como república, y ese es un récord que, aun en la América de los cuartelazos, no es fácil de superar.

Un país que incluye por un lado la todopoderosa burguesía del estaño (los Patiño, los Aramayo, los Hoschild) y por otro la clase trabajadora (proveniente sobre todo de concentraciones mineras) más aguerrida del continente; un país que por un lado enarbola el fervor nacionalista y por otro entrega ominosamente su economía al Fondo Monetario Internacional y a las presiones desembozadas de Estados Unidos; un país que se desangró en la guerra del Chaco, y que tiene y mantiene una mafia de cocaína verdaderamente inexpugnable; un país así de contradictorio genera también personajes controvertidos, y Hernán Siles Zuazo es uno de ellos.

Juzgado severamente por algunos sectores progresistas cuando imprime un tono reformista a su mandato presidencial (1956-1960), se le sitúa entonces a la derecha de Paz Estenssoro, el líder del MNR; hoy, en cambio, se le juzga indudablemente a la izquierda de Paz, y las votaciones populares así lo han refrendado.

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René Zavaleta Mercado, uno de los más lúcidos analistas de la realidad boliviana, ha definido a Siles Zuazo como "un hombre valeroso, conciso, y también opaco". No estoy seguro de que el último adjetivo sea el más adecuado para definir cierta sobriedad en la actitud y en la palabra (la concisión puede parecer a veces opacidad), rasgo que ciertamente diferencia a este personaje de la mayoría de. los líderes latinoamericanos, pero, en cambio, su valentía ciudadana constituye casi un mito en el ámbito boliviano.

Mi primera imagen de Siles Zuazo se remonta a un Uruguay que todavía gozaba de su siesta democrática. Hoy somos el país de la dictadura y de la diáspora. Los cálculos más conservadores hablan de medio millón de exiliados políticos, o sea un 20% de la población total. Si los bolivianos poseen la plusmarca mundial de golpes militares, Uruguay tiene, sin duda, en números relativos, el récord olímpico de exiliados. Lo cierto es que el repentino éxodo nos tomó a todos de sorpresa. A diferencia de otros habitantes de la zona, no estábamos demasiado preparados para esta traumatizante experiencia.

Teníamos en cambio una vasta práctica como país de asilo. Desde los republicanos españoles, que tras la guerra civil llegaron en oleadas, hasta las sucesivas y a veces superpuestas emigraciones políticas que fueron llegando de Argentina (cuando Perón, cuando Aramburu, cuando Onganía), de Brasil (cuando Castelo Branco, cuando Garrastazú Medici), de Guatemala (cuando Castillo Armas), de Bolivia (tras el golpe de cada semestre), de Paraguay (durante el sempiterno stroessnerato).

Los uruguayos aprendimos así la solidaridad en el simple y espontáneo acto de brindarla, y hoy no cabe duda de que esa experiencia aceleró nuestra maduración social, comunitaria. Fue precisamente en aquella larga y fecunda etapa cuando recalaron en el Uruguay democrático dirigentes políticos como Paz Esténssoro, el propio Siles Zuazo, los brasileños Goulart y Brizzola, incontables parlamentarios argentinos y hasta el derrocado presidente guatemalteco Jacobo Arberiz. También intelectuales y artistas españoles de la talla de José Bergamín y Margarita Xirgu.

Al doctor Siles Zuazo lo conocí en aquel Montevideo de hace casi veinte años, cuando vino exiliado (en aquel entonces se decía exilado) tras el triunfo de uno de los tantos golpes militares que siempre han.ulcerado la historia de Bolivia.

En mi última novela hago particular referencia a ese encuentro, que para mí (entonces tenía muy pocos libros publicados y trabajaba en la sección contable de una gran compañía inmobiliaria) tuvo un particular significado.

Cierta tarde el teléfono sonó en mi mesa y una voz grave dijo: "Habla Siles Zuazo". Al principio creí que era una broma y sin embargo no respondí en consecuencia, midiendo quizá la leve posibilidad de que fuera cierto. No salía de mi asombro, pero en seguida él me sacó de dudas. En realidad, me estaba invitando a que fuera a verle al hotel Nogaró. Pensé que me iba a hablar de Bolivia y de los militares que de nuevo habían tomado el poder, aunque de todas maneras no me explicaba las razones de que me hubiera elegido precisamente a mí. Pero estaba equivocado.

Unos años antes, yo había publicado un ensayo sobre Marcel Proust y el sentido de la culpa. Y bien, Siles Zuazo quería conversar conmigo sobre Proust y otros temas literarios. Me encontré con que aquel político sin salida al mar, aquel personaje cuyas, anécdotas de valor cívico me habían sido narradas por varios amigos, era un hombre excepcionalmente culto, empedernido lector de la literatura contemporánea.

Hablamos sobre Proust, claro, mientras tomábamos el té con tostadas. Sólo faltaban los bollos de magdalena. Las pocas veces que tocamos el tema político se debió a preguntas mías. El, en cambio, quería hablar de literatura y, por cierto, dijo cosas muy inteligentes y sagaces.

Después de ese encuentro inicial, tomamos té varias veces en el Nogaró, y conservo un recuerdo muy plácido y agradable de aquellas conversaciones. Poco más tarde dejó Montevideo y se reintegró a las luchas y los vaivenes políticos de su incanjeable Bolivia.

Estuve muchos años sin verlo, aunque siempre seguí su infatigable quehacer: legal cuando se podía, clandestino cuando no. Una noche de cerrada lluvia, allá por 1974, en Buenos Aires, venía yo, creo que por la calle Paraguay, tratando de guarecerme, cuando de pronto, al pasar casi corriendo frente a un zaguán, me pareció reconocer allí a un hombre que también se resguardaba del aguacero.

Volví atrás. Era el doctor Siles. El también me había reconocido. "Así que también a usted le tocó exiliarse". "Sí, doctor. Cuando hablábamos en Montevideo eso parecía imposible, ¿verdad?" "Sí, parecía". En aquella penumbra no podía distinguir su sonrisa, pero la imaginaba. "Y en este inesperado exilio suyo, ¿qué etapa es la actual?" Respondí, con un poco de vergüenza: "La número tres". "Entonces no se aflija. Yo ando por la catorce".

Esa noche no hablamos de Proust.

Mario Benedetti es escritor uruguayo.

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