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El mundo de la danza rindió homenaje al arte inimitable de Antonia Mercé, 'La Argentina'

La famosa bailarina fue en su tiempo el símbolo de España

Los tres días de homenaje a la bailarina Antonia Mercé, La Argentina (Buenos Aires, 1890-Hendaya, 1936), que el comité español del Conseil International de la Danse organizó en Madrid la semana pasada -y que culminaron el viernes en el teatro de la Zarzuela con una función extraordinaria de los dos ballets- nacionales, Mariemma y Teresa Berganza, a la que asistió la reina Sofía- han contribuido a saldar la gran deuda que este país tenía con una de sus más grandes artistas de este siglo. La Argentina se hizo en París y se consagró en Nueva York. Pero más quizá que ningún otro español, -excepto García Lorca después de su muerte- fue durante una década símbolo de España para medio mundo.

España hizo poco más que subirse al carro de la adulación cuando era ya imparable, y proporcionarle el disgusto definitivo de su vida, aquel sábado 18 de julio de 1936, en que, tras pasar la tarde en San Sebastián presenciando un festival de danzas vascas y comentando con los amigos las angustiosas noticias del día, volvió a su casa de Hendaya para morir unas horas después.Desde entonces, nada, porque, como vino a decir Fina de Calderón en la interesante conferencia que pronunció el jueves en el Ateneo de Madrid, el baile, el movimiento, es lo que hace la vida y el que baila no tiene posteridad. Vive solo, como el más humilde de los mortales, en el recuerdo de quienes le vieron, y en sus discípulos. Pero discípulos, La Argentina tuvo pocos.

El enigma

Pero muchos de esos jóvenes han seguido todos los actos de este homenaje con ansiedad y devoción, buscando desentrañar el enigma de La Argentina: ¿Cómo bailaba realmente esta mujer, que, como escribió André Levinson, "elevó el baile español, durante tanto tiempo rebajado en los cabarés, a la categoría de arte"?Las diapositivas del audiovisual La Argentina o el genio de la danza española, de Suzanne Rousseau y el sobrino de Antonia, José Luis Mercé, con que se abrió el miércoles el homenaje en el Ateneo, nos mostraban una mujer hermosísima, en poses estéticas cuya línea sugiere el movimiento helicoidal de las vueltas flamencas y el porte aristocrático de la danza académica, pero que, en conjunto, como ocurre siempre con las fotografías antiguas, evocan con más fuerza la época y el ambiente que la personalidad individual y que, en todo caso, se quedan impotentes frente al movimiento. Fina de Calderón arrojó más luz sobre la figura de la bailarina, que se impuso la tarea de engarzar el baile de raíz española en la tradición académica.

De la danza clásica tomó una más holgada utilización del espacio que siempre ha faltado al baile de casi toda España y una apertura del movimiento, que debió utilizar con más prudencia de lo que se ha hecho luego. Se agarró, con muchísimo sentido -como también lo hizo su compañero esporádico Vicente Escudero- al expresionismo ya entonces floreciente en la danza de vanguardia, que rechazaba el carácter frívolo y de puro entretenimiento que había adquirido la danza académica durante su decadencia finisecular: "expresar los sentimientos del alma mediante el movimiento del cuerpo", era una, idea entonces aún no tan manoseada, que La Argentina compartió con Isadora Duncan, con Anna Pavlova y, con pocos más, con la diferencia -a su favor- de que ella estaba respaldada por una tradición que se había alimentado de esa misma idea.

En este contexto, se comprende el impacto que causó en el público sobrealimentado de novedades y blasé del París de 1924 su creación de El amor brujo. Pero iba más allá del expresionismo primitivo o del autodesfogador, que tanto dificultó el desarrollo de las escuelas de danza moderna," como demuestra el título de la conferencia que pronunció en París hacia el final de su vida: El lenguaje de las líneas.

Gran desconcierto

El festival que clausuró el homenaje, el viernes por la noche, resulto emotivo, por lo que de adhesión de todos los profesionales y amantes de la danza tenía al recuerdo de La Argentina. Pero hizo que el intento de acercamiento a su figura y a su arte, encarrilado los días anteriores, se divolviera en un gran desconcierto.El pájaro de fuego, de Maurice Béjart, que bailó el Ballet Nacional Clásico, con Víctor Ullate, no sólo tiene poco que relacionar con La Argentina, sino que no es ni mucho menos lo mejor que tiene la compañía en su repertorio. Marienma, que bailó la Danza de los ojos verdes que Granados escrilió para La Argentina, es demasiado Marienma para evocar otra cosa que ella misma. Y la Fantasía galaica, de Emesto Halfter, que interpretó el Ballet Nacional Español en coreografía de Antonio, recordaba más a los Moisseiev que a la idea que nos habíamos ido haciendo estos días de la concepción del ballet español que tenía La Argentina. Paradójicamente, el mejor homenaje se lo ofreció Teresa Berganza, que cortó la respiración de la sala con el inverosímil Polo, de Falla.

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