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El ministro Jack Lang y la dificultad de liberar la libertad

En Sitges, el ministro francés de Cultura, Jack Lang, ha incidido en lo que constituyen dos de las grandes batallas culturales del Gobierno socialista francés: la desencadenada contra el imperialismo cultural norteamericano y la fundada en la regeneración de las culturas regionales. Este último empeño no es nuevo, pero es Lang quien, en la cuenca mediterránea, por primera vez, a nivel de Gobierno, aborda una realización sembrada de tanto entusiasmo como de obstáculos. De momento, su ruidoso discurso en la reciente conferencia de México sobre la cultura, organizada por la Unesco, es el que mantiene en el alero a Lang y a su política. Se recordará que en aquella violenta diatriba denunció el imperialismo cultural de Estados Unidos como una de las raíces del declive de Europa.La cruzada de Lang contra la invasión cultural norteamericana irrumpió espectacularmente el mes de septiembre de 1981, cuando se negó a asistir al festival de cine estadounidense que se celebra anualmente en la ciudad francesa de Deauville. El ministro tiene en la punta de la lengua, en cada instante, las estadísticas archiconocidas sobre la colonización de las pantallas, y de las pequeñas pantallas europeas, por el cine y por la TV de EE UU. Para combatir el destrozo, Lang ha querido modificar las estructuras cinematográficas, pero sin gran resultado, porque el monopolio americano a nivel mundial se reproduce. en Francia a nivel interno.

A su vez, la televisión francesa, monopolio estatal, como la española, está ahora en manos del Gobierno socialista. La televisión francesa, como la española, dispone de medios. Y sin alcanzar las cotas hispanas de derroche del dinero público y de la burocracia mezclada de picaresca ideológico mediocrática que desemboca en la indigna producción interna y en la compra ciega o en la imitación pánfila de emisiones extranjeras la televisión francesa padece del mismo mal. Los socialistas, tal como lo pedía la opinión pública pudieron liberar la televisión, pero prefirieron redactar la enésima reforma del monopolio de Estado.

Doble reflexión

Este ejemplo de los audiovisuales, como otros en terrenos culturales, inspiran ahora apreciaciones poco agradables para Lang Incluso algunos le recuerdan que históricamente en Francia él antiamericanismo es un eslogan político de la extrema derecha.

Vistas las cosas al margen de la polémica francesa, la cruzada de Lang merece dos reflexiones. La primera consiste en la simple narración de un fenómeno tangible y de actualidad. En Europa se hablan cuarenta lenguas, y existe un número superior de culturas rechazadas o esterilizadas. Algunas de ellas, de unos lustros a esta parte, en Europa occidental han podido levantar la voz, a tiros o con plástico la mayor parte de las veces, incluso en Francia. Esta realidad trágica, que ahora se ha trivializado con la noción de terrorismo, se debe al imperialismo cultural y financiero de las culturas dominantes, es decir, lo que se denomina Estado nación. El ministro francés del Interior y de la Descentralización, Gaston Defferre, en sus recientes declaraciones a EL PAIS, afirmaba rotundamente: "Las naciones existen. Los Estados existen. De ninguna manera es cuestión de suprimirlos".

La segunda reflexión es relativa a la decepción que provocan las declaraciones de Lang en México cuando se examinan a la luz de su discurso fundamental sobre la cultura en Francia como ministro que es del ramo: "La cultura es la vida", "los 42 ministros del Gobíemo son 42 ministros de la cultura", "la vocación del Ministerio de Cultura es desaparecer". Tres frases enormes, hermosas, zócalo de toda una estrategia, que pueden traducirse en términos prácticos: Picasso, que esclavizó a todas sus mujeres, es una definición de la cultúra. Mitterrand, exigiendo el desarme de todos los aviones que participaron en el último Festival Mundial Aéreo de Le Bourget cuando él pasó revista, es también una definición de la cultura, a pesar de que después siguió vendiendo armas mortíferas para defender el empleo de más de 200.000 personas que trabajan en la industria acronáutica gala. La cultura es el pacifismo occidental, aunque a este último aparentemente no se le ocurra pensar que en el este comunista están prohibidas las manifes taciones. La cultura es el pueblo español cuando, reventón de algo irracional y sublime, se detuvo durante dos minutos, allí donde se encontraba, para defender la democracia. Este mismo pueblo, semanas antes, se metió. en casa, acobardado, en el mismo momento en que Tejero, entrando en el Congreso, secuestraba la democracia; esto también es cultura, se gún la filosofía de Lang. Y Estados Unidos, con su imperialismo culturalyfznanciero, también es cultura, como es cultura la libertad de expresión, que favorece la eclosión de los genios y propicia al mísmo tiempo la manifestación de todas las miserias humanas. A la postre, el planteamiento no es de hoy precisamente: libertad, con todos sus pros y sus contras, o lo contrario. Y los hombres, claro, sin olvidar sus sordideces humanas, como protagonistas de toda acción.

La teoría de Lang es alucinante. El problema ha sido siempre el mismo: la traducción, en la realidad, de las ideas que siempre ofrecen un flanco demagógico o fácil, sobre todo cuando no son ideas autoparidas o sufridas. Así es como resulta aparatoso denunciar al prójimo como raíz del mal propio, o disociar alegremente la cultura de la vida de todos los días. Esta lógica cultural, angelical a todo tirar, fue perfectamente resumida el pasado día 2 del presente mes en EL PAIS por el profesor y sociólogo José Vidal Beneyto, experto español en el cónclave cultural de México. Como resumen de su análisis sobre la cultura, dice Vidal: "Lo que necesitamos es abolir la falsedad de lo necesario", cuando resulta que el hombre desde que nace es un manojo de necesidades, empezando su necesidad imperiosa de comer, de vivir o de morir por voluntad propia.

Y sigue aún: "Lo que necesitamos es reinstalar el espacio de lo gratuito", como si alguien hubiese ya hecho el amor, como ejemplo de gratuidad suprema, gratuitamente. Y continúa Vidal: "Lo que necesitamos es sustituir el trabajo, que escasea y no satisface, por la actividad que nos cumple y realiza", cuando resulta que Goya y Velázquez pintaban por encargo para comer. Añade aún Vidal: "Lo que necesitamos es devolver la solidaridad a su dimensión de goce", como si alguna vez, en algún sitio, la solidaridad hubiese sido ya un goce. Y remata el mismo comentarista: "Lo que necesitamos es dejar que mande en nuestras vidas individuales y en nuestra existencia colectiva la tonta de la casa", es decir, "la cultura", lo que no deja de ser, en el mejor de los casos, un pronunciamiento equívoco, rechazable en todo caso. De maravillosos, el discurso de Vidal y el de Lang, se quedan en monos.

Liberar la libertad constantemente, es decir, intentar practicar la libertad a lo salvaje, sólo en la medida de lo posible, debe ser algo tremendamente difícil para todos los nacidos.

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