Un personaje del Madrid de Chueca
Hace sólo unos días se podía ver al maestro Moreno Torroba trotar velozmente por la escalera modernista del palacio -bella imitación de Gaudí- de la Sociedad de Autores seguido con ciertas dificultades por colaboradores mucho más jóvenes que él. Este madrileño de 91 años parecía templado por los hielos y los calores de su ciudad: parecía inmortal. Viajaba, componía, dirigía orquestas... Hace tan sólo también unos días estaba al piano con Luisillo montando de nuevo la coreografía de su ballet sobre Don Quijote, que va a estrenar el Ballet Nacional Español (director, Antonio) en la temporada de la Zarzuela, en la misma temporada en que Víctor. Ullate (Ballet Nacional Clásico) va a estrenar El Madrid de Chueca pasado por la ironía de la nostalgia, del recuerdo, del otro tiempo, y, sin embargo, Federico Moreno Torroba era casi, casi, contemporáneo de Chueca: tenía diecisiete años y ya componía y se presentaba a concursos de música sinfónica cuando Chueca moría. Esto es: Moreno Torroba era un personaje del Madrid de Chueca que se rememora cuando se estrena su ballet.
Podría decirse, por tanto, que era un antepasado de sí mismo. Luchaba por encontrar nuevas formas. A veces era ya una lucha sin perspectivas: su estreno de hace dos temporadas en el Festival de Opera de Madrid, El poeta, buscaba la contemporaneidad por los ecos de Bernstein o de George Gerswhin. Quizá habría que decir que Moreno Torroba luchaba también con su obra predilecta, mantenida por el público desde hace medio siglo en los teatros de España y América, Luisa Fernánda (1932); es decir, luchaba por hacer lo distinto de aquello, lo nuevo. Siempre ha podido con todo lo que ha escrito después de Luisa Fernanda. Como ha podido también, en cuanto a popularidad y fama, por encima de su música sinfónica y de las obras dedicadas a la guitarra española, qué llevan, sin embargo, en sus programas todós los concertistas.
Fue, por encima de todo, un músico de teatro. Tuvo el veneno del teatro -como dijo Benavente en el título de una obra-. El teatro ha sido siempre una tentación determinada para personas determinadas. Cuando se habla de un hombre de teatro no se está hablando de una profesión cualquiera, sino de alguien que realmente pertenece a algo, es propiedad -más que propietario- de algo. Quizá esa pasión se va perdiendo, pero aún subsiste, por encima de las dificultades mismás del teatro y de la falta de recompensas que hoy da a quien le, entrega su vida.
País de nuestra (in)cultura
En los primeros tiempos de Moreno Torroba, el teatro sí podía dar grandes recompensas. Para un autor -de letra o de música- podía ser el dinero, que la dedicación al arte puro casi nunca da. en un país de nuestra (in)cultura. Moreno Torroba lo perdió. Hay quien dice que la verdadera madera de un hombre de teatro se comprueba cuando pierde dinero. Como la del jugador. Moreno Torroba, que por los derechos de sus obras continuamente ejecutadas pudo tener mucho, lo perdió por querer ser empresario y por llevar a América su propia compañía: lo mismo les sucedió a Jardiel Poncela y a algunos otros autores.
¿Por qué un autor quiere ser empresario? La respuesta, fácil también, es la del dinero. Un autor sufre mucho cuando ve enriquecerse a otro con lo que él cree que es producto sólo de su propio talento; cuando el empresario pierde, que a veces sucede, el autor no se fija. Y desde luego no cree jamás que es por culpa suya. Pero hay también una respuesta que va más allá que la muy siinple del dinero: un autor siempre cree que el empresario nunca entrega a su obra todo lo que debe, que no paga el reparto suficiente, la orquesta necesaria, los decorados precisos. Por -sobre muchas veces se hacen empresarios los autores -:sobre todo en los tiempos en que está fechada la gran producción de Moreno Torroba-: por cuidar sus propias obras como creen que se merecen. Y tal vez por eso pierden siempre. Hay pocas excepcíones de autores o directores de escena que hayan salido adelante con empresas basadas en sus propias obras. Les suele acompañar la ruina. Moreno Torroba no fue una excepción.
Babelia
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