Los empresarios
A mí lo de los empresarios -ciertos empresarios- es que me parece obsceno. Desde los tiempos auríferos en que dicen que Romanones acuñaba moneda, duros sevillanos con más plata que los de don Alfonso XIII, yo creo que los ricos no se habían metido tan directamente a hacer de Estado.Y lo hacen muy mal, claro. En Andalucía se pegaron una ostraspedrín y ahora Segurado / Salat pasan consulta con los gobernantes y líderes para obsequiarles con un vinito español de buena cosecha si se han comportado. Yo casi prefería el cuarentañismo, cuando había que pedir permiso para todo a los obispos, hasta para escribir Gibraltar español en una pared, que era una cosa tan bonita de escribir, máxime cuando no sabíamos lo que significaba (y seguimos sin saberlo). Los empresarios, algunos empresarios (que otros lo llevan muy bien y hasta prefieren un título universitario honorífico y regalado a un ministro comprado), se vienen a Madrid -que nunca había sido ciudad empresarial, salvo las fábricas de churros y patatas fritas-, se pegan una comida de santísima madre en La Dorada u otro sitio de moda, y luego se van de políticos como antes se iban "de niñas". Como lo de las niñas ya va estando más claro y fácil en todas partes, y desde que sus provincias son autonomías, todas las niñas, acratillas, putillas, cabecitas locas, boquitas pintadas y corazones solitarios se han autonomizado, los empresarios se vienen a Madrid "de ministros", ya digo, o "de políticos". El trato es el mismo, y, en estos últimos días, sólo a Landelino Lavilla y al duque de Suárez les he visto comportarse como duques. Todo lo demás es alterne y descorche del dinero empresarial con la política.
Ya no hay costumbres y la gente no se comporta. En mis tiempos se guardaban los modales. El político, en fin, es un intelectual frustrado que aún trapichea en ideologías. El intelectual es un elegido de la libertad, y el político es un fanático de la justicia (generalmente de su justicia). Pero es que el empresario que hace mala vida política ya ni siquiera exhibe ideologías que no tiene, sino que exhibe intereses, pactos, dinero, convenios comerciales, ayudas monetarias. Están ensuciando así, algunos, la campaña electoral española con la obscenidad del dinero, y esto, aparte de intolerable estéticamente, les pejudica, porque el pueblo, que sólo quiere ser feliz en su privacidad, percibe ya en crudo el camelleo de la pela larga. Serán estas, por parte de la derecha, unas elecciones que ni siquiera generarán lenguaje, como toda febricitación verbal / electoral, sino cifras. Los Cien Mil Hijos del Dinero, tras su aljubarrota andaluza, han comprendido que eso de la política, reaccionaria y todo, es algo demasiado sutil, y entonces se pone de moda el venirse a Madrid "de políticos", a ver cuánto cobra un líder por una dormida. Claro que los políticos, que han leído más y tienen más recursos de largue, les chulean un poco ideológicamente y no hacen las coaliciones que ellos quisieran. Yo sé bien que todos los empresarios no son así: unos son más éticos y otros son más listos. Pero el mercado o tráfico de blancas se ha producido ya, con fotos en la Prensa, a un nivel digno de mi admirado Alberto Vázquez-Figueroa, cronista / novelista / cineasta de los tráficos humanos en vagas Oceanías. Pues bien, querido Alberto (y gracias por tu reciente café en el Eurobuilding), te diré, a ti tan viajero, que Oceanía está aquí mismo.
Sisita Milans del Bosch y Pitita / Banesto vuelven de Marbella. Vargas Llosa estrena con Rosalía Dans. Haro-Tecglen quiere que le lleve a curarse la gripe a Lhardy. En la noche solar, populosa y cárdena de Madrid, allá se ve un empresario provinciano que, indiferente a las boquitas pintadas y esquineras, "se va de ministros".
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