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Reportaje:

El heterodoxo Pedro Sainz Rodríguez

El primero de los menendezpelayistas españoles denuncia "el acaparamiento político" de las ideas del polígrafo santanderino

Pedro Sainz Rodríguez, como Menéndez Pelayo, habla las lenguas necesarias para bucear en la ortodoxia y la heterodoxia de este país. Latín y griego, de los idiomas antiguos; y de los modernos, francés, portugués, inglés y alemán, este último aprendido cuando estudiaba árabe en la universidad e intercambiaba conocimientos con un alemán que no podía ir a las clases por la tarde. "Yo le repetía la clase de árabe que me daban por la mañana en la universidad y él me enseñaba su alemán. Respecto a la biblioteca, bueno, tengo menos libros que don Marcelino -25.000 ejemplares contra más de 45.000-, pero, como él, yo, a los doce años, ya compraba libros. Tengo, por ejemplo, un ejemplar valiosísimo de El Cancionero de Baena. Un día iba con mi padre paseando junto a donde está el Conservatorio, y en un puesto me llamó la atención ese libro, sus láminas, el color, y le dije: 'Papá, mira qué libro tan bonito'. Y mi padre me dijo: 'Te lo compraré'. Le pidieron seis pesetas, dio cinco y me lo llevé tan contento. Mi padre era médico y usted sabe que el 80% de los médicos en España forman la clase más culta, esa gran tradición de médicos escritores y filósofos".Pedro Sainz Rodríguez llega a la Universidad muy joven, como catedrático. Para entonces ya había leído a Menéndez Pelayo. "No le conocí, murió cuando yo tenía catorce años. Pero, cuando a los veintiséis años, trabé conocimiento con Bonilla San Martín que era, con Ramón Menéndez Pidal, el discípulo más importante de Menéndez Pelayo, Bonilla me dio una intimidad con las cosas de don Marcelino que, en realidad, era como si le hubiese conocido personalmente, aparte de haber estudiado siempre su obra y haber protestado en no pocas ocasiones por esa irresistible tendencia de la sociedad española al acaparamiento de Menéndez Pelayo, es decir a hacerle hombre de partido".

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Siendo ministro de Instrucción Pública en el primer Gobierno de Franco, Sainz Rodríguez manda editar las obras completas de Menéndez Pelayo y toma para el programa educativo no pocas de sus ideas. ¿No era eso, también, una utilización partidista? "No, no. Eso vino después porque el franquismo no tenía una doctrina clara. Lo que se llamaba el movimiento era un compuesto de falangismo, de monarquismo o de conservatismo y las obras y la figura de Menéndez Pelayo, el nacionalismo de Menéndez Pelayo, les venía bien a todos, como las obras completas que yo había mandado editar. No hicieron más que jalearlo, y por eso se produjo automáticamente una reacción contra Menéndez Pelayo semejante a la que existió contra Franco. Los críticos contrapesaban el bombo exagerado que le daban los del régimen, en un nuevo capítulo de acaparamiento y contraposición de su figura. Porque las desgracias de Menéndez Pelayo siempre fueron ésas. No tuvo enemigos propios sino enemigos de los grupos políticos que le quisieron utilizar en cada época de su vida y después de su muerte. Por eso quiero, antes de morirme, si me da tiempo, hacer una síntesis sobre su pensamiento porque, después de entrar a fondo en la intimidad del pensamiento de Menéndez Pelayo, se comprueba que era un hombre partidario de la verdad científica, de la libertad, no de pensamiento en el sentido que le da la gente, sino de la libertad doctrinal. Solía decir que el título que más deseaba era ser ciudadano libre de la república de las letras. Y por eso tuvo trifulcas con los católicos de derechas, porque no quiso ser tomista. Su pensamiento era crítico, ecléctico, muy personal. Y no era reaccionario, ni beato, ni tenía esa imagen hierática con que le reflejan en esos retratos que le hicieron después de muerto, sino como le vemos en el famoso cuadro de Sorolla, sonriente, con una gran viveza en los ojos y, desde luego, muy distante a como nos lo han querido vender en alguna época determinada, sino mujeriego, comilón, bonachón y muy hablador y brillante en la conversación".Menéndez Pelayo llega a la universidad cuando en España se proclama la Primera República española y a Sainz Rodríguez le ocurre otro tanto con la Segunda República. Pero Menéndez Pelayo hace una carrera política menos brillante y, sobre todo, más corta. "Lo fundamental en la vida política de Menéndez Pelayo yo creo que hay que señalarlo en su carácter polémico porque, llegando en esa época a la mayoría de edad, cómo no iba a ser polémico. Tenía que haber sido un imbécil, un hombre muerto, en una España que no sólo polemizaba sino que se batía y estaba en plena guerra civil. Pero Menéndez Pelayo adoptó, sin embargo, una postura intermedia entre la nostalgia de los tradicionalistas y el revolucionarismo de los krausistas, porque en política se fue con el grupo católico que aceptó la restauración, es decir fue canovista, y frente a los krausistas, claro, fue contrario, como casi todos. Y, además, cuando entró en política, por ejemplo, por la provincia de Zaragoza, fue y, en lugar de dar un mitin, les habló de la venida de San Pablo a España y de los orígenes del Pilar, y, cuando le hacen senador, les suelta a sus colegas un discurso de propaganda sobre Raimundo Lulio. De manera que no era un político al modo clásico, sino que tenía conciencia de que le nombraban como un ornato del partido".

De mítines, pistola en el bolsillo

Y Pedro Sainz, ¿qué mítines daba cuando se presentó a diputado y sale elegido por Santander? "Bueno, yo era distinto. En mi época, la política era dura, sí. Pero, frente a aquellos que podían contestar a la pregunta de por dónde eran diputados, que por Romero Robledo, yo podría contestar que era diputado por Menéndez Pelayo. No pensé nunca meterme en ese jaleo. Hasta que un día llegan a mi casa de Madrid un grupo de montañeses, que me conocían como menendezpelayista, y me piden que me presente, que me sacarían por las derechas. Les dije que no, pero, cuando comentaron que quizá me negaba por cobardía, porque entonces los candidatos de las derechas corrían peligro, me dio rabia que pensaran que era un cobarde y fui de candidato. Mi madre era montañesa, de Viveda, y mi montañesismo una cosa familiar, así que llegué como a mi casa. Pero fue duro. Aquí donde me tiene, he sufrido cinco atentados personales, uno de ellos en Saltacaballos, en la carretera de Santander a Bilbao. Iba a dar un mitin y un amigo de Bilbao, Rafael Remacha, me prestó su coche, un Chrysler precioso, descapotable. La gente de izquierdas tomó nota de ese coche y menos mal que cuando llegué a Santander le dije al chófer que regresase el solo para Bilbao, no fuese que Remacha necesitase el automóvil. Cuando vieron que volvía, pusieron unas piedras en la carretera y dispararon 32 tiros en el rincón en que suponían que iba. Y me libré de morir, claro. Vaya época. En los latiguillos de los mítines era obligado aludir al glorioso penado de El Dueso, donde estaba preso Sanjurjo, o al santo cardenal expulsado, que era Segura. Y venga aplausos. Una vez vinieron unos jóvenes a decirme que en tal distrito las izquierdas habían prometido que nunca hablaría un diputado de derechas. 'Queremos que usted hable allí', me dijeron. Y por qué yo. 'Bah, porque los otros se rajan'. Y ahí me tiene usted, por mi amor propio, hablando en aquel distrito. Era frecuente que en lugar de un vaso de agua, tuviera el orador en la mesa una pistola. Y aquel día, cuando lancé los latiguillos de rigor, vi con sorpresa y preocupación que nadie me aplaudía. Hasta que pregunté qué pasaba en aquel pueblo. Cómo iban a aplaudir la pobre gente si todos tenían la mano en el bolsillo con la pistola".Pero de lo que más le gusta hablar a Sainz Rodríguez es de sus trabajos de investigación y de su biblioteca. En la casa no cabe un libro y las fichas las ha instalado en las terrazas. Así, tiene una terraza mística, invadida por el fichero de historia religiosa y otra, que llama laica, en la que se contiene la otra vertiente de este hombre polifacético. Es el laboratorio de un menendezpelayista que va y viene, sin vacilación, de un libro a una ficha, de una ficha (tiene más de 80.000) a un libro, sumando páginas y libros a una antología de místicos que bien pudo haber sido la antología de los heterodoxos. Todo en orden porque "tengo más de ochenta años y quiero dejarlo organizado para que puedan trabajar los sucesores".

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