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LA LIDIA

Mal final de festejos en San Sebastián de los Reyes

Plaza de San Sebastián de los Reyes. 2 de Septiembre. Ultima feria.Cinco toros de Antonio Arribas, bien presentados, de juego desigual y en sexto lugar uno de Campos Peña, manso y sin fuerzas. Niño de la Capea: palmas. Pitos. Tomás Campuzano: oreja. Aplausos. Pepín Jiménez: aplausos. Silencio.

No había ambiente de fiesta en San Sebastián de los Reyes. La feria terminó el pasado sábado y se había quedado una corrida descolgada que, suspendida por lluvia, se celebró ayer. Aire laboral en las calles, con las tiendas abiertas y los bares desiertos. Ambiente frío y gris en la plaza, con muchas penas ausentes y los espectadores en trance de rutina.

Los toreros se contagiaron de estas indiferencias y salieron a la plaza como el que va a cumplir un ingrato deber. Para abrir boca, hicieron tres faenas absolutamente idénticas entre sí. Los tres primeros toros de la tarde embistieron con nobleza y los matadores les dieron los pases que su idea del to reo les dicta cada tarde. El niño de la Capea, armado de tiralíneas, se dedicó a trazar paralelas sin tono ni medida. Tomás Campuzano, hizo lo mismo, con las variantes de que algún natural le salió con largura y de que intercaló un par de molinetes. Pepín Jiménez, con muletazos muy cortos y también con sus correspondientes molinetes. Tres labores iguales en rara imitación, vacías, sosas y aburridas.

Aplausos mecánicos

El público aplaudía de modo mecánico, como quien cumple una pesada obligación. La charanga tocaba pasodobles, terca, tenaz, incansable. Y los escasos aficionados tomaban posiciones en la grada para descabezar un sueñecito.

Los tres toros siguientes hicieron variar algo el panorama. El cuarto era un toro cuajado y con sentido y el Niño de la Capea no quiso verlo. Solo había tomado una vara y, falto de castigo, llegó reservón y con algún peligro a la muleta. El de la capea aliñó con las consiguientes precauciones y le arreó un bajonazo sin contemplaciones que produjo vómito. Se enfadaron mucho con él en el tendido y un espectador mal encarado le decía feos vocablos mientras le hacía rítmicos cortes de manga. Y es que siempre hay exigentes.

Algo parecido le ocurrió a Tomás Campuzano en el quinto, al que también picaron de modo insuficiente. Se empeño el chico en darle pases, con el inevitable baile de zapatillas, dadas las condiciones del toro, áspero y de corta embestida. Cuando se hartó de danzar, recurrió al bajonazo para terminar con su incómodo enemigo. A Tomás le aplaudieron porque, como dicen estas buenas gentes, "había trabajado".

Música para el trasteo

Pepín Jiménez terminó con la tarde grisácea muleteando al manso de Campos Peña. Nadie se fijaba ya en sus pases cortos, en su afán de alargar la faena en busca de una conexión con los tendidos de más electricidad que la que hasta el momento había conseguido. No lo consiguió, aunque la música seguía soltando pasodobles durante todo el trasteo.

La corrida terminó en el mismo tono difuso con que se había iniciado y todos salimos a la calle, hartos de rutina, música y toreros funcionarios.

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