Una, nueva generación de grandes directores toma el relevo en Salzburgo
Una nueva generación de grandes directores está tomando el relevo de los viejos genios que han llenado una época de los festivales de Salzburgo. Los nombres de Böhm y Karajan buscan con msistencia el de los directores que puedan llegar a institucionalizarse como las nuevas estrellas permanentes del festival. Entre estos nombres ya empiezan a contar el de Lorin Maazel, director de la Opera de Viena, y el de Riccardo Muti, director de la orquesta de Filadelfia.El primero ha estrenado un Fidelio con una peculiar escenografía: en ella aparecen guardias civiles inspirados en el 23-F. El segundo se ha atrevido con un Cosl fan tuite que no hizo aflorar a Karl Böhm.Martin Taubman, el agente artístico de Knappertsbusch y Mitropoulos, contaba poco antes de su muerte -acaecida en 1981- una jugosa anécdota personal. Al saber la noticia del nombramiento de Lorin Maazel como nuevo director titular de la Opera de Viena, le había llamado por teléfono a Cleveland. "Lorin, amigo", le dijo Taubman, "te doy el pésame; Viena y los vieneses te destruirán".
Esto ocurría en 1980. Hace dos años, en Salzburgo pocos apostaron por Maazel. Hoy los papeles se han cambiado y su gestión se aguarda con complacencia. El factor primordial de esa mutación acaso sea el que Maazel ha terminado por ganarse a la orquesta de la ópera, la mítica Filarmónica de Viena.
Binomio revelador
En Salzburgo, con la Sexta sinfonía de Mahler como cauce, el binomio Filarmónica-Maazel ha resultado revelador. La sinfonía, en la menor, es la más angustiosa y neurática del autor bohemio, es la obra que plasma el psicoanálisis freudiano por vez primera en un pentagrama, con exorcismo de todo tipo, de monstruos interiores. Maazel la ha dirigido con convicción de poseso, con paroxismo, pero sin histeria, revistiendo a la partitura de un talante clásico que el respeto mismo de Mahler a la forma sonata y a sus tiempos confirma. Maazel, judío como Mahler, ha sido sabio al forzar además los timbres de ese infalible instrumento que es la Filarmónica, pues no en balde fue al principio del siglo la orquesta del propio compositor.
La escenografía de Lindtberg
Menos fortuna ha tenido Maazel en la nueva producción del Fidelio beethoveniano. Aquí, la mala pasada se la ha jugado la enloquecida puesta en escena de Leopold Lindtberg. La prisión sevillana ideada por Beethoven se nos presenta rodeada de modemas alambradas; junto a una horca hay un tendedero de ropa; el carcelero y su familia viven en una dacha debajo del tendedero; el gobernador de la prisión no entra nunca por la puerta principal, sino que tiene que cruzar por el tendedero para pasar revista. Como último destello del ingenio, Lindtberg ha tenido presentes los sucesos del 23-F de 1981 y ha vestido a la soldadesca de guardias civiles en uniforme de cantantes. Eva Marton, Reiner Goldberg, Aage Haugland, el terrible Gosta Wimbergh y el siempre notable Theo Adam, se mueven por el escenario como pueden, en medio de semejante desmadre. Es Lorin Maazel, con la Filarmónica vienesa en el foso del Grosses Festspielhaus, quien salva la función -entre otros momentos, con una lectura electrizante de la obertura Leonora número 3-. Tanto en Mahler como en Beethoven, los aplausos entusiastas de los músicos a su propio director venían a refrendar el trabajo de un verdadero maestro.
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