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El tren de Reus y sus fantasmas

El joven periodista Serrano Anguita soñaba, en un vagón del expreso de Andalucía, en cómo podna ser su vida el día que tuviera éxito en el teatro, cuando el convoy se detuvo demasiado tiempo en una estación. Bajó a preguntar y se enteró del asalto al vagón-correo y del asesinato de sus funcionarios. Telegrafió a su periódico, se hizo famoso y estrenó sus obras. Así de fácil era. Su aportación a la literatura no fue grandiosa; en cambio la de los culpables, condenados, tuvo algún interés: en la cárcel prepararon y publicaron una edición deliciosamente ilustrada de El fantasma de Canterville, de Oscar Wilde, con quien parecían tener otras afinidades.

El crimen del expreso de Andalucía -que más tarde pasó al cine- fue el último gran asalto a un tren que registraron los anales españoles. Los británicos, que son más conservadores, aún tuvieron, no hace tanto, el del tren de Glasgow, que también recibió la consagración cinematográfica (el cine tiene una gran debilidad por todo lo que pasa en los trenes).

El asalto de ayer al correo de Reus tiene la gracia alada del anacronismo. Una épica antigua. Las personas de una cierta edad viven ahora la incómoda sensación de lo que los freudianos llaman de déja vu o, según el propio Freud, el "resurgimiento del fantasma inconsciente áprovechando una percepción actual". Un desastre. Mítigado, quizá, por la maligna satisfacción de que creen -porque se lo creen- que todo lo que ha sucedido después de su tiempo ha fracasado. Hace ya algunos años se acuñó el término camp para ese fenómeno de regreso; hubo también la moda retro. Decir que el asalto al tren de Reus (que por parte principal tiene la de ser simplemente un defito) está dentro de lo camp o de lo retro puede ser sólo una frivolidad, y no parece sociológicamente claro que a ese hecho intrínseco y brutal se le pueda relacionar con el intento de que vuelvan los tranvías a las ciudades, o con la nueva puesta en servicio del Opient Express, o con que la literatura regrese a lo narrativo o la pintura a la figuración, o con que las carteleras de teatro del mundo repongan a los víejos autores o en los cines de Madrid se vea Mares de China o El acorazado Potemkin. Pero de estas tre'mendas trivialidades se forma una especie de textura psicológica del contemporáneo, que ve diluirse un cierto concepto de lo moderno, que ha pasado a ser una palabra camp o a entrar en el lenguaje cheli con una leve deformación burlona (moderno).

El tema general del asalto al tren forma parte de la épica recibida. La épica del viejo cinematógrafo, donde el tren era irremediablemente asaltado por los caballistas que corrían junto a la locomotora y saltaban en marcha al caballo de fuego. Todavía hay personas que no pueden reprimir un estremecimiento de emoción cuando pasan por la calle madrilefía donde hay una sucursal de la Wells & Fargo: las mágicas palabras que iban inscritas en las cajas blindadas del Union Pacfic y antes en las diligencias. El tren constituía la épica de aquella época, quizá porque el cine tenía una gran avidez de movimiento y todavía no había aprendido la capacidad de encerrarse entre cuatro paredes (que eran tres). Era también el tren, además de una épica, una. erótica. La de La madona de los coches cama La literatura de Morand, de Mauricio Dekobra, de da Verona. Modestamente, la de las Memorias de un vagón deferro carril, de Zamacois.

Esto es lo que pasa con los fantasmas del inconsciente: se deriva ante la sugerencia de un nombre, se fabula con un símple enunciado. Marx decía -con perdón- que el hecho histórico se produce una vez en forma de drama y se repite en forma de'caricatura. Como el déja vu de Tejero o Milans son las caricaturas fantasmales de Pavía, el asalto al tren de Reus no es más que el fantasma cómico de la épica de los tiempos del Union Pacific y de la Wells & Fargo; y en los grandes expresos europeos se tropieza uno indefectiblemente con amables monjitas que piden que se les suba y se les baje la maleta, y jamás con Mariene. Dietrich. Toda la sensación de retro, que está dando nuestra época no pasa de ser un disfraz tomado del baúl del desván. Puede servir, eso sí, para psicoanalizarse. Esto es, para nada.

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