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CORRIDAS GENERALES DE BILBAO

Miurada podrida

ENVIADO ESPECIALLos Miura estaban podridos. Nadie lo diría, cuando salían tan fachendosos, corretones, bufando y cazando moscas con sus bien desarrolladas astas. Pero, a la galopada, se les revolvían por dentro las toxinas, las toxinas les carcomían los huesos, los huesos hacían catacroc, y mordían el polvo.

Cuando empezó la función, el buen público, impresionado por la leyenda de los Miura, exhalaba suspiros, gritaba ayes, no quería ni mirarlo cada vez que Ruiz Miguel pegaba un pase (es decir, un regate), pues temía que aquello podía ser la guerra. Cuando siguió la función, por el segundo toro, se fumaba un puro, tan serrano. Y cuando el tercero mostraba síntomas de ir tan colgado como los anteriores, ya estaba hasta la txapela de Miuras y pedía a la presidencia que cambiara el toro, por otro cualquiera, el "sokamuturra", por ejemplo.

Plaza de Bilbao

19 de agosto. Cuarta corrida de feria.Toros de Eduardo Miura, inválidos absolutos. Sexto, sobrero de Luis Algarra, con trapío, flojo, manso. Ruiz Miguel. Tres pinchazos y media (aplausos y saludos). Pinchazo hondo y cuatro descabellos (silencio). Jorge Gutiérrez. Tres pinchazos y media estocada caída (silencio). Pinchazo, otro hondo y tres descabellos (pitos). Tomás Campuzano. Bajonazo descarado (silencio). Media (vuelta).

Entretanto los toreros pegaban los pases que podían. Parece mentira la capacidad de producción que tienen ciertos toreros cuando se trata de pegarlos derechazos a los Miura podridos. Atengámonos a la cruda realidad de los datos horarios. Cada faena de Ruiz Miguel o de Campuzano duraba alrededor de los diez minutos, mientras que desde la salida del toro hasta que empezaba esa faena de muleta -dos tercios completos- no transcurrían más allá de cuatro minutos. La lidia fue escamoteada sistemáticamente pues no había nada que lidiar.

Con peor suerte, el mexicano Jorge Gutiérrez no pudo desarrollar el derechacismo que sus compañeros españoles le contagian cada tarde, pues sus toros tenían peor catadura y se le quedaban en la suerte tirando gañafones. En ambos hubo de abreviar, lo cual le agradecemos en el alma. Tiene pagadas unas copas en el bar.

La corrida medio verdadera empezó en el sexto, pues el público armó un escándalo mayúsculo y la presidencia ya no tuvo más remedio que mandar a paseo a ese último Miura. El Algarra que lo sustituyó, pavo cuajado, alto de agujas, enmorrillado y con aparatosa papada, también se caía, pero menos, y pese a su mansedumbre, embestía como debe hacerlo un toro. No muy fijo y noble, lo cual le costó una voltereta a Campuzano, pero valoró el tesón de este diestro, que le sacó naturales mandones y unos estatuarios valientes.

Algo les pasa a los toros en general y a los Miura en particular si en lugar de embestir con brío vacilan cual perdulario fumado. Quizá sólo otro toro podría explicar el misterio. Ayer hubo uno, concretamente el cuarto, que salió charlatán. El animalito apareció por el chiquero como un rayo, pegando galopadas y berreando a los cuatro vientos su infortunio. Llevaba en sus carnes un espadazo y ni aún así dejó de largar. Es seguro que nos explicaba el proceso que había podrido sus entrañas y las de sus hermanos.

Sepa la afición que durante toda la tarde se estuvo simulando la suerte de picar, para que los toros no murieran de infarto; sepa la afición que ni un lance a derechas acertaron los diestros a ejecutar en toda la corrida; sepa la afición que la casa Miura pegó ayer en Bilbao el petardo del siglo. Alguien tiene que arreglar esto, porque la fiesta se viene abajo. Y si no son los taurinos, que sea la policía.

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