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Reagan dirige personalmente la estrategia norteamericana en Oriente Próximo

El presidente norteamericano Ronald Reagan desarrolla una intensa actividad en los últimos días, después de haber cogido en sus manos la diplomacia estadounidense en Oriente Próximo y prepararse para hacer frente a un serio desafío en política interior.

Desde que Alexander Haig saliera del Departamento de Estado, a finales de junio, el centro de gravedad de la política exterior norteamericana se ha desplazado hacia la Casa Blanca. George Shultz, el nuevo jefe de la diplomacia, apenas ha salido de la sombra y con ello ha favorecido el protagonismo del presidente y del Consejo Nacional de Seguridad.

Reagan ha intervendio públicamente dos veces en los últimos diez días para intentar rebajar la intransigencia del primer ministro israelí, Menájem Beguin.

Además de la necesidad sentida por sus consejeros de dar la imagen de un presidente que domina las situaciones de crisis, el salto a la arena de Reagan responde a una preocupación por dar sensación de eficacia. En medios oficiales se señala que el presidente prefiere emplear el poder de persuasión de que inquilino de la Casa Blanca para intentar influir sobre un aliado poco dócil antes que recurrir a las sanciones.

Pero, a dos meses y medio de las elecciones legislativas, Reagan también tiene problemas en el interior. La oleada electoral que le llevó a la Casa Blanca hace casi dos años le había convertido hasta el presente en el líder incuestionado del Partido Republicano. Ahora, por primera vez, un miembro de su partido, que no esconde sus pretensiones a la sucesión, acaba de desafiar al presidente.

Jack Kemp, representante por Nueva Yok, ha tomado la cabeza de una abierta revuelta de los republicanos más conservadores. Presentándose como el guardian del purismo reaganista, Kemp reprocha al presidente la preparación del mayor aumento fiscal de la historia nortamericana, con lo que traiciona su promesa de reducir los impuestos y los gastos del Estado.

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