La Carta de Helsinki, aniversario y esperanzas
EL SEPTImo aniversario del Acta Final de Helsinki -la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa se ha recordado muy brevemente en el momento en que Estados Unidos no ha decidido aún si vendrá a Madrid cuando se reanuden las reuniones de la Conferencia, que están convocadas para comenzar el día 9 de noviembre. Una fecha bastante confusa para España, que puede estar, según las previsiones actuales, en plena campaña electoral o con un Parlamento y un Gobierno nuevos, lo cual puede quizá influir en la atención debida a la organización, pero sobre todo en cuál pueda ser la actitud española en la Conferencia, suponiendo que los cambios, o las vísperas de cambio, puedan haber dado ya una definición a la política exterior española. Como se sabe, en la Conferencia de Seguridad y Cooperación hay, como en todo el panorama de Occidente, una dificultad considerable en conectar la actitud europea con la de Estados Unidos. España, hasta ahora, resuelve mal esa opción. Caben pocas dudas de que la actitud de Estados Unidos va a ser la que mantiene desde aquel agosto de 1975 en la capital de Finlandia, que se ha reforzado con el poder de Reagan: la creencia -o al menos la expresión- de que nada cuanto se pacte o se acuerde tiene demasiada importancia, dada la insistencia soviética en no cumplir el Acta, o violarla. La posición soviética es también constante y, naturalmente, la contraria: ya en agosto de 1975 mantuvo que se trataba del "hecho histórico más importante desde la derrota de Hitler", y aún en diciembre del año pasado, cuando se conmemoraba el 75 cumpleaños de Breznev, se incluía la Conferencia de Helsinki como uno de los rasgos más sobresalientes de su biografía. Entre estos dos extremos, Europa opta por la creencia de que la reunión de 35 países pertenecientes al área más delicada y más discutida del mundo es algo que debe cuidarse, sostenerse e instrumentalizarse para que dé resultados óptimos.
Pero, ¿ha dado alguno en estos siete años? No son fácilmente observables porque una gran parte de sus resultados consiste, precisamente, en evaluar lo que no ha sucedido. Es muy posible que la URSS no haya tomado y soluciones violentas en Polonia -como las tomó en Checoslovaquia, como las tomó en Hungría- por la observación y la vigilancia de la Conferencia de Seguridad y hasta el relativo optimismo, dentro de la desdicha, con que puede considerarse la "solución polaca". Es decir, el mantenimiento de las reivindicaciones de su pueblo y la timidez de sus militares al limitar los alcances represivos del golpe podrían estar en esta "ley de convivencia internacional" -según frases soviéticas-, cuya vigencia le interesa mantener. La idea de que la URSS quiere instrumentar la Conferencia como una posibilidad de que Europa siga apareciendo distanciada de los Estados Unidos no es descabellada. Pero si eso la fuerza a contenerse, habrá algo positivo que no se puede desperdiciar.
Estados Unidos tiende ahora a bloquear la Conferencia: bastaría para ello con que no participase. En la fase anterior, que terminó con cierta precipitación por el pavor español a que el Palacio de Exposiciones y Congresos no estuviese evacuado a tiempo para que lo ocupasen los. organizadores del Mundial de fútbol, la delegación de Estados Unidos convirtió toda su actuación en una continua requisitoria contra la URSS, a la que acusó de por lo menos noventa violaciones de la Carta. No obtuvo todos los resultados previstos. Preferiría quizá que la Conferencia no se reanudase, sobre todo ante el temor de que en esta nueva etapa pudieran pronunciarse acusaciones soviéticas contra ella: la ayuda, a Israel en su exterminio de los palestinos, las intervenciones abiertas en la situación,de Centroamérica podrían constituir el núcleo de la acusación; y, ahora, el hecho ole que haya reanudado las pruebas atómicas, con la explosión de Nevada, que ha producido un considerable malestar entre sus aliados y que alimenta con fuerza la ola de pacifismo.
La decisión final debe tomarla el nuevo secretario de Estado, Shultz, dentro de la forma que consiga dar a la política exterior de su país bajo Reagan. Las ideas a favor de la presencia de Estados Unidos se centran en la necesidad de no permitir a la URSS que, una vez más, denuncie la posición de Estados Unidos como contraria a toda negociación, que sería inmediatamente recogida por los pacifistas; y en la idea de continuar utilizándola como centro de ataque a la URSS.
Pesan también en este sentido las presiones de los aliados europeos. De forma que la celebración o la suspensión de la Conferencia puede ser parte de una negociación global interoccidental. La idea de que se celebre la Conferencia de Madrid en ausencia de Estados Unidos es, por ahora, impensable. Pero puede que algunos gobiernos europeos lleguen a pensarla o, por lo menos, a esgrimirla ante Washington.
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