Federico Sopeña analiza la actitud 'pudorosa' del amor en Galdós
La actitud pudorosa de Galdós al tratar en su obra las relaciones amorosas, lo que "produce un aquilatamiento del lenguaje de una calidad extraordinaria", a modo de reflejo de usos y costumbres amorosas del siglo XIX, es, para el director del Museo del Prado, Federico Sopeña, el punto de partida para un análisis más amplio del amor.Este análisis fue realizado por Sopeña en la conferencia que, en torno a El amor en la obra de Galdós, pronunció ayer en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, en Santander, en el marco del curso Bases antropológicas, filosóficas y psicológicas del amor, que dirige el catedrático de Psicología Florencio Jiménez Burillo.
El amor, las relaciones sexuales, las desviaciones son, en la obra de Benito Pérez Galdós, una constante, que refleja su idea de "hacer la vida viva" a través de sus escritos, lo que, "combinado con su actitud pudorosa, convierte, al afirmar el lenguaje en la narración, en verdaderas perlas de expresión literaria", afirma Sopeña. Galdosiano confeso, dispuesto a no publicar ni una línea sobre el escritor hasta que "no me lo supiera de memoria", esperó hasta cumplir los cincuenta años para publicar Arte y sociedad en Galdós.
La pregunta era evidente y la respuesta de Sopeña también: "Sí, efectivamente; ahora puedo decir que me sé a Benito Pérez Galdós de memoria".
En la obra de Galdós se reflejan las relaciones amorosas imperantes en su época, en donde el hombre llevaba como bagaje la experiencia sexual adquirida en los prostíbulos, en tanto que la mujer, ignorante de todo, veía la sexualidad como vía hacia la maternidad, y el resto, como "un túnel sombrío y desconocido". Para Sopeña, Galdós hace historia del siglo XIX a través de la imaginación. Añadió que el escritor canario refleja los problemas amorosos en la época a través de sus personajes, "extremadamente bien creados".
Uno de los temas que, según el conferenciante, refleja con más frecuencia y detalle Galdós es el de la noche de bodas. Señaló cómo en Fortunata y Jacinta se ofrece con un realismo total y "un decoro y belleza literaria extrema", que contrapone a la narración, siendo el escenario el mismo una casa de huéspedes, que de un hecho similar hace Pardo Bazán su obra Los pazos de Ulloa.
Los usos amorosos en la España de la posguerra, hasta los años cincuenta, venían condicionados, en opinión de Sopeña, por un mal inicial, que procedía de la educación impartida en los colegios, "obsesionada ante el sexto mandamiento. Nuestro trabajo", señaló el director del Museo del Prado, "consistía en una labor desintoxicadora, en airear ese mundo cerrado, dando una primacía absoluta al primer mandamiento". Los nuevos tiempos, de los que a Sopeña le preocupa que la libertad sexual existente "dañe algo tan fundamental en la vida amorosa como es el misterio", no impiden que, "desde un punto de vista humano y no religioso" acepte las relaciones prematrimoniales, siempre que la vida sexual se vea, "no como un paréntesis, sino como una consecuencia. Dicho de una forma poética, que la noche sea la consecuencia del día".
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