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OPERA

'Lohengrin', de Wagner, abre un nuevo capítulo del certamen de Santander

ENVIADO ESPECIAL

El Festival Internacional de Santander, en cuya larga biografía no ha faltado la ópera a través de algunas representaciones más o menos convencionales, conoció el pasado lunes, con la interpretació de Lohengrin, de Richard Wagner, en la plaza Porticada, el inicio de un nuevo capítulo lleno de posibilidades: el de la ópera en concierto, preferible a la representación cuando no se dispone de local ni medios escénicos idóneos.

En estos tiempos de revitalización operística, en los que se patentiza un nuevo entusiasmo por el teatro musical, conviene a veces olvidar la polémica sobre la primacía de lo teatral o lo musical en el género operístico para escuchar las grandes partituras dramáticas que por sí solas constituyen, piezas fundamentales en la evolución de la música europea.

Pocas habrá de tan alta significación como las nacidas del genio de Ricardo Wagner, cuya potencialidad teatral se sustancia en la música hasta el punto que los escenarios vienen a funcionar como ilustración de una creación musical capaz de asumir todo el repertorio ideológico y renovador del compositor alemán.

Pura música

Está claro que si, en cualquier caso, es deseable la mayor calidad en las versiones, cuando la ópera prescinde de acción y decorados para ceñirse a su contenido musical, las exigencias se tornan mayores. No caben entonces interpretaciones simplemente aceptables, decorosas u honorables; se precisa auténtica categoría.El lunes por la noche en la plaza Porticada hemos disfrutado de un Lohengrin excelente desde todos los puntos de vista. Para empezar, el maestro alemán Franz-Paul Decker, tan aplaudido en el Liceo de Barcelona, ha sabido aunar en un criterio riguroso y fuertemente expresivo todos los elementos puestos a su disposición: solistas de gran clase, coro y orquesta de Radiotelevisión Española.

Hay en Wagner un factor esencial, vivo en Lohengrin, para, acentuarse en Tristán, en la Tetralogía y Parsifal: lo que podríamos denominar mística de la sonoridad, tan necesaria como difícil de conseguir. Desde ella, todo el drama musical cobra perfiles definidos, alcanza la adecuada tensión expresiva y define la más noble calidad de la materia. Decker, tanto en las partes orquestales como en las de coro y acción, hizo de su Lohengrin algo de una belleza coherente y rica de plasticidad; de tanto impulso lírico como gestual; de tan poderosa fuerza introvertida como expansiva exteriorización. Los pentagramas wagnerianos parecían, en todo momento, movidos por un soplo poético de singular elevación.

Un reparto de destacadas figuras internacionales nos dio ocasión de admirar la belleza vocal, la irresistible atracción de la soprano sueca Helena Doese, excelente continuadora de las grandes tradiciones vocales de su país, tan pura en la emisión como ágil en la flexibilización: una voz y una inteligencia versátiles tan idóneas para Wagner como para Verdi, para Puccini, Mozart, Chaikowski o Weber. La Doese hizo, cantó y vivió una Elsa de raro encanto, a la que dio respuesta en el personaje de Ortruda, la mezzo polaca Rose Wagemann, cuyo timbre oscuro ayudó a sostener el interés dramático de la interpretación.

El caballero del cisne fue cantado por un habitual de Bayreuth como intérprete de Sigfredo, Tristán y Parsifal. Salvado algún momento de duda -producido por los inevitables ruidos exteriores- Manfred Jung defendió su Lohengrin con tonos líricos y heroicos. Otros dos cantantes alemanes, Oscar Hillebrandt y Franz Grundheber, en los personajes de TeIramund y Heraldo, respectivamente, mostraron su bien reconocida valía en lo técnico y lo conceptual. No faltó quien comentara que disponer de Grundheber (primera figura en Viena, París o Munich) para el papel de Heraldo constituía un lujo, pero a la hora de intentar un alto nivel de calidad no cabe pensar en la menor desigualdad y es muy de aplaudir la actitud exigente del festival en este aspecto. En fin, el bajo norteamericano Malcolm Smith encontró justos matices para el Rey Enrique: sobriedad, eficacia expresiva y nobleza.

La Sinfónica de RTVE, así como el coro de la misma entidad, preparado por Alberto Blancafort, fueron pieza esencial en una versión que según avanzaba ascendía de temperatura y clase. Después de un buen primer acto escuchamos un segundo y tercero verdaderamente esplendorosos, lo que provocó una reacción clamorosa del auditorio. Merece la pena continuar la experiencia en años sucesivos.

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