La Reina
La reina Sofía, gran aficionada a la música, nos da grandes conciertos de silencio y hay que decir que su silencio alerta, su vigilancia silente, es como una candela de luz pura que alumbra en la vida española. Su silencio no es indiferencia, sino insistencia. Me lo decía un día, en mi casa, Fernando Fernán-Gómez, con su humorismo como involuntario:-Yo miro las listas de best / sellers, en la Prensa, para comprarme algo, voy a ver Pensamiento y todo es 23 / F. Estoy muy perplejo preguntándome por qué esos libros se catalogan como pensamiento, junto a Kant y Zubiri.
Uno, que no cree tanto como el genialmente ingenuo Fernando en las clasificaciones de periódico, se está colocando estos días toda esa prosa de garrafa, en torno al 23-no-sé-qué (alternando con Andy Warhol, que si no, sería demasiado), y de pronto, en uno de los múltiples libros sobre el guardia, salta el nombre de la reina Sofía y una palabra suya, la palabra, la clave, la verdad, dicha como por una reina de cuento, una palabra que desvanece los miles de folios del atestado / apestado (tú lo has sufrido y resumido bien, querido Emepé, tú sí que has hecho un libro).
La reina Sofía dijo su palabra en la intimidad tensa de aquella noche que se movía. No ha vuelto a decir nada, no hace falta, no hay que tomarle la palabra ni siquiera, quizá, ponerla en un libro, donde la he encontrado yo. Pero basta con esa palabra y esa exclamación / exhalación.
Ella, con eso que llamaremos "intuición femenina", como dirían los poco intuitivos de los tiempos que corren, dijo su palabra / sortilegio, asombrada por el quinto canal de la evidencia, y no ha vuelto a decir más. Las últimas veces que la he visto, por sus ojos pardogrises (casi como un Antonio Suárez, si Antonio Suárez pintase mujeres) no pasa la duda, sino que en ellos se instálala certidumbre. Certidumbre que hoy, quizá, es de muchos españoles, pero que ella tuvo la primera, ni siquiera como reina, sino como ama de casa que mira la tele. Dice Pitigrilli que las mujeres hablan poco porque necesitan exhalar carbono. Bueno, pues, por suerte, tenemos una relina nada carbónica que habla poco o no habla nada, y yo me quedo lejos, en las audiencias, porque temo que me va a preguntar algo, y ni sé nada de lo que me pueda preguntar ni sería capaz de improvisar la brillante mentira que se improvisa en estos casos palatinos. A mí una señora con los ojos color de lucidez, es que me corta mucho.
"Son mis amores reales", decía Villamediana, y le pegaron la cuchillada. Son mis amores intelectuales y me admira que esta mujer tan intelectúal, tan elegida de los idiomas y de la música, se transmutase aquella noche -noche inenarrable que nadie acaba de narrar bien- en una in'genua y mágica reina de cuento de Calleja que fue la primera en decir la verad, cofre aterciopelado, gamuza de hermetismo suave, dije intuitivo / revelador de la palabra clave y culpable. Anoche tomaba yo un cubata en el Palace con el general Gutiérrez Mellado, a quien Dalí ha dibujado en figurita de Don Quijote. El general, en su aparición dominical de la tele, siempre incluyó a la Reina en sus referencias a la Corona. Y este hombre ha vivido de cerca el tema. El otro día, Majestad, he comprado un piano en llamas, una ruina de piano quemado, con lo que pienso darme grandes conciertos de silencio.
El piano es criaturá tan bella, entre góndola y ballena, que Beethoven y Wagner, haciéndolo sonar, me parecen unos bárbaros, con perdón, Majestad.
Está usted invitada. Usted, tan intelectual, reina Sofía, es, además, por la palabra mágica y clarividente de una noche, reina de cuento de Calleja.
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