El Rey y el surrealismo
El Rey Don Juan Carlos le ha concedido a Salvador Dalí un título nobiliario que incluye el propio apellido del artista y el lugar de residencia que hoy le es más habitual.No puede decirse que sea un premio político ni protocolario ni circunstancial. Los nombres de Tápies, Chillida, Miró, José Hierro, Delibes, Torrente Ballester y tantos otros, de toda taifa artística, ideológica, literaria o generacional, prueban que lo que se está haciendo desde La Zarzuela (y no veo que nadie lo explique así, globalmente) es una lenta, sencilla, y eficaz recuperación de España, de esa España que siempre será otra para quienes sufren la cultura general como una ofensa personal.Los nombres de Dámaso Alonso, Jorge Guillén y tantos otros, podrían drapear de negritas esta columna. Ni siquiera la II República, quizá porque no tuvo tiempo, vació tan lúcidamente su contenido entre intelectuales y artistas, se hizo soluble en los contemporáneos. (Azaña por otra parte, era un intelectual más, estaba demasiado cerca y los árboles de la ciencia no le dejaban ver bien el bosque de la España republicana) Mientras, los políticos profesionales y procesuales se reparten siglas como escaños, se montan el muñeco en tomo de los coches oficiales, y sólo les falta tirar de la manga a los chóferes gritando "mío, mío", mientras todo esto pasa en Madrid, baja de La Zarzuela un amplio, largo y deliberado propósito de recuperar media España, la España de la cultura, no ya mediante el confortable y fúnebre procedimiento franquista de profanar a los muertos, embalsamarles de festividad y condecorarse el pecho golpista con Unamunos y Machados. Nuestra Monarquía está eligiendo o dejándose elegir por artistas e intelectuales vivos, capitanes de la vanguardia estética en el mundo. Cuando, en la compacta sociedad británica, la Reina Isabel hace nobles a los Beatles, a Henry Moore o a Bacon, esto tiene un carácter protocolario (muy respetable) por el que la vieja institución, más que condecorar, se condecora de modernidad. En la España de hoy yo diría que nadie condecora a nadie, que el ademán, antes que palatino, es paulatino e incluso paulino. Se trata de casar lentamente una España con otra. Casarlas y coserlas. El que dijo lo de las dos Españas solo quedó corto. Aq4 aparte el guerra civilismo ese de siempre, que luce en cada casa un icono o reliquia del Campesino o de caballero mutilado / ex combatiente, tenemos, desde la expulsión de los judíos "porque sabían de cuentas" la guerra civil de la cultura: la España que quiere ser culta y la que sólo quiere ser muy española. Quevedo trató de remen darlas una con otra, reuniendo haces de saber peninsular, haciendo o deshaciendo español a Séneca, según le conviniera y en razón del adversario. Este Rey, que "reina, pero no, gobierna",. según Bergamín, Maria Cuadra y algún texto le gal, ha entendida el reinado de la cultura como un dejar que reinen en él, y en la actualidad de todos los españoles, los hombres y los nombres que están haciendo Es paña ahora mismo, todas las gene raciones de este siglo que han se guido haciendo España en la modernidad o la modernidad española, pasando por encima del otro guerracivilismo, el de Canciones para después de una guerra. Una sobrepolítica cultural que no precisa de otros menesteres ni ministerios. Pero, aparte esta supera ción del guerracivilismo incruento -tan persistente como el otro, la coincidencia de hoy, Monarquía y surrealismo, está para mí llena de sugestiones y de interiores gestiones. La Monarquía (siquiera sea tan democrática y parlamentaria) apela secularmente a intuiciones primarias del hombre, a eficacias nocturnas del ser. Monarquía y surrealismo son apelaciones a la soledad del uno. En este sentido radical, profundo, sin inercias ad jetivales, puede decirse que, el 23 / F, el Rey tuvo una noche surrealista.
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