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El maquiavelismo latente en la política informativa de la Iglesia

Decía Maquiavelo que todo Estado bien plantado debía guardar celosamente sus arcana imperii o secretos de Estado, necesarios para la seguridad nacional. Para la burguesía naciente, sin embargo, la publicidad era el principio regulador de la sociedad civil, en virtud del cual el decisionismo de los regímenes autoritarios debía pasar por el cedazo de la argumentación y someter sus juicios a la razón del ágora, que sería quien valoraría la rectitud de las decisiones.Curiosamente, en un pnncipio, la publicidad u opinión pública era la actividad de grupos privados cuyos intereses distaban de ser reconocidos por el Estado y que mediante ese procedimiento trataban de convertir en asuntos públicos. El público de lectores pretendía, mediante la publicidad, universalizar sus intereses a sabiendas de que los círculos que se reunían en las casas particulares para tomar chocolate y café -hasta que aparecieron los cafés- era poca cosa númerica.

Gracias a aquellas apasionadas polémicas del siglo XVII, nadie pone en duda hoy, al menos teóricamente, que la crítica de la opinión pública es tan consustancial al Estado modemo como la existencia de los partidos políticos, organizaciones igulmeiite privadas que, gracias al reconocímiento ciudadano, se convierten en gestoras de la cosa pública: es como un control de calidad y de racionalidad.

Por supuesto que todavía existen restos maquiavélicos y gustos por las cláusulas secretas, pero nadie pone en duda, al menos en teoría, que la obligación del informador es desvelar esos arcanos y exponerlos a la luz del sol que luce para todos.

Doble medida

La historia, al menos en este asunto, no parece que tenga que ver con la realidad de la Iglesia católica, más cerca en esto de Maquiavelo que de los enciclopedistas. Ya el Vaticano II sentó la doctrina de la doble medida: ad extra -esto es, para la sociedad-, la Iglesia desea toda suerte de venturas democráticas, incluidas, por supuesto, la libertad de información.

Pero, por lo que hace a su vida interna, ad intra, sólo valen las medidas que ella se da y que no coinciden necesariamente con las de la sociedad. Es seguramente su derecho.

Pero todo se complica cuando los obispos, por ejemplo, convocan a la Prensa para hacer pública la vida interior de la Iglesia. ¿Tienen que pasar esas informaciones por el tamiz de la publicidad, es decir, que se las valore en función de su comunicabilidad, argumentativa, su interés cultural o su incidencia política, o más bien, hay que respetar la heterogeneidad de la fuente, colocando a la información en el marco eclesiástico de sus. intenciones pastorales o catequéticas?

Cualquiera que asista a una conferencía de Prensa capitaneada por el hábil portavoz del episcopado español, Antonio Montero, se encontrará con que en la Iglesia nunca pasa nada, no hay conflictos entre los obispos, nunca hablan ael Opus Dei, no hay tendencias más o menos organizadal, sino sólo "distintas posturas", y si hay que hablar de dinero, que sea poco y sin explicaciones. Y si a alguien se le ocurre decir que ha habido problemas con el viaje del Papa al País Vasco porque algunos obispos temen, como muchos políticos, que su particular sentido de la orientación podría confundir el nacionalismo vasco con eI de los palestinos, o que Revan años peleando contra los envites del Opus Dei, o que el viaje del Papa puede costar más de mil millones de pesetas, le ponen a uno a caer de un burro, incluso públicamente, no porque eso sea falso -que no suele serlo-, sino porque todo eso no existe desde el momento en que no es oficial.

El ejemplo del Opus DeiEjemplo de estas artes, aunque un poco exagerado, pueden ser los comunicados -del Opus De¡ donde a estas alturas, y pese a toda la do-, cumentación ya publicada en contra, declaran solemnemente "que el Opus Dei jamás ha solicitado ser reconocido, como prelatura o diócesis personal", "que no se ha hecho oficial ni oficiosamente declaración alguna sobre un nuevo estatuto jurídico del Opus Dei" y, que si alguien le hubiera preguntado sobre el asunto "se habría limitado a contestar que no está en condiciones ni de confirmar ni de desmentir nada sobre este asunto". A pesar de todas las restriciones mentales y- distingos escolásticos, no pueden conseguir convencer a nadie de que llevan afíos luchando por cambiar su estatuto jurídico.

La secularización no es fenómeno que se deje bautizar fáciimente. No es lo mismo escribir pastorales y difundirlas mediante órganos oficiales que convocar a medios de comunicación, públicos y privados, para hablarles. de la Iglesia o de Ia religión.

En ese acto de publicidad, expresamente buscado, se produce un proceso de profanización, en el sentido de que la noticia no puede sustraerse a los criterios de la opinión pública. Esto es lo que, de todas formas, siempre ocurre. Lo lamentable es que no se ayude desde las fuentes informantes; de ahí que la transparencia informativa se supla con rumores y conjeturas que podrán o no estar inspiradas por el Espíritu Santo, pero sí animadas por las reglas de juego del respeto a la opinión pública.

Las intervenciones del nuevo, secretario general del episcopado español, Femando Sebastián, respondiendo a las preguntas que se le hacen y argumentando sus puntos de vista, parecen presagiar tiempos informativos en los que las exigencias de la publicidad llegen a desterrar definitivamente los hábitos propagandísticos.

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