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Preludio de una batalla

Recomponer desde Teherán el preludio de una de las batallas que se libran en territorio iraquí, cuando se conoce la zona desde la primera fase de la guerra, no resulta difícil cuando se agregan los testimonios de soldados combatientes y las imágenes que la televisión iraní produce a diario.El sol derrite el horizonte sobre las planicies rectlíneas por donde discurre, manso y poderoso, el Chatt El Araba de los árabes, el Arvand Rud de los persas. Muy a lo lejos, oculta entre las brumas que salen de la tierra y entre los valores movedizos que el sol provoca, se adivina Basora. Tal vez aquella corta línea negra es la flecha de un minarete, o la industriosa torre de una refinería, o el, mástil quieto de una antena de radio.

La artillería de iraníes e iraquíes ha estado batiendo durante toda la jornada la. planicie inmensa sobre la que Basora se yergue. El terrible calor reinante por el día convierte casi en suicida cualquier intento de hacer retroceder al enemigo.

Quedan ya muy pocas horas para el crepúsculo. Los soldados iraníes comienzan a salir de sus parapetos contra el sol, que no es allí el enemigo más débil.

Tampoco las tropas iraquíes hacen gala de flaqueza. Encarnizadamente combaten para expulsar a los combatientes del Islam, que han ocupado una amplia zona del sur del país, en el área de Basora, para forzar la caída del presidente iraquí, Saddam Hussein, y satisfacer las ansias de reparación que el Gobierno de Irak se niega a dar.

Los jóvenes basidj han sido agrupados por un mullah, cuyo blanco turbante contrasta duramente con la silueta oscura del fusil ametrallador que sujeta en su mano. La tarde comienza a teñir de violeta el horizonte. El último fogonazo del sol desaparece. Es la hora del ataque.

En silencio, cada combatiente comienza a dialogar con su fusil, con Dios y con la noche. Por la cabeza de cada basidj galopan velozmente las imágenes borrosas de Najef y de Kerbala, las ciudades santas chiitas de Irak, tantas veces invocadas, que ahora no distan más de 560 kilómetros.

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Los minutos finales

Pero el objetivo no son estas ciudades santas, repiten los oficiales y los mullahs. Se trata de sitiar Basora y dar a Saddam Hussein un escarmiento inolvidable que le obligue a abandonar su palacio de Bagdad y permita a "nuestros hermanos iraquíes salir de la opresión que sufren", según predican los mandos cuando ya quedan sólo minutos para iniciar el avance.

La arenga está terminando. Los últimos momentos discurren gozosamente, evocando cada basidj recuerdos de fuentes y de juegos de agua, de parques frondosos de, castaños y de hayas, de los cuales con certeza el paraíso está poblado. Un postrero recuerdo hacia la familia, hacia la madre y hacia la esposa, tal vez hacia algún hijo de pelo rapado y ojos profundos, cantarín y risueño, de gesto casi idéntico al del hijo del soldado de la trinchera de enfrente, que desde la retaguardia tampoco sabrá explicarse la guerra que su padre libra.

Unos segundos de silencio sobrecogedor preceden a la frase última del mullah, que restalla sobre los lomos de la noche como un látigo: "Be name Joda Vand e rahman e rahim, boro hamie kon" ("En el nombre de Dios compasivo y misericordioso, adelante").

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