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Reportaje:

Camilo J. Cela declara la guerra del manuscrito

El novelista reclama a la Diputación cántabra el texto autógrafo de 'La familia de Pascual Duarte', conservado en la Casona de Tudanca

Camilo José Cela no necesita esforzarse para mantener en alza su buena fama de deslenguado o, por mejor decir, la categoría de quien maneja como nadie la, lengua de Cervantes (y de Quevedo, no se olvide). En Cela es pecado distinguir entre el lenguaje hablado y el escrito, y tiene razón cuando carga contra la ñoñería que hace cosa de siglo y medio recorrió España para nunca abandonarla. Cela será Cela hasta la sepultura, pero también, como escritor que tiene ya los dos pies en la historia de nuestra literatura, tendrán que soportarlo los pudibundos en los siglos venideros.Este solitario batallador, clásico de la lengua, admirable disparate de la palabra, conversador excepcional, fue la semana pasada a Santander para hablar en la Universidad Internacional sobre la esencia de la novela y para, en un rato libre, hacer una de esas declaraciones que le permiten mantener alta la cotización de su terribilismo. Que los políticos de este país, decía, son todos unos cabestros y que, por poner un ejemplo, ahí tienen ustedes al presidente de la Diputación de Cantabria, que "es un subnormal profundo".

El autor de La familia de Pascual Duarte explicaba todo ello en el bar del palacio de la Magdalena, y al día siguiente sus palabras aparecían destacadas en El Diario Montañés, el periódico de un grupo de dirigentes de UCD enfrentado al presidente de la Diputación regional. El estupor de los lectores debió ser mayúsculo ya que la información no precisaba las razones por las que Cela llegaba a esa conclusión. La incógnita se despejó cuando al día siguiente el mismo periódico -y, con él, toda los medios de comunicación nacionales- explicaba cuales eran los agravios entre el escritor y la Diputación de Cantabria.

"El injustificado y grotesco cabreo del señor Cela", responde el insultado, José Antonio Rodríguez, "está motivado por mi oposición a que se le entregue un manuscrito que José María Cossío donó a la Diputación. Y mientras el señor Cela no demuestre con documentos que esta cesión que nos reclama fue voluntad del admirado don José María, de la casa de Tudanca no saldrá ningún documento. Ya puede obsequiarme con toda clase de tacos, que con tanta facilidad reparte Cela por donde pasa, que no cederé".

Pero Cela espera triunfar en su empeño. En primer lugar, asegura que no ha insultado al presidente de la Diputación. Para inmediatamente ponerlo aún peor: "No es un insulto, es un diagnóstico". Calificar de "subnormal profundo" a una autoridad no le parece que sea cosa excepcional ni de escándalo. Piensa, eso sí, que las palabras son como truchas gimnásticas, igual que corzos velocísimos, y que hay que tener con ellas sumo cuidado, ya que pueden acarrearte catástrofes o despropósitos sin cuento. Si lo sabrá Cela, que ha recibido estopa porque se le escapó un plural donde debiera haber funcionado un singular. Un día, hace tres o cuatro años -recuerda Cela, que siempre tiene una anécdota que llevarse al caso que le ocupa-, se encontró en la calle con un caballero remilgoso, si bien pegón, a lo que más tarde pudo colegir, y, al despedirse, le dijo sin querer y gastándose una s de más: "Dele usted recuerdos a su señora de mis partes. ¡Qué horror, qué mal le pareció".

Pero en el litigio con la Diputación de Cantabria no se llegará a las manos, salvo que a Cela le digan -como se teme- que los documentos que presenta están falsificados.

Si lo dice José Antonio Rodríguez (a quien, por cierto, Cela no conoce ni de vista), el escritor no lo tolerará. "Le echaré las manos encima si le encuentro, y si no lo encuentro, le busco", asegura divertido.

Pero la guerra de los documentos, que no es pequeña, no parece que vaya a solucionar el problema. Cela presenta unos cuantos, suficientes en su opinión, para que le sea devuelto el manuscrito de su primera novela, mientras que la Diputación de Cantabria, los rebate con rotundidad y, sobre todo, cierra el asunto con el testamento de José María Cossío, en el que le son donados, a la muerte del señor de la casona, "todos los bienes que en ella se guardan". Y el manuscinito estaba entre esos bienes.

Cela, a esa cláusula del testamento de su amigo, responde que nadie puede dejar en herencia algo que ya ha regalado a otra persona, en tanto que los responsables de la Diputación replican que no les consta que Cossío le hubiese prometido a Cela la devolución del manuscrito porque en la casona nunca se ha encontrado el famoso papel que, según Cela, Cossio debió dejarjunto al manuscrito ordenando su devolución.

Dicho en papeles, la historia es como sigue. El manuscrito de La familia de Pascual Duarte llega a la Casona de Tudanca hace cuarenta años. Cela paga, con el gesto, la ayuda de Cossío para encontrar editor (trabajo nada fácil) y cede, sobre todo, a la insistencia de Cossío, que fue siempre un cazador de manuscritos. Los tiene de Lorca, el Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías; de Alberti, un Auto de fe a lo no divino, en el que se ridiculiza a Ortega y Gasset; de Pereda, de Valera, de Unamuno, de Menéndez Pelayo, de Ortega, de Menéndez Pidal, de Palacio Valdés, de Buero Vallejo, de Azaña, de Karl Vossler, de Bergamín, hasta un total de 3.000 documentos autógrafos, entre los que se encuentran inéditos de Miguel Hernández o de Jorge Guillén, por citar unos ejemplos.

El 3 de septiembre de 1961 Cela le escribe una carta a Cossío, que descansaba a la sazón en Tudanca, y le dice que está poniendo orden en sus papeles -"y en mis libros y en mi obra y mi cabeza y mi persona"- y que ha llegado el momento "de que le haga a usted una petición muy rara que, sin embargo, sabrá entender y hasta explicarse". "¿Quiere regalarme -o, mejor dicho, regalar a mi hijo Camilo José Cela Conde- el original de La familia de Pascual Duarte?". Cela explica a Cossío que tres de sus manuscritos fueron a parar a manos "de tres muy queridos amigos" (Carlos Barbeito, Antonio Rodríguez-Moñino y el propio Cossío), los tres sin descendencia directa. "Yo la tengo", dice Cela, "y me gustaría legarle, a falta de más sustanciosa herencia, el ordenado conjunto de las cuartillas que, a lo largo del tiempo, me fui entreteniendo en escribir". Le dice, por tanto, a Cossío que, si accede a lo que le pide, se dirija por carta a su hijo explicándole el viaje de las páginas. Esa carta "sería conservada con el original, al que avalaría".

Cossío contesta 31 días después, el 2 de octubre de 1961, advirtiendo que el retraso se debe a que no se encontraba en Tudanca cuando llegó la misiva de Cela. "No tengo razón para ocultarle" ' le dice, "que me disgusta profundamente su petición, y en ello no puede usted ver sino la estima subidísima en que tengo el manuscrito y en que tengo a su autor, y un poco también la vanidad de exhibir una amistad que tanto me satisface y me honra, al mostrarle a mis amigos".

El autor de Los toros propone al novelista gallego una fórmula "con la que se cumplen sus deseos, que comprendo y alabo", y es la de que ese autógrafo vuelva a Cela y a su hijo "al faltar yo, que voy frisando", escribe Cossío, "con los setenta y siento la llamada inevitable de la tierra". Y ahora el texto de la discordia: "Yo dejaría con el autógrafo una papeleta de mi puño y letra haciendo constar que tal manuscrito lo tengo en depósito y que es propiedad de su hijo. Aparte de ello le daría el breve documento que le autorizaría a retirarle y reclamarle como suyo, pues desde este momento lo es". Cossío espera que la solución le parezca buena a Cela y, en caso contrario, "si desplaciera su impaciencia o la de su hijo, desde luego se le enviaría inmediatamente... sin discusión ni disgusto, aunque sí con melancolía".

"Su fórmula es perfecta, y Dios haga que mi hijo tarde muchos años en entrar en posesión del manuscrito", contesta Cela tres días más tarde. Afirma que le enorgullece la defensa que hace Cossío de sus cuartillas tanto como la benévola amistad que siempre le demostró. El día 9 del mismo mes de octubre, Cossío envía a Cela un documento en el que, subrayado, incluye este párrafo: "En la caja que guarda el manuscrito he depositado un papel que textualmente, y de mi mano, dice: 'Este manuscrito de La familia de Pascual Duarte lo tengo desde hoy, 9 de octubre de 1961, en depósito, siendo propietario don Camilo José Cela Conde, a quien debe entregarse 1 día que yo falte'. Y mi firma y rubrica". El novelista, con fecha del 16 del mismo mes, cierra el cruce de cartas dando "mil gracias por la generosa solución" que Cossío ha encontrado al destino de sus páginas, pide a Dios que esa transacción "no llegue a realizarse hasta que mi hijo, que ahora tiene quince años, sea viejo, y cuenta que el chico, Cela Conde -que hoy tiene 36 años y es catedrátido de Etica y Sociología-, no se decide a escriibir agradeciéndole a Cossío su regalo. "Se va a reír de mí", cuenta Cela que replicó su hijo, -¡Encima de tener un padre académico, ahora resulta que tengo que escribirle a otro académico'. Por lo que se ve, esto de la Academia es algo que preocupa a los juveniles campeones de natación. Cuando le leí -a solas los dos- su carta, el muchacho estaba emocionado. Yo también lo estoy, mi querido Cossío".

Pero cuando, a los dos años de la muerte de Cossío (Valladolid, 24-X-1977), sucedida dieciséis años después de esta conversación literaria (de la que Cela conserva original, en el caso de las cartas de Cossío, y copia de las suyas), pone en conocimiento del conservador de la Casona de Tudanca, Rafael Gómez, el pacto escrito a que habían llegado los dos amigos, el director de la biblioteca-museo dice a Cela no haber encontrado la carta de referencia dentro del manuscrito, aunque afirma, a la vista de las fotocopias, que "está todo muy claro", sin entrar en cuestiones jurídicas -"ni yo sería partidario", advierte-, puesto que todo "es una cuestión de honor".

La opinión de Rafael Gómez -que explicaba en carta a Cela cómo Cossío trastornó, enredó y embarulló sus papeles en sus último años, por lo que fácilmente podía justificarse la desaparición del documento en cuestión-, no sería compartida por los rectores de la Diputación, que fueron dando largas al asunto hasta el día de hoy, en que Cela está dispuesto a ponerse en manos de un "tribunal de ilustres" que examine los documentos y ofrezca un veredicto o eso o la guerra, dice el novelista, que se siente honrado -"me llena de ira y de gratitud esa defensa del manuscrito"- , por el ahínco con que los cántabros lo defienden.

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