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Reportaje:Las huellas de la ocupación argentina en las Malvinas / y 3

La Marina, un ejercito profesional y la logística dieron la victoria a los británicos en el Atlántico sur

Andrés Ortega

A sus 54 años, cumplidos en el archipiélago sureño, Moore debe ser el general en activo con mayor experiencia bélica del mundo. Ha participado en cinco campañas al menos: Malasia, Brunei, Chipre, Irlanda del Norte y ahora, las Malvinas. Se mantiene juvenil. Le impresionó mucho una carta que recibió durante la guerra de su hija de once años de edad, convencida de que iban a matar a su padre. Para todos los que rodean a Moore, el general es un militar de primera clase, con quien es un placer trabajar."Lo más irritante en el caso de la invasión argentina es que se tratara de un país y una fuerza grande contra un territorio pequeño", comentó un teniente. Efectivamente, la opinión generalizada de los militares británicos es que si Argentina hubiese invadido las islas con una fuerza pequeña, expulsado a los marines e instalado una administración civil con unos cincuenta soldados, el Reino Unido no hubiera podido enviar el destacamento naval que mandó. La desproporción de la acción argentina -más de 10.000 soldados- obligó al Reino Unido a responder con una fuerza aún mayor.

Para Moore, el éxito de la campaña militar en tierra se debió a cuatro factores: la Marina, la calidad de los soldados británicos, la logística y otro general: Jeremy Thompson. "La Royal Navy nos llevó allí y nos apoyó. Demostró", según Moore, "un espíritu combativo que en términos históricos se remonta a Nelson y a Drake".

La logística "fue un problema colosal. Una línea de comunicaciones de 8.000 millas (13.000 kilómetros). Y luego, además, cincuenta millas (ochenta kilómetros) sobre un terreno pésimo, sin cambios y con un tierripo que se cierra como ahora -mientras Moore hablaba se había desencadenado una tormenta de nieve-, en el cual no pueden volar los helicópteros... Volviendo a las guerras napoleónicas, Wellington dijo que el sistema francés de entonces era como unas riendas elegantes. El problema era que cuando se partía el cuero, se partía. WeIlington hizo sus riendas con cuerdas, y, cuando se rom pían, las ataba con nudos". "Y tu vimos muchos nudos que atar".

Moore explicó el inmenso de sastre -disimulado entonces- que supuso el hundimiento en la bahía de San Carlos del carguero Atlantic Conveyor, repleto de los grandes helicópteros Chinook que debían haber servido para hacer avanzar tropas y material bri tánico hacia Puerto Stanley. De hecho, las tropas que avanzaron por el Norte lo hicieron a pie, mientras los pocos helicópteros que quedaban se concentraron en el transporte de municiones.

Aquel desastre -y esta es una interpretación del que escribe- llevó a una victoria y a otro desas tre. La V Brigada de Infantería (guardia galesa y escocesa y gurkas de Nepal, llegados en el Queen Elizabeth 2) no disponiendo de helicópteros, se trasladó en barcos hasta Bluff Cove y Fitzroy, a pocos kilómetros de Stanley. Allí lo británicos sufrieron un nuevo revés con el ataque aéreo argentino contra los buques logísticos Sir Gallahad y Sir Tristram. Pero con este avance se acortó la guerra. Y Moore tenía prisa. Los portaviones habían estado en el mar en una operación continua que duró más que la de ningún otro portaviones antes en el mundo.

La batalla de Goose Green

"Tuvimos todo tipo de proble mas, pero hicimos una cuerda, y los responsables de la logística desempeñaron una soberbia labor asegurando la necesaria cantidad de munición en el frente... Por un pelo, pues al final de algunas bata llas algunos cañones tenían muy poca munición", reveló Moore.

Moore prestó tributo al general Jeremy Thompson, como el hombre de la batalla terrestre. "Estaba al mando de la brigada de los tres comandos de marines y tuvo grandes responsabilidades mientras yo seguía en el Reino Unido, hasta que vine para las islas, cuando finalmente se tomó la decisión irrevocable de que el desembarco tendría lugar. Fue su brigada la que estableció finalmente este dominio moral. Dio el tono a toda la campaña".

Para Moore, esta superioridad moral se establece "derrotando al enemigo en batalla, y siempre tuvimos la intención de buscar una batalla en la que derrotarle pronto". Esta batalla fue la de Goose Green, en la que murieron 250 soldados argentinos. Los británicos quisieron ganar a toda costa, y el número de muertos puede explicarse por el hecho de que fue el primer enfrentamiento entre dos fuerzas que nunca se habían encontrado y en las que la inmensa mayoría de las tropas recibieron su bautismo de fuego. Como nos comentó un paracaidista británico, "ésta ha sido mi primera guerra, y espero que sea la última".

Se habló entonces de que en la batalla de Goose Green algunos soldados argentinos izaron banderas blancas para luego disparar sobre los británicos que se acercaban. Para el teniente Steve Barnes, ayudante de Moore, la Prensa no informó bien de los hechos. Lo que ocurrió es que algunos grupos de argentinos sacaron banderas blancas sin permiso de sus superiores ni de otras tropas que estaban detrás de ellos en posiciones más altas y que siguieron disparando.

El factor de la profesionalidad de las tropas ha sido asimismo decisivo. Moore no quiso "hacer de menos a nadie" pero piensa que sus soldados ganaron, principalmente, porque "somos un ejército regular y profesional". Desde luego, los soldados británicos que vimos estaban en buena forma. "Los jóvenes reclutas argentinos", según Moore, "no eran unos soldados voluntariosos. Su cuerpo de oficiales era sumamente eficiente , especialmente en el caso de sus fuerzas aéreas. Pero esto no basta".

Este enviado especial recogió comentarios contradictorios sobre el comportamiento de los soldados argentinos. Para los gurkas fueron cobardes, huían al verlos Para muchos paracaidistas, bravos. De hecho, en el monte Tumbledown, los argentinos mantuvieron a los británicos a raya durante siete horas.

En el monte Longdon, dos francotiradores retrasaron tres horas el avance británico. Un teniente británico comentó que "sus soldados profesionales eran tan buenos como los nuestros. A los reclutas simplemente no les interesaba esta guerra". Pero no fue fácil. Muchos soldados británicos están disgustados con el modo en que la Prensa británica cubrió la guerra. "No fue tan clamorosa".

Algunos isleños hablaron con soldados argentinos. Muchos provenían del norte de Argentina y al principio no sabían que estaban en las Malvinas y creían que se encontraban de maniobras en el sur de su país. Hubo también, según testimonios, problemas de disciplina entre los argentinos. Ya se ha dicho cómo ésta se rompió en las dos últimas semanas de la guerra. Las relaciones entre la oficialidad y la tropa fueron tensas o sencillamente se ignoraban, cuentan los malvinenses. Los prisioneros de guerra que los británicos guardaron en Ajax Bay se quedaron sorprendidos, según el comandante Price, de compartir el mismo tipo de alojamiento y comida con sus enemigos y de la buena relación entre soldados y oficiales británicos.

Error de cálculo

Si hay un fracaso total en esta guerra, es el de la estrategia argentina. Concentraron a sus tropas en Goose Green y en Puerto Stanley. Aunque estuvieran convencidos de que no iba a haber batalla, fue un gran error. Dada la distribución de sus campos de minas entorno a Stanley, pensaron que los británicos, si se decidían a desembarcar, seguirían la misma técnica en términos geográficos que los argentinos, es decir, en las pequeñas playas cercanas a la capital.

El teniente Barnes tiene una explicación: el Ejército de Tierra argentino ha sido entrenado por Estados Unidos. Los soldados norteamericanos, en la segunda guerra mundial (especialmente en el Pacífico), fueron contra los puntos centrales enemigos, con todas sus fuerzas. Los británicos son más oblicuos y atacaron de noche.

Las tropas británicas, según el general Moore, hicieron "un laso adecuado de los principios tácticos. Pudimos sorprenderles en diversas ocasiones y actuar con resolución. Desembarcamos en un lugar donde no nos esperaban (San Carlos, al norte de la Malvina oriental) y avanzamos en ángulos que no esperaban". Los británicos contaron también con una buena información. Sabían dónde estaba el enemigo, gracias principalmente a las patrullas especiales que mandaron de exploración.

Un importante botín de guerra

Los británicos avanzaron y los argentinos se quedaron en su hoyo como un conejo hipnotizado que espera a que se lo trague la serpiente. No se movieron. "No podían hacer gran cosa", fue la opinión de Moore. "Tenían un cierto grado de movilidad al principio con sus helicópteros. Pero nuestros Harrier y nuestros métodos para destruir sus aparatos en vuelo o en tierra les impidieron desplazarse. Sus hombres no estaban entrenados para marchar a pie a través de las islas como lo hicimos nosotros". El material bélico argentino era, sin embargo, excelente. Los británicos se lo han quedado como despojos de guerra. Disponían de intensificadores de irnagen, de visión nocturna y de infrarrojos. Según fuentes militares británicas, tenían "mejores radares que nosotros" (algunos de fabricación inglesa). Todo era inoderno y estaba en buenas condiciones, según hemos podido apreciar con nuestros ojos. Los britalnicos han capturado helicópteros (un Chinook, seis Aviys y un Puma), diez vehículos acorazados, un buque patrullero ahora rebautizado Tiger Bay, y un buen número de cañones. Han encontrado buenos sistemas antiaéreos, con munición, como un sistema de misil Rowland, otro sistema Exocet, otro Tiger Cat y cuatro cañones Oerlikon. Entre los vehículos -y el recuento total no ha terminado-, un centenar de todo-terreno Mercedes, los más caros y lujosos, con no más de 5.000 kilómetros, veinte Mercedes Unimog y veinte camiones Volkswagen. Los británicos se los llevan al Reino Unido. Serán muy útiles para las maniobras en Noruega. Los británicos se han apoderado también de un inmenso número de armas portátiles -entre ellas los rifles FN automáticos,-"que ya quisieran tener muchos de nuestros soldados"- e ingentes cantidades de munición. La utilizarán para su entrenamiento.

La descoordinación de las fuerzas argentinas fue otro factor. Según el comandante Chris Davies (paracaidista), que habló con prisioneros de guerra, los argentinos no podían entender cómo los británicos lograban coordinar sus tiros de artillería -naval, por una parte; terrestre, por otra- y además al unísono con los ataques de los aviones Harrier y de los helicópteros.

Este problema de la desorganización argentina se hizo patente al principio de la invasión con la rivalidad, para las requisiciones, entre los diversos cuerpos militares argentinos, según testimonios de los isleños, que apuntan también el problema de distribución de los alimentos entre la tropa. Se puede apreciar también en el modo en que los argentinos pusieron sus minas en torno a Puerto Stanley. Los marines y los ingenieros argentinos las plantaron con orden, anotando su distribución, de acuerdo con la convención de Ginebra. Luego llegaron helicópteros que tiraron minas por doquier.

Pero no hubo falta de suministros. Los Hércules argentinos llegaban a diario, al atardecer, rompiendo el bloqueo, hasta las últimos momentos de la guerra. Los bombardeos británicos de la pista de aterrizaje de Puerto Stanley no fueron efectivos en un terreno rocoso. La pista está ahora cubierta de nieve, pero este fracaso ha sido confirmado oficiosamente por fuentes militares británicas.

De hecho, en la noche del 13 al 14 de junio, cuando comenzó la rendición argentina, Moore tuvo miedo de que el general Menéndez se hubiese escapado a Buenos Aires en un Hércules.

Moore se quedó sorprendido por la rapidez de los últimos acontecimientos. No negoció directamente la rendición con Menéndez; le dejó esta labor a su adjunto, el general Walters, pues piensa que es mejor dejar negociar a otro que tenga la excusa de la necesidad de consultar los términos con sus superiores. Es la misma técnica que los británicos han utilizado cuanto han tenido que negociar con terroristas.

La guerra psicológica

Las fuerzas del Reino Unido crearon un clima psicológico que influyó en el desenlace de la guerra. Los submarinos, que quizá no existían -aunque vimos uno en estas aguas-; la población, que les hablaba a los argentinos de lo feroces que eran los gurkas. "Los argentinos también utilizaron este factor. Todos sabemos -y usted especialmente- que el portaviones Invincible está hundido...", dijo algo sarcásticamente Moore. Fue él quien consiguió que este enviado especial volara al famoso buque.

En el hotel Upland Goose, de Stanley, se alojó un equipo del canal siete de la televisión argentina. Según el propietario del Goose, Desmond King, no salieron nunca en busca de noticias propias. Hacían lo que les decían los militares, y en una ocasión informaron de un ataque de dieciséis Harrier cuando sólo había dos.

Según Cecil Bretran, de Stanley, un oficial argentino le confesó que, "si no hubiera sido por la BBC, no hubiéramos sabido lo que estaba pasando". Este oficial estaba en un bunker delante de su casa. Salía cada hora para escuchar el servicio mundial de la BBC. Otros isleños ofrecían relatos similares.

El factor psicológico jugó un importante papel. Los constantes bombardeos británicos también debieron influir en la desmoralización del enemigo. Pero ¿y la famosa niebla de la guerra de la que habló Clausewitz? La había, "por supuesto", afirmó Moore. "Lo primero era adivinar las intenciones del enemigo". Moore esperó un contrataque por tierra que nunca llegó. "Lo segundo era la duda de qué recursos se estaba reservando al enemigo. Esto no estuvo claro hasta que, de repente, empezaron a salir de sus trincheras para rendirse". Muchas bombas argentinas alcanzaron los buques británicos, pero no explotaron. El mal tiempo, el 21 de mayo, cubrió el desembarco británico en San Carlos. ¿Suerte? "Siempre hay suerte, buena y mala", para el general Moore. "Pero, aunque la suerte cuenta, el que gana una guerra es el que está equilibrado y entrenado militarmente para sacar provecho de la buena suerte y reducir las ventajas para el enemigo de nuestra mala suerte", dijo Moore.

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