El jardín del Turia: los viejos puentes, el río y la alameda
Hace bastante tiempo que los valencianos andan detrás de una utilización rentable y presentable del antiguo cauce. Una considerable suma de hectáreas que siempre fueron de la ciudad, para mirarlas, ya pueden ser pisadas y ocupadas. La preocupación de los ediles democráticos por conseguir una actuación viable y un aprovechamiento original y digno ha llevado a la Corporación a un último esfuerzo por configurar la imagen de esta iniciativa y a que los ciudadanos incidan y se proyecten -como colectivo o individualmente- en el futuro de la ciudad a través de la crítica, el apunte o la anuencia a una propuesta presentada con bombo y platillo, con profusión de imágenes a color, escasez de textos y con un aire foráneo y extemporáneo que no logra diluirse en el recinto de la Lonja ni con la discusión acalorada en la lengua de esta tierra y de estos tiempos.Es notable el acierto de partida en la erradicación de viales de circulación rodada que fue en tiempos anteriores la tentación suprema de los planificadores para sustituir a las escasas aguas. También es digno de elogio el tono de mesura por parte de quienes han encargado la propuesta, en cuanto a la dimensión económica, accesible gracias a un planteamiento de ajardinamiento exhaustivo en lugar de forzar la inversión con edificaciones o instalaciones costosas.
Camino al mar
Valencia se encuentra así, con un camino al mar que buscó siempre y que no logró conseguir ni con el tranvía del Camino del Grao, ni con la prolongación del paseo que hoy recoge a la Ciudad Universitaria, ni con las vías de circulación periférica que desviaban a las playas ríos de tráfico rodado. Un camino abierto, amplio, más natural que ninguno, ámbito de romerías, recinto para la Pascua, pretexto fácil del paseo, recipiente idóneo para las manifestaciones ciudadanas y resumen de las quimeras paganas y lúdicas que siempre han estado detrás del comportamiento de este pueblo.
Ahora, cuando aún se mecen en un sueño los viejos puentes, el río y la Alameda, estamos a tiempo de resaltar o de delatar aquellos elementos y aspectos que pueden haber sido sofocados o tergiversados, a mi juicio, en la propuesta que hoy empieza de colores al espacio de la Lonja. Vaya por delante que cuanto se ha expuesto allí, se ha hecho con dignidad y con despliegue de oficio. Un oficio tal vez más propio del vendedor o el publicitario que del creador, y con una dignidad más próxima a la que reclama el negocio del espectáculo que el del urbanismo o del diseño.
El recuerdo, la evocación del moro que ha hollado durante siglos aquellas tierras y que surcó de acequias la orografía hasta entonces estéril de la comarca, han sido ahuyentados por ese tufo cortesano, mundano y aristócrata que ha destilado hasta hoy la Francia del rey Sol. El más áulico de los trazados borda en punto de cruz el viejo cauce del río, tan despegado de la historia lugareña como distante de lo que podría ser una respuesta del tiempo que estamos viviendo.
Esta propuesta asombra tanto por su grado de definición formal y por su minuciosidad, como por su desplante a todo cuanto desde hoy -caminando por la historia hacia atrás- hasta el XVII, ha sucedido en el mundo y en el lenguaje de las formas arquitectónicas y urbanas. Parece como si la civilización, desde entonces, solamente hubiese servido para metemos una computadora en el bolsillo. Esta huerta-mausoleo del naranjo y la palmera no debería ser el fin de la aventura urbana a la que se ha lanzado la democracia municipal valenciana. Además de salir al mar, por fin, no debe ignorarse que se sale al Mediterráneo y que se sale en los albores del nuevo milenio. Si bien es censurable que se utilice un lenguaje formal distinto, nuevo, para envolver los contenidos de siempre y que se utilice la novedad como sustituto de la originalidad, no es menos criticable que nos apoyemos exclusivamente en las formas del pasado esplendor, ajeno y distante, para elaborar la imagen que los de hoy, en la ciudad, trasladaremos a la historia futura.
¿Es posible que no existan formalizaciones, lenguajes, que recojan algo del espíritu de nuestro tiempo, de esta democracia municipal que nos ha sido tan cara, tan tardía y tan deseada, sin necesidad de recurrir a las constantes formales del más representativo y ejemplar de los despotismos ilustrados?
Es preciso admitir que los recursos materiales y económicos soñados como infinitos empiezan a escasear. Los profesionales de estos temas empiezan a dudar que el avance tecnológico y la automatización -que también han sido pródigos en énfasis formales y argumentos para la imagen urbana- lleven a la solución de la ciudad sin despilfarro y sin el riesgo de la caricatura. Pero, admitiendo lo anterior también es lícito dudar -y esa duda me asalta y me produce temor- que para ocupar el cauce del Turia para usos y disfrutes del ciudadano, la única forma de ocuparlo sea aquella que repite y recita el sueño de siglos pasados y remite a la ampulosidad y al monumentalismo como único tema de ambientación urbana.
Parece que no fuese posible, hurgando en nosotros mismos, en nuestros días, encontrar y crear -sí, crear- lenguajes rebosantes en fantasía, metáforas sublimes para el espacio urbano y estallidos de hermosura y riqueza plástica para la población que lo habita.
Cuando recorría la exposición, al final, me detuve frente a un modesto panel de escasas dimensiones, en blanco y negro, que mostraba la propuesta ganadora hace algún tiempo del concurso convocado a los mismos efectos que esta exposición y que fue realizada por Julio Cano Lasso. Pensé entonces en que todavía vivimos en un país inmaduro, que aún padeciendo el aparato ferial que se ha montado no se da cuenta de que pueden ir parejas, la sensatez y la elocuencia, la poesía y el rigor, para la ciudad, sin necesidad de rescatar arquitectos que andan tan lejos. Se da la coincidencia de que Cano Lasso es el arquitecto que con exquisito respeto y sincera meticulosidad ha recreado el barroco -español- en la restauración que realiza en Madrid del cuartel del Conde Duque. En este caso lo que sucede es que no se ha dado la fanfarria continuada, sino que han existido en la labor del artífice urbano los suficientes y necesarios silencios que al igual que en la música son parte esencial del trabajo creador.
Alternativas totales
Lamento disentir de los responsables municipales valencianos que someten a consulta y a crítica diversificada la propuesta de ocupación del cauce del Turia. Está tan terminado, tan exquisitamente acabado en sus imágenes lo que se propone que no hay más ¡alternativas que el rechazo o la aceptación totales. Estamos ante una forma de referendo, no es una búsqueda de participación ciudadana. A la propuesta, cualquier sugerencia aceptada, Cualquier mutación provocada por la consulta en alguna de sus partes, le supone su desnaturalización.
Se ha presentado el más completo de los proyectos (completo a nivel de imagen). Umbráculos, anfiteatros, estanques, todo ello delimitado y conformado; cuadrículas y parterres cuidadosamente dispuestos según especies vegetales cuantificadas y convenientemente segregadas o agrupadas... Todo ello dentro de un planteamiento general que si hay que calificar de algún modo será como clásico-populista con todo lo positivo o ridículo que pueda contener el binomio. Vuelvo a recordar, sin remedio, el metro de Moscú: destellos de cristal de Bohemia y fulgores dorados para el pueblo en el más público y urbano de los sitios.
No me gusta el elaborado y grandilocuente regalo que nos trae el arquitecto catalán desde la corte de los Luises. Preferiría salir al mar desde la alameda menos abogiado por simetrías y sesgos cortesanos traducidos a la vegetación, más acompañado por la evocación de nuestras propias huellas, más seguro de encontrarme en Valencia y sin dar la espalda al viento fresco del progreso.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.